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Deme diez hombres como Clouseau y podría destruir el mundo
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19 jul 10 Córdoba-Santo Domingo (vía Puente de Hierro) (27-10-2002)

Córdoba, 27 de Octubre de 2.002.

Anoche, mientras leía un buen libro, me apeteció salir con la bici. Como ya era algo tarde, pensé en organizar una etapa ciclista para la mañana de hoy, domingo 27 de Octubre. Dicho y hecho, le mandé sendos mensajes a Pablo y a Manolo, proponiéndoles dicha etapa: Córdoba-Santo Domingo, por el camino que sale desde el pie de Puente de Hierro, saliendo desde mi casa a las 9:00h de la mañana. Pablo aceptó, y Manolo, quien yo suponía que no asistiría, más que nada porque se encontraba de boda en Montilla, me dio un toque al móvil.

Unas cuantas horas después, una más de lo habitual, por aquello del cambio de hora, estaba presto y dispuesto. 9:00h, ya desayunado, lo típico, vaso de leche y tostadas con miel, y mi máquina preparada, junto con todos sus accesorios. Aun así, no partiríamos hasta algo más tarde, ya que Pablo tenía que cambiarle la cámara delantera a su bicicleta, al estar ésta pinchada. Entre pitos y flautas, y tras un tiempo de espera prudencial a Manolo (si bien teníamos la completa seguridad de que no iba a estar con cuerpo para venir), partimos
sobre las 9:35h.

Nos encaminamos hacia el barrio Naranjo atravesando el monte que hay detrás de mi casa. Tras una bajada por el descampado, atravesamos la carretera y nos introdujimos en el barrio. Tuvimos que afrontar un explosivo ascenso para, posteriormente, callejear hasta llegar al camino que lleva al trazado del antiguo ferrocarril de Almorchón. Tomamos dicho camino hasta desviarnos por un sendero que, pasando junto al castillo del Maimón, desemboca en otro camino que baja hasta los pilares del Puente de Hierro. He de hacer notar que, para ello, tuvimos que atravesar una cerca que nos impedía el paso. Sin embargo, alguien había practicado un enorme boquete a dicha cerca, habiéndosele olvidado tan sólo un alambre en la parte superior, por lo cual pudimos atravesarla sin desmontar, tan sólo agachando un poco la cabeza.

Una vez que bajamos hasta los pilares del puente, tomamos el sendero. Es aquel mismo sendero que tomamos con Isaac, cuando entrenábamos para la etapa de Montilla, y el mismo que tomé yo cuando me fui de exploración por la “Córdoba profunda”. Pero esta vez íbamos a tomar el tercer ramal, el que suponíamos que llevaba hasta Santo Domingo. Así lo hicimos, cuando llegamos al cruce de caminos.

Nuestro camino era una pista forestal bastante amplia, pero con bastante piedra suelta. Atravesamos el arroyo de Santo Domingo por una plataforma de hormigón, y continuamos por la pista, ignorando todos los ramales que surgían de ésta. La pista picaba un poco hacia arriba, pero había tramos donde el terreno se hallaba muy quebrado y con muchísima grava y piedra suelta, lo que hacía la marcha muy dificultosa. En este tramo, nos pasaron dos motoristas.

Al cabo de un rato el valle por el que circulábamos se hizo más amplio, abriéndose el terreno y permitiéndonos una mayor perspectiva de los alrededores. Justo en ese momento, divisamos una vieja torre, prácticamente derruida, alzarse a la izquierda del camino, justo en el límite de la vegetación. Desmontamos, y nos encaramamos a ella. Desde ahí pudimos divisar un camino que descendía por un monte que teníamos frente a nosotros, y que se incorporaba a la derecha del camino por el que íbamos. Pensé que ese camino podría ser uno que se incorporaba al sendero por el que íbamos, que venía desde la N-432 a la altura de la Carrera del Caballo. Vimos descender un grupo de 5 ciclistas por ese camino, y nos decidimos a reemprender el nuestro.

sto_domingo-torre_derruida.JPG

En realidad, casi se podría decir que era nuestro camino el que se incorporaba al otro. Al unirse ambos, la pista forestal por la que circulábamos se tranformó en un camino muy alplio y compactado. Entonces recordé que teníamos que pasar junto a una cantera abandonada. Ésa era la explicación de la amplitud del camino. Pasamos junto a las ruinas de un caserío abandonado, y el camino, que había sido ascendente hasta ese momento, se tornó descendente. A nuestra izquierda podíamos ver el profundo valle excavado por el arroyo de Santo Domingo.

