La pasada Semana Santa fui con mis amigos Mané y Javi Aljama a recorrer las Vías Verdes del Aceite y Subbética, además de realizar una etapa por el Parque Natural de las Sierras Subbéticas. Llevábamos varios meses planificando realizar un recorrido en bici de varios días y, entre las alternativas que habíamos estado barajando, esta fue finalmente la opción escogida.
Realizamos la primera etapa el Lunes Santo, 18 de abril. Durante la semana anterior habíamos estado ultimando los preparativos del viaje: recorrido final, medios de transporte, lugar de alojamiento, alojamiento en sí, petición de permisos para recorrer el Parque, etc… Uno de los puntos interesantes fue escoger la bici a utilizar. Javi y Mané optaron por llevar sus bicicletas con doble suspensión, y llevar un equipaje ligero en mochilas. Yo, por mi parte, opté por llevar mi bicicleta rígida, equipada con alforjas, ya que de viajes anteriores sabía que no era demasiado conveniente forzar la espalda.
Como decía, tomamos el tren regional a Jaén a las 8:00h del lunes. Tuvimos un viaje bastante tranquilo a Jaén en uno de los nuevos Media Distancia de Renfe que, pese a ser realmente cómodos, tienen un importante problema a la hora de viajar con bicis: y es que sólo disponen de tres plazas en los vagones habilitados para ello. Esto me había obligado a sacar el sábado anterior los billetes por ventanilla en la estación de Córdoba, y exponerme al vergonzoso comportamiento de los taquilleros de la estación: no en balde tardé media hora en comprar los billetes, lo que es, teniendo en cuenta que sólo tenía dos personas delante mía y que había tres taquilleros expendiendo billetes, sumamente lamentable.
Experiencias traumáticas de Renfe aparte, llegamos a Jaén en una magnífica mañana, sin sombra alguna de nubes en el horizonte, y con toda la mañana por delante. Y no nos iba a sobrar tiempo, precisamente, dado que teníamos que recorrer unos 75 kms. de vía verde hasta Zuheros. El recorrido era conocido para mí. No en balde, hacía justo dos años que ya lo había recorrido, en la Semana Santa de 2009. Por ello, no tardamos en empezar la etapa, no sin antes hacer un alto en la cafetería de la estación de Jaén para pegarnos un homenaje a base de tostadas -en mi caso, con aceite y tomate- antes de empezar a rodar.
Empezamos oficialmente la etapa a las 10:28h, junto al área deportiva en la que tiene su inicio la vía verde. El trazado, como es propio de una vía verde, no era en absoluto complicado, y el estado de conservación de la vía era sumamente bueno, con un asfaltado ligero que para sí querrían muchas carreteras comarcales. Pronto (11:05h) llegamos a la cercana población de Torre del Campo, en la que es preciso entrar haciendo uso de un viaducto, ya que el trazado de la vía verde ha desaparecido. Una vez en el pueblo se retoma la vía verde a la derecha de una rotonda, y el pueblo se atraviesa sin mayor novedad.
El siguiente pueblo al que llegamos (11:30h) fue Torredonjimeno. A esas alturas de viaje ya habíamos disfrutado de unas cuantas muestras de ingeniería de estilo Eiffel en forma de puentes de hierro, así como del interninable olivar jiennense. Llevábamos un ritmo sumamente bueno. Quizá excesivo, teniendo en cuenta la kilometrada que aún teníamos por delante, y que íbamos ascendiendo levemente. Pero la verdad es que el día invitaba a rodar alegremente, y no podíamos impedirlo.
Siempre entre olivares, llegamos media hora después al punto más elevado de la vía verde en Jaén: Martos, a unos 668 m. de altitud. Si hasta aquí habíamos rodado rápidamente, el resto del viaje iba a ser visto y no visto. A diferencia de los pueblos anteriores, la vía verde se adentra en Martos de manera significativa, por lo que tuvimos la oportunidad de contemplar cómo se delimita una vía verde en casco urbano: en este caso, haciendo de mediana a una calle residencial, que finaliza en el paseo de la estación, estando esta última en un estado de lamentable abandono.
