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17 abr 07 Crónica del Camino Francés: Día 1

Esta entrada es la parte 1 de 5 de la serie Camino de Santiago 2007

La tercera vez que realizaba el Camino de Santiago, siendo esta vez por el ramal Francés, empezó con tristeza y con incertidumbre. Tristeza porque, de las tres patas del banco, una de ellas se caía, y nunca mejor dicho, el fin de semana anterior a la salida. Pablo, con el que llevaba planeando desde finales de verano de 2006 esta magnífica aventura, sufría una inoportuna lesión de rodilla fruto de una mala caída en la bici. Así que finalmente sólo quedábamos dos intrépidos ciclistas para afrontar los algo más de 200 kilómetros que separan Ponferrada de Santiago de Compostela.

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Fran y Javi en la estación de Virgen del Rocío (Sevilla)

En cuanto a la incertidumbre, ésta venía marcada por las inclemencias meteorológicas. El tiempo llevaba toda la semana siendo no sólo desapacible, sino francamente hostil. Nieve, y frío se adivinaban desde las neblinosas vistas que ofrecía una cámara web emplezada en Cebreiro, y cuando la vista era clara, no era mucho mejor: nieve, nieve y más nieve. Pero era tarde para volverse atrás. Todo estaba ya dispuesto, y no cabía sino seguir hacia delante. Sin embargo, antes de empezar a dar pedales, habría que afrontar una dura prueba en forma de once horas de autobús hasta el punto de partida. Sin duda, algo que amendrantaría a más de uno.

Once horas que, a la postre, se convirtieron en doce. Y que dieron para mucho: ventolera en Sevilla, lluvias torrenciales en Cáceres, frío cortante en Salamanca, un amanecer lluvioso en Zamora, y una mañana magnífica en La Bañeza (donde, increíble, pudimos disfrutar de un molletes ¿de Antequera? con aceite de oliva aceptables) y en Ponferrada.

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Castillo templario de Ponferrada

Ponferrada, nuestro lugar de partida. Desde el albergue de peregrinos la distancia marcada hasta Santiago era de 202’5 km. Nosotros, a la postre, haríamos algo más, dado que tuvimos que recorrer parte del Camino en dirección contraria hasta el albergue de peregrinos, a fin de sellar por vez primera en el Camino las credenciales. Hecho que nos proporcionó, a la postre, la posibilidad de contemplar el castillo templario de la ciudad, así como tener una interesante charla con un señor en el albergue, que se quejaba de la banalización del Camino, y que amenazaba con una futura reforma de los requisitos para obtener la Compostela, elevando el kilometraje requerido hasta los 1000 kilómetros. Por esa vez nos íbamos a escapar, pero para la siguiente ya se vería.

Empezamos el Camino con fuerza, con mucha fuerza. Se notaba que teníamos ganas de estirar las piernas tras el pesado viaje en autobús. Además, el perfil prácticamente plano de la etapa, en este comienzo, animaba a ello. Parecía que más que en bicicletas estuviéramos montados en otra cosa:

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Ferrari en Cacabelos

¿Qué hacía un Ferrari en Cacabelos? La respuesta llegaría el Martes Santo, en Santiago. Había una concentración de Ferraris por el 60º aniversario de la creación del primer Ferrari de competición. Tras deleitarnos un rato con las vistas, seguimos hacia delante.

Algunos kilómetros después llegamos a la primera tachuela del Camino, poco antes de Villafranca del Bierzo. Tachuela que se me atragantó de mala manera, ya que sufrí dos amagos de tirones, en el gemelo derecho, y un mastuerzo en todoterreno se quiso pelear conmigo porque, en plena subida, por el cansancio, hice oscilar la bici más de la cuenta y le asusté. Tras unas recias palabras, la cosa no llegó a mayores.

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Entrada de Villafranca del Bierzo

La llegada a Villafranca del Bierzo no pudo ser más oportuna. A la hora de comer, y cuando un sospechoso viento arrastraba desde las cercanas montañas unas nubes con -se veía a la legua- aviesas intenciones. En el albergue de peregrinos nos indicaron que podríamos disfrutar de una excelente comida en el restaurante “La Puerta del Perdón”, y acertaron de lleno.

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Almuerzo en La Puerta del Perdón

Tuvimos la oportunidad de compartir mesa y mantel con otros dos peregrinos, un jiennense y un vallisoletano que nos advirtieron, por cierto, de que el albergue de Cebreiro, donde teníamos intención de hacer noche, se encontraba cerrado por obras. Negros nubarrones, sí, bajaban desde Cebreiro, y no sólo en lo climatológico. ¿Qué hacer? Nos apuntaron dos posibilidades: la primera, para en Ruitelán, en un buen albergue privado, antes de la subida. La segunda, seguir hasta Liñares, después de Cebreiro, y hacer noche en Casa Jaime, buen sitio. Dejamos la decisión para mas adelante. Apenas eran las tres de la tarde y nos encontrábamos fuertes. Y había empezado a llover.

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