El camino descendía hasta el cauce seco del arroyo de Santo Domingo, que cruzamos. Al poco llegamos a las primeras estribaciones de la cantera abandonada. El valle había vuelto a encajonarnos más, y la labor del hombre y de la naturaleza era absolutamente impresionante. Hubo un detalle que nos llamó mucho la atención. El cauce del arroyo de Santo Domingo era excesivamente amplio y profundo. Sumamente llamativo. En esas, nos volvimos a cruzar con uno de los motoristas de antes.

Al poco de entrar en la cantera, el camino se dividió en dos ramales. Uno de ellos, el de la derecha, más amplio y llano, entraba en la cantera, y el otro, apenas un sendero sumamente estrecho y empinado, subía por la ladera izquierda del valle en que nos encontrábamos. La opción más lógica parecería ir por el de la derecha. Ello sería así de no haber sido por un pequeño detalle: las avenidas del arroyo de Santo Domingo habían cuarteado el camino de la cantera, dividiéndolo en bloques que parecía que se alzaban sobre el cauce del arroyo, tal era la profundidad y la anchura de los socavones que cruzaban dicho camino. Por lo tanto, sólo nos quedaba la opción de subir por el sendero. Sin embargo, a la hora de la verdad, resultó bastante más fácil de lo esperado subir por él, ya que, pese a su acusada pendiente, el terreno estaba limpio de grava, y además era especialmente consistente, por lo que las ruedas no patinaban en él. Así que seguimos por él, entre una vegetación compuesta por monte bajo y pino mediterráneo. Ignoramos un camino que descendía a la derecha hacia la cantera, y seguimos subiendo por la ladera. Pero a partir de ahí, apareció la temida grava, junto con piedras clavadas en el sendero, que hacía tremendamente dificultoso el ascenso. En su última parte, tuvimos que subirlo andando, para llegar a un corte del terreno que nos permitía ver una magnífica perspectiva de la cantera.

La cantera, como bien dijo Pablo, parecía un nivel el Duke Nukem 3D. Edificios de hormigón medio derruidos, restos de maquinaria abandonados, enormes montañas de grava, bidones oxidados por doquier… Incluso un coche incendiado en el fondo de un socavón del arroyo. Todo eso, encajonado en un valle profundo y estrecho. Sumamente impactante.

El sendero seguía subiendo a nuestra izquierda, pero era ya absolutamente impracticable. Además, en ese momento, vimos a una mujer que pasaba, junto con cuatro enormes perrazos, por el camino del interior de la cantera, que en esa parte no se hallaba cuarteado, así que dedujimos que esa parte tenía que ser practicable. Cuando íbamos a emprender el descenso para tomar el sendero que descendía a la cantera, y que anteriormente habíamos ignorado, llegó hasta nosotros, de nuevo, el motorista. Intentó subir por donde nosotros habíamos desistido, sin conseguirlo. Aun así, intentó ascender, pero el único resultado de su intentona fueron el de proyectar grava, impulsada por el patinar de su rueda trasera a modo de proyectiles, hacia nosotros.

cantera-monasterio-caserio_valle2.jpg

Así que descendimos hasta la cantera, y seguimos por ella, hasta que el camino surgió de nuevo a nuestra izquierda, y la zona por la que rodábamos se volvió a perfilar como el cauce del arroyo de Santo Domingo.

Tras un rato, llegamos hasta un edificio q surgía al pie del monte. Era, por mal que suene, un picadero, y así se anunciaba. Ello indicaba que nos acercábamos al monasterio de Santo Domingo (de nuevo, por mal que suene). En los bordes del camino había pequeños grupos de gente de perol, disfrutando del domingo. Al cabo del rato, llegamos al pie del monte donde se halla el monasterio de Santo Domingo. En ese lugar, rodeado de montes, se encuentra una hondonada donde el arroyo de Santo Domingo forma una pequeña laguna, que se hallaba bastante
seca, hecho que no impidió que varios caballos abrevaran en ella. Avanzamos un poco mas, momento en el que nos volvió a pasar el de la moto, y llegamos a una nueva encrucijada. Al frente, el camino por el que veníamos, que no sabía a dónde conducía. A la izquierda, en un giro de casi 360º, un camino que ascendía hasta el monasterio, y a la derecha, también en un giro casi completo, un camino que llevaba a una ermitica que se alza sobre un monte que hay junto a la hondonada. Fuimos hacia allá, porque recordaba que había buenas vistas. Subimos, y, efectivamente, las vistas eran espectaculares. Sin embargo, aún no habíamos ascendido hasta la ermita. El camino avanzaba unos 100 metros para, en un giro casi completo, seguir ascendiendo hasta la ermita. Llegamos hasta el giro, y allí, de nuevo, nos encontramos con la disyuntiva de escoger entre 3 caminos. A la derecha, en un giro casi completo, la ermita. También a la derecha, en un ángulo recto, un camino que subía hasta la cima del monte donde estaba la ermita y, a la izquierda, un sendero de mala muerte que descendía hasta un valle que se hallaba a nuestra izquierda. Un valle en el que había los restos de una casa, un valle al que, desde pequeño, había querido bajar cada vez que había ido a Santo Domingo, y al que nunca había bajado. Pablo se dejó convencer fácilmente.