Hicimos un pequeño descanso a la salida de Martos, que aprovechamos para abastecernos de líquido en una fuente junto a la vía verde. Este sería el último casco urbano por el que pasaríamos, antes de llegar a Zuheros. Una vez reanudamos el camino, empezamos a rodar con un suave descenso que nos hizo dar pedales con una inusitada alegría. Los kilómetros caían velozmente, y nuestro rodar entre olivares era bastante divertido.
Pese a la distancia con respecto a núcleos de población, no dejó de sorprendernos la cantidad de gente que recorría la vía verde, especialmente abundantes eran las familias con niños, con y sin alforjas, que se habían echado a rodar por la vía. Y es que hay que admitir que la nula dificultad del trazado anima a crear cantera con los más pequeños.
Cruzamos varios puentes de hierro en nuestro rodar, que empezaba a hacerse algo monótono. Además, al rodar en bajada -suave, pero bajada al fin y al cabo-, los kilómetros caían sin suponernos apenas esfuerzo. Tanto fue así que Mané llegó a manifestar que estuvo a punto de quedarse dormido sobre la bici en algunos tramos. Por suerte, el cruce sobre los puentes siempre daba algo interesante para hacer. En concreto uno, cerca de Alcaudete, nos permitió contemplar unas buenas vistas de un antiguo puente medieval:
Paramos a comer al filo de las dos menos cuarto en las cercanías de la estación de tren de Alcaudete. Mi idea era haber parado en la misma estación, pero Mané empezó a manifestar problemas en una de sus rodillas, lo que aconsejaba detenernos, cosa que hicimos, aunque probablemente en la peor de todas las áreas de descanso: casi sin vegetación, y en una zona de derribo de una vieja casilla del guarda del ferrocarril. Aun así, un descanso era un descanso. Comimos unos bocatas que llevábamos preparados y alguna que otra barrita de cereales. Tres cuartos de hora después reanudamos la etapa, para detenernos en la cercana estación a repostar algo de agua. Allí vimos que han terminado la construcción de unos apartamentos rurales junto a la vía, excelentes para detenerse a hacer noche en ellos si viajas con la familia, ya que distan unos 50 kms. de Jaén. Para nosotros, tipos duros, se nos hacía una distancia algo corta.
Continuamos rodando en dirección Córdoba. El paisaje, poco a poco, iba cambiando, denotando que nos acercábamos a la Subbética: menos olivos, más vegetación serrana, y la primera trinchera de ferrocarril digna de tal nombre:
Pasada la trinchera tuvimos la primera vista del río Guadajoz, embalsado por el pantano de Vadomojón. No pude menos que impresionarme ante el espectacular aumento de caudal que presentaba con respecto a 2009, cuando lo vi por primera vez.
Y así, llegamos al puente sobre el Guadajoz a las 15:15h. Nos despedíamos de Jaén…
…para entrar en Córdoba, y empezar a rodar por la Vía Verde de la Subbética.
Y para colmo, íbamos a entrar en Córdoba por el puente que una vez cobijara al último bandolero de la Subbética.
Tras cruzar el puente, nos tocó de nuevo ir en ascenso. El firme de la vía verde había mejorado bastante desde el año 2009. Su estado era aún algo peor que el tramo de Jaén, pero al menos no se encontraba ya medio comido por la vegetación. Avanzamos hasta la laguna del Salobral sin mayores inconvenientes, salvo que la tarde estaba empezando a nublarse. El tiempo, que nos había respetado durante todo el día, empezaba a amenazarnos con lluvia. Nos detuvimos en un pequeño mirador junto a la laguna. Justo ahí, mi GPS se quedó sin batería. El resto de la etapa iba a tener que registrarla Mané con su móvil.
Desde la laguna nos dirigimos al lugar de nuestra siguiente parada: la estación de Luque. A esas alturas de la tarde los kilómetros estaban empezando a dejarse notar, por lo que la parada en la estación, habilitada como bar, nos vino de fábula. Lamentablemente no pudimos detenernos demasiado, porque el tiempo estaba empezando a ponerse realmente feo. A la salida de la estación de Luque nos encontramos con una sorpresa: la vía verde se bifurcaba en dos. A la derecha, y sobre la carretera, salía un ramal recién rehabilitado de la vía del aceite, que conduce hasta la cercana Baena. Un nuevo aliciente para la vía verde de la subbética. Nosotros, claro, continuamos en dirección Zuheros.
A medida que nos aproximábamos a Zuheros el viento, húmedo y que anunciaba lluvia, empezaba a azotarnos con más y más fuerza, lo que nos dio la ocasión de empezar a hacer pequeños abanicos. Todo fuera por llegar a Zuheros lo antes posible, para evitar la inminente lluvia que se cernía sobre nosotros. Bordeamos el macizo montañoso que separa Luque de Zuheros junto cuando las primeras gotas de lluvia hicieron acto de presencia. No podíamos detenernos. Con las fuerzas justas llegamos al cruce con la carretera de Zuheros. Dejamos la vía verde y tomamos la carretera. Habíamos recorrido 72’3 kms. de vía verde. Y a partir de ahí, tocaba lo peor: el ascenso a Zuheros. Una subida de apenas 1’2 kms., pero con unas terroríficas rampas del 29% por las calles empedradas del pueblo.
Afrontamos el ascenso con calma, dado que la rodilla de Mané estaba otra vez dándole guerra. El primer tramo de la subida, hasta la entrada del pueblo, no guardaba mayor problema. Pero a partir de ahí empezaba la tortura: apenas 200 metros de calles en los que íbamos a salvar 40 metros de desnivel. Sencillamente horroroso. Y pese a todo, lo hicimos. En mi caso, con las alforjas tirando de mí hacia abajo como si quisieran arrastrarme al séptimo círculo del infierno. Pero lo hicimos. Llegamos hasta arriba sin poner pie en tierra. Eran las 17:15h. cuando llegamos a la plaza del pueblo, después de casi 75 kilómetros de etapa.
Tras descansar un poco, nos dirigimos al albergue rural donde teníamos alquilado un apartamento. Por desgracia, aún se encontraba cerrado, por lo que nos tocó esperar un rato en la terraza del restaurante Los Palancos, donde nos guarecimos de la lluvia que empezó a azotar el pueblo. Al poco, mientras disfrutábamos de unas cañas (en el caso de Javi y Mané) y de un café con leche (en el mío), llegó la señora de la limpieza del albergue, que nos abrió las puertas y nos entregó las llaves del apartamento. Curiosamente era exactamente el mismo en el que estuviera en 2009, si bien no era el que habían pretendido alquilarnos. Por suerte para nosotros, ya que salimos ganando con el cambio: se encontraba completamente equipado con microondas, nevera, vajilla y fregadero, y para colmo era más barato.
El resto de la tarde la empleamos en dar una vuelta por el pueblo, hacer la compra para la desayuno, almuerzo y cena del día siguiente, y en hacer la colada. Tuvimos la enorme suerte de que pronto paró de llover, e incluso salió un sol que picaba como él sólo, por lo que pudimos tender la ropa en la terraza del edificio, y contemplar unas magníficas vistas del cañon del Bailón.
…así como del castillo del pueblo:
Esa noche cenamos en Los Palancos: estaba claro que nos merecíamos un homenaje, que cayó en forma de ensalada con queso de cabra, espárragos fritos, churrasco y presa ibérica. Todo ello en el paraíso de los madridistas, ya que el restaurante se encuentra adornado con innumerables fotografías del dueño con todas las glorias presentes y pasadas del madridismo.