Empezamos el descenso, pero pronto nos detuvimos. Efectivamente, en el fondo del valle estaba la casa. Pero no percibíamos ningún camino para salir de allí, excepto por senderos que ascendían de una manera escalofriante por los montes que rodeaban el valle. Aún estábamos a tiempo de arrepentirnos. Y estábamos en ello cuando, al fondo y a nuestra derecha, vimos un grupo de moteros que descendían al valle. Astutamente, decidimos esperar hasta que descendieran para ver, posteriormente, si había alguna salida por el fondo del valle, como parecíamos ver. Pero los moteros, una vez en el valle, junto a la casa, volvieron a trepar por un monte. Eso no nos sacaba de dudas, y la posibilidad de tener que salir de ese valle por alguno de esos senderos era aterradora. Pero… bueno, ya que habíamos emprendido el descenso, tampoco era cuestión volverse atrás. Y a las malas… bueno, siempre tendríamos una buena historieta para contar. Así que continuamos.

El descenso fue atroz. El sendero se quebraba, cortado por las lluvias torrenciales, en profundas grietas. El terreno estaba muy suelto y hacía derrapar las ruedas fácilmente, y la inclinación era remendamente pronunciada. No humo más remedio que descender algunos tramos a pie, procurando que las bicicletas no nos arrastraran monte abajo.

Finalmente conseguimos bajar, y, tras cruzar un arroyo, nos dirigimos a las ruinas de la casa. Pero, sorpresa, sorpresa, ésta no se encontraba exactamente en el fondo del valle, sino que se hallaba sobre un promontorio en el fondo del valle, que, debido a la altura desde la que lo divisábamos, no se apreciaba. Un promontorio bastante elevado, de hecho. Vamos, que nos costó bastante subir hasta él, ya que el sendero, para más inri, tenía “escalones”, del largo de una bicicleta, que hacían tremendamente fastidioso subir por él.

Tras subir a la casa, vimos como, por la salida del valle, junto al arroyo se veía un sendero. Aliviados, fuimos hacia él. Descendimos a una pequeña explanada que había junto a la casa, y tomamos el sendero. Éste subía y bajaba por las estribaciones de los montes del valle. El terreno era bastante curioso, una especie de pizarra muy quebrada que, sin embargo, agarraba sumamente bien.

Un poco después, llegamos a un promontorio desde el que se divisaba la unión del arroyo que estábamos siguiendo (arroyo de Barrio Nuevo), con otro que se le unía por la izquierda (arroyo de las Mangas). Era algo precioso, ya que ambos llevaban un agua cristalina, y había erosionado los montes hasta alcanzar la roca viva. Uno de ello, el que se incorporaba, incluso formaba una poza en la que entraban ganas de darse un baño, y todo. Baño que, a buen decir de Pablo, difícilmente nadie se dará, porque en verano debe de estar seco, y en invierno hace demasiado frío. Descendimos por un sendero hasta ese arroyo, y rodamos hasta la unión de ambos. Vimos como un sendero surgía al otro lado del cauce, esta vez sí, con agua, por lo que tuvimos que cruzarlo, si bien a pie, porque la morfología del terreno no permitía hacerlo montado en bici.

Una vez que cruzamos, seguimos por el susodicho sendero. Sin embargo, era bastante difícil rodar por él, debido a que su estrechez, y a que subía y bajaba por la ladera, además de que estaba cuajado de enormes piedras que obstruían el paso. Al cabo de un rato, tuvimos que vadear de nuevo el arroyo, justo en la interesección, por segunda vez, de dos arroyos, el de Barrio Nuevo, y el arroyo Pedroches, quedando el camino a la izquierda de éste. Justo en ésas nos cruzamos con un rebaño de ovejas. Era bastante divertido ver cómo la masa compacta que formaban se abría como por arte de magia ante ti. El sendero era más fácil de recorrer, y la vegetación era bastante agradable, bosque mediterráneo, junto con algunas zonas de olivar, y, de cuando en cuando, algún eucalipto.