Terminada la cena, volvimos al apartamento, a terminar de preparar el material para la dura etapa que nos aguardaba a la mañana siguiente: una etapa circular por el parque natural de las sierras subbéticas, con la subida de dos puertos de montaña, y un trepidante descenso por el cañón del río Bailón. Y ahí fue cuando la lié: al revisar el estado de carga del GPS, noté que éste no se había cargado prácticamente nada, pese a llevar toda la tarde enchufado a la red eléctrica con el cargador de la minicámara MD80. Al revisar el nivel de voltaje que proporcionaba, pude ver que los valores eran bastante anómalos, por lo que debía de encontrarse defectuoso. Por suerte para mí -pensé- ví que el sintonizador TDT del cuarto tenía un puerto USB. Torpe de mí, no se me ocurrió otra cosa que conectarlo y encenderlo. Jamás lo hiciera. A partir de ese momento, el GPS dejó de funcionar. Se quedaba mostrando sólo la pantalla inicial, sin llegar a pasar jamás al resto del programa. El sistema operativo del TDT -un linux, según pude ver- había fastidiado parte del sistema de encendido del GPS. Nos habíamos quedado ciegos para la etapa siguiente. Por suerte había sido previsor, y contaba con una copia impresa de la etapa del día siguiente. Pero el cabreo que tenía encima iba a durarme bastante tiempo. Y para colmo, la predicción meteorológica para el día siguiente iba de mal en peor: nos fuimos a dormir sin saber siquiera si al día siguiente íbamos a poder salir a rodar. Pero eso forma ya parte del relato del segundo día.
El mapa de la etapa es el siguiente:
Ver 2011/04/18: Etapa 1. Jaén – Zuheros en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: córdoba, jaén, luque, martos, mtb, río guadajoz, tomtom, vía verde del aceite, vía verde la subbética, zuheros
La segunda etapa de nuesto viaje estuvo marcada por una tormentosa noche previa. Tormentosa en el sentido literal de la palabra, y en el metafórico: Por un lado, una enorme tormenta con aparato eléctrico azotó la zona durante la madrugada. Y por otro, estuve toda la noche danzando con el GPS, su estado de carga y el bloqueo que le había provocado la noche anterior. Así, cuando el despertador sonó a las 7:30h, y pudimos ver, por un lado, que la mañana estaba razonablemente despejada, por un lado, y que el GPS definitivamente no funcionaba, por otro, tuve al menos la tranquilidad de que íbamos a poder disfrutar la etapa. En cuanto al GPS, había tomado la precaución de llevar el recorrido impreso en cartas del Ministerio de Fomento a escala 1:25.000, por lo que tendríamos cómo guiarnos por las montañas.
Empezamos la etapa a las 9:27h, después de desayunar en el apartamento con lo que habíamos comprado la noche anterior, y tras prepararnos unos bocadillos. Además, en mi caso, tuve que cambiar la cámara de la rueda delantera, pues había vuelto a pinchar una de las infames cámaras de látex Michelin que había comprado semanas antes. Iniciábamos, pues, la etapa con media hora de retraso con respecto al horario previsto. Salimos de Zuheros descendiendo hasta la carretera que comunica con Luque y Doña Mencía, y giramos en dirección a la primera población. Bordeamos el macizo montañoso que separa ambas poblaciones con un sospechoso descenso por carretera, que no hacía presagiar nada bueno. En efecto, unos kilómetros después tuvimos que afrontar un duro ascenso por carretera hasta Luque, de apenas kilómetro y medio, pero con rampas de hasta el 12%. No habíamos hecho sino salir de Zuheros y ya estaba con la lengua fuera…
Llegamos a Luque, y nada más entrar, al llegar al campo de fútbol, abandonamos el pueblo por el Sendero de las Buitreras, que es como también se llama a la carretera de tierra que une Luque con Carcabuey. Estábamos entrando en terrenos del Parque Natural. Y teníamos por delante el primer puerto de montaña del día: una subida de 7’5 kms, con una pendiente media del 4’8%, y máximas del 10’7%, en la que íbamos a llegar hasta los 1017 metros de altitud. Tocaba tomárselo con calma. O al menos, esa era la teoria.
Poco a poco fuimos ascendiendo, dejando atrás -y abajo- Luque, camino de Carcabuey. El paisaje por el que circulábamos era espectacular. A nuestra derecha el impresionante macizo montañoso de la Subbética, y a nuestra izquierda, el valle del río Guadajoz. Y sobre nosotros… buitres. Era de esperar, dado el nombre del sitio, pero el hecho en sí dio para alguna que otra broma.
A medida que ascendíamos fuimos encontrando a nuestra derecha algunos pistas y senderos que conducían al corazón de las montañas. Nombres como la Fuente de la Zarza, la vereda Marchaniega aparecían ante nosotros, y nos tentaban a abandonar la ruta prevista. Pero por una vez, la cordura ganó la partida, y nos mantuvimos en nuestro recorrido previsto. Aunque es preciso decir que la punga fue dura.
Seguimos nuestro ascenso. A medida que subíamos y las montañas dejaban de actuar como parapeto, un viento cada vez más fuerte empezó a azotarnos. Ademas del viento, pudimos ver cómo nubes de tormenta aparecían sobre nosotros, amenazando con descargar de manera inminente. Lo que había sido una mañana despejada en Zuheros se estaba convirtiendo en el preludio de una tormenta en mitad de la sierra. Las perspectivas para el día no eran nada buenas. Coronamos el puerto tras una hora larga de subida. Hicimos una pequeña pausa para recuperar fuerzas, y comimos algo de fruta -fuente de potasio- antes de emprender el descenso. No podíamos detenernos demasiado, toda vez que la tormenta parecía cernirse sobre nosotros, con la aparición incluso de algunas gotas de lluvia. Además, teníamos ante nosotros un interesante descenso de casi 10 kilómetros hasta la carretera que conduce a Carcabuey, que no teníamos intención de postponer demasiado. Después de la sufrida subida que habíamos afrantado, nos merecíamos un buen premio:
La bajada fue tremenda. Rápida, por una buena pista, y con excepcionales vistas que llegaban hasta la lejana Priego de Córdoba (pensamos, en un principio, que se trataba de Carcabuey, aunque parecía demasiado grande para serlo). Poco antes del final del descenso realizamos una parada en una llamativa fuente de agua, pensada para abastecer remolques de riego, donde comentamos el descenso, y contemplamos lo que teníamos por delante:
A diferencia de la cara norte de la Subbética, que se mostraba con abundante vegetación de montaña, la cara sur aparecía completamente pelada, salvo por los olivos que se cultivan en la ladera de la montaña. Apenas vegetación arbustiva contribuía a dar color verdoso a las faldas de los montes, en cuya cima apenas se veía el gris de la caliza. Prometía ser una subida dura.
Acabamos el descenso hasta la carretera, que cruzamos para dirigirnos en dirección Carcabuey. Un kilómetro después giramos a mano derecha, siguendo el trazado antiguo de la carretera. Teníamos por delante un falso llano de algo menos de tres kilómetros, antes de afrontar la segunda -y más dura- subida del día. Y estábamos en el punto más bajo de la etapa: apenas 537 metros de altitud. Con calma, recorrimos esos suaves kilómetros por asfalto, saboreando casi la subida que teníamos por delante. 5’5 kms. de ascenso, 17 curvas enlazadas por una pista entre olivares, que ascendían hasta 1029 metros de altitud, con unas rampas medias del 7’8%, y máximas del 14’2%.
Nos quedamos durante unos instantes al pie de la carretera contemplando la subida. Habíamos llegado hasta allí, y no había vuelta atras. Bueno, en realidad sí la había, pero no era una alternativa mucho mejor que lo que teníamos por delante. Así que sólo quedaba avanzar. Era justo mediodía cuando iniciamos el ascenso.