Por tercera vez llegamos a una intersección entre dos arroyos, el Pedroche, y una pequeña lengua de agua, y aún habríamos de verlo en una cuarta ocasión. Esta vez hicimos un alto, ya que vimos algo curioso: un pozo excavado justo en el borde del cauce del arroyo. Nos hicimos unas fotos y, una vez que descansamos un poco, continuamos el camino.

Al cabo del rato, el camino por el que íbamos circulando, desapareció. Se fusionó con el cauce, seco en este tramo, del arroyo Pedroche, por lo que no hubo más remedio que introducirse en éste. Era bastante complicado circular por ese pedregal. Finalmente, conseguimos salir, Pablo por la izquierda, y yo por la derecha, pero al final continuamos por la derecha, ya que el camino que seguía por ese lado del cauce se veía más amplio y en mejores condiciones. Avanzamos un rato, tras el que el camino se volvió sendero pero, justo después de esto, desembocamos en un camino muy amplio, que quedaba cortado por una puerta metálica.

Nos fijamos con más cuidado y, al otro lado del cauce, pudimos ver cómo el sendero ascendía por la ladera del monte, y cómo un coche que, hasta hacía poco, se hallaba allí aparcado subía por él. Me fijé mejor, y pude ver, en la parte superior del monte, la plataforma del ferrocarril de Almorchón. Hice un rápido cálculo de la distancia, y me imaginé que debíamos de andar a la altura de la Carrera del Caballo. Nos paramos a deliberar el rumbo a tomar. A la izquierda, el camino salía a la N-432. No podíamos seguir el sendero junto al arroyo por la razón de que ambos habían desaparecido. El cauce apenas se distinguía entre unos matorrales que nos cerraban el paso. Y a la derecha, el camino ascendía por el monte, con fuerte pendiente. Y tomamos ese camino.

camino_ascenso_carrera_del_caballo.jpg

El camino era amplio, pero con bastante grava y mucha pendiente, por lo que se hacía complicado subir. Describía una suave, pero amplia, curva a la derecha, a la vez que seguía incrementándose la pendiente. Al finalizar la subida, torcía abruptamente a la izquierda, para descender suavemente y girar de nuevo a la derecha. Ahí nos cruzamos con dos ciclistas. Avanzamos un poco, y cuál sería nuestra sorpresa al vez alzarse, justo al frente nuestro, la torre medio derruida del principio. Y entonces volví a acordarme del camino que llegaba desde la N-432 hasta el camino de subida a Santo Domingo, antes de la cantera. No sabía como no había caído en ello antes.

pablo-torre_derruida(sto_domingo).JPG

Así que tomamos de vuelta el camino y, posteriormente, el sendero, hasta llegar casi al pie de Puente de Hierro. Y digo casi porque, justo antes de llegar, cogí por error en desvío a la derecha, que subía por un monte, alejándonos del camino que llegaba justo hasta el pie del Castillo del Maimón.

Pese a todo, ese camino no nos era desconocido. Fácilmente lo identificamos como la parte final de aquel recorrido que hicimos con Isaac el 2 de agosto. Descendimos hasta llegar a un camino que subía hasta el castillo del Maimón, y emprendimos la vuelta al barrio Naranjo. Sin embargo, nos encontramos con un obstáculo inesperado. El boquete en la cerca por el que habíamos pasado a la ida estaba tapado. Alguien lo había taponado con una enorme rama de olivo seca, enrollándola con el alambre. Desmonté de la bici, y me dispuse a quitarlo. Una a una, fui arrancando las pequeñas ramas para dejar desenganchada la rama grande, y cuando estaba lo suficientemente suelta, la arranqué de un tirón. De nuevo, el camino estaba expedito. Pero, cuando nos disponíamos a cruzar la cerca, vi la trampa: justo por donde teníamos que pasar, alguien había colocado un trozo de alambre de espino enrollado, de tal manera que al pasar por encima, habríamos pinchado las ruedas inevitablemente. Menos mal que ya me las conozco
todas, que si no…

Ya sin novedad, llegamos al barrio Naranjo, lo atravesamos y llegamos a la carretera. Cruzamos ésta y, de nuevo por el monte, atrochamos
hasta mi casa, donde terminó la etapa.

Datos de la etapa

  • Distancia recorrida: 17’3 km (según el cuenta de Pablo, 17’0 km).
  • Tiempo de marcha: 1h, 40min, 20seg.

Mapa topográfico con el recorrido marcado

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