Fue una subida durísima. En las primeras rampas empezamos a sufrir un fuerte viento frontal que nos dificultaba -aun más- el ascenso. Pronto quedó clara la necesidad de tirar de plato pequeño en la subida, que se nos hizo interminable. Mané empezó a manifestar problemas en su rodilla, y en mi caso, un fuerte dolor de espalda -la vieja lesión- empezó a pasarme factura. Javi, por su parte, seguía con un ritmo bueno, aunque llegó a manifestar que si paraba le iba a resultar difícil volver a arrancar. Aun así, nos detuvimos un par de veces, a contemplar la tortura, y a reponer algo de fuerzas con barritas de cereales. Paradas cortas, en todo caso. Hubo algunos momentos en que pensé que íbamos a tener que arrastrar las bicis cuesta arriba, por los olivares. En un momento dado, Mané y yo tuvimos que parar. Javi, con ritmo pausado, continuó la subida. La espalda me estaba matando, y el estómago de Mané le estaba pasando factura. Una vez repuestos, continuamos con la subida. Poco a poco empezamos a dejar atrás los olivares, y a entrar en una pequeña zona boscosa. La subida casi estaba terminando, y el viento volvía a azotarnos. Contra lo que pudiera parecer, fue algo que nos dio alas, ya que era señal inequívoca de que estábamos llegando al final.
Y finalmente, lo hicimos. Llegamos a la cancela que marca el fin de la subida un poco después de que Javi coronara en cabeza la subida. Era la una de la tarde. Habíamos tardado una hora en recorrer 5’5 kms. Y nos habíamos ganado un buen merecido descanso.
Tras descansar un poco, comernos los bocadillos, saciar nuestra sed, y poner a secar la ropa -Javi llegó a empapar el cortavientos, que era su tercera capa de ropa-, reanudamos la marcha. Seguimos hasta el cercano cortijo del Navazuelo, en cuya fuente repostamos agua. No en balde, yo había acabado en la subida con mi mochila de agua, y Javi y Mané no se encontraban en mejor situación. Desde la fuente tuvimos unos momentos de confusión, ya que no teníamos claro por dónde continuaba nuestro itinerario. Me acerqué al cortijo a preguntar, y amablemente me indicaron que el camino pasaba por la misma puerta del cortijo, que se encontraba vallado. Aclarada la duda, seguimos nuestro camino, no sin antes tener que afrontar el ataque de los perros del cortijo, cruce entre mastín y oso pardo, por lo menos: al pasar cerca de ellos, salieron del cortijo en pos nuestro. Pasamos junto a ellos con cuidad, mientras nos dirigían feroces ladridos. Dos de ellos se abalanzaron sobre Javi y sobre mí, pero al poner pie a tierra un tanto ruidosamente (ya que casi choco con Javi), los perros retrocedieron asustados. Fue la nota cómica de la jornada.
Abandonamos el cortijo del Navazuelo por el camino de la Nava, que nos condujo poco después a una pequeña meseta -La Nava- de increíble belleza: era un paraje completamente plano entre las montañas, en donde crecía una hierba verde y menudeaban las encinas, que era surcada por diversos arroyos que nacían en las montañas cercanas.
Y era el paraíso de las ovejas. Todo el valle se encontraba lleno de ovejas, que pastaban, balaban, corrían y bebían sin cesar.
De lo anteriormente dicho, especialmente balaban. Mucho. Pero mucho, mucho.
Enfrente nuestra se alzaba el impresionante pico de la Virgen de la Sierra. Las jornadas previas habíamos especulado sobre la posibilidad de complementar la etapa subiendo a la Virgen. En cuanto vimos esa mole pétrea alzarse sobre nosotros, descartamos rápidamente tal posibilidad. Ya habíamos tenido suficiente pase por la picadora en lo que llevábamos de día. Además el cielo, que durante un rato había mejorado, volvía a amenazar con dejar caer sobre nosotros una manta de agua. No quedaba sino dirigirse rápidamente hacia el final de etapa: el descenso del cañón del Bailón.
Nace precisamente el Bailón en la Nava, la zona donde nos encontrábamos. Iba a ser, pues, nuestro compañero de etapa durante los kilómetros finales de nuestro recorrido. Giramos hacia el norte, siguiendo el sendero la Nava, junto a una valla de madera. Pasamos junto a otra granja de ovejas, y poco a poco nos fuimos internando de nuevo en las montañas. Volvimos a girar al este, siguiendo el curso del Bailón, y abandonamos el camino principal.
Continuamos por un camino casi perdido en el valle del río, donde empezamos a ver algunas formaciones kársticas, muy similares a las existentes en el Torcal de Antequera. Poco a poco nos íbamos acercando más al macizo de caliza, y empezaba a haber drásticos cambios en el paisaje. El camino se hizo bastante más irregular, y a nuestra derecha volvía a haber un verdadero bosque. Bromeamos diciendo que eso sí que merecía el apelativo del bosque de Fangorn. Y pronto acabó el respiro del valle. Volvió a tocarnos subir, y por supuesto, bajar. Empezaba la fiesta.
Seguimos circulando por lo que posteriormente descubriría que se trataba de la vereda Marchaniega (con la que ya nos habíamos cruzado en la subida desde Luque). Y en un tramo de bajada, al pasar sobre un lecho de piedras, lo noté. La rueda trasera rozaba con el freno. Al contemplarla, lo tuve claro: la llanta oscilaba. Había roto un radio. Paramos para confirmarlo, y así era. Al menos sólo había roto uno, pero era cuestión de tiempo romper alguno más, especialmente en una bajada tan abrupta como la que teníamos por delante. Estaba que se me llevaban los demonios, porque había llevado la bicicleta específicamente al mecánico para prevenir esa clase de cosas. Por suerte había sido previsor y en las alforjas llevaba radios de repuesto y las llaves necesarias para reemplazarlo. Pero las alforjas se encontraban en el apartamento. Me iba a tocar hacer el descenso del cañon con un radio roto. Fantabuloso. No me quedó más remedio que empezar a tener bastante más cuidado en todo el recorrido.
Pasamos la zona de la Fuente Fría, alternando subidas y bajadas hasta llegar a un pequeño cruce con indicadores. Cometimos el error de no mirar las indicaciones, y seguimos el camino principal, en fuerte ascenso. Un grave error que nos costó 3 kilómetros de más, media hora larga de retraso, y el que nos empezara a llover en mitad del cañón. En efecto, seguimos avanzando por la vereda, pero separándonos poco a poco del río Bailón. Cuando llegamos, un rato después, a una nueva bifurcación que subía por la ladera del monte, tuve claro que nos habíamos equivocado. Nos detuvimos un rato para comprobarlo en el teléfono de Mané y en la carta topográfica. Era bastante claro. Nos dirigíamos a la fuente de la Zarza, en ángulo de 90º con respecto a nuestro recorrido. Nos habíamos salido del cañón. No nos quedó más remedio que retroceder hasta el cruce, cuyas señales habíamos desdeñado mirar.
Una vez corregido el error, retomamos el descenso por el cañón. Avanzamos por la abrupta ladera de un cerro, con vegetación muy cerrada y un firme enormemente quebrado, formado por caliza erosionada, pero en la que al menos veíamos un claro sendero. Sendero, eso sí, más apto para ser recorrido a pie que en bici. Aunque eso, en nuestro caso, no tenía mucha importancia. O al menos no la habría tenido para mi si no hubiera tenido ese radio roto, y la amenaza de ir rompiendo más.
Tras un rato bastante complicado, llegamos a un pequeño claro, en el que mejoró un poco el sendero. Era algo más abierto, y no tenía tanta caliza erosionada en medio. Posibilitaba volver a rodar de una manera algo más cómoda. Nos internamos de nuevo en el bosque, que nos deparó algunos tramos excepcionales para el descenso.
Y seguimos avanzando. Ya había quedado claro que estábamos en la verdadera bajada del cañón, por lo que puse de nuevo a grabar la cámara. Iba a ser un descenso espectacular, y quería tener el momento. Por desgracia, apenas pude grabar el inicio. Aún no lo sabía, pero en la bajada a Carcabuey casi había agotado el espacio de grabación de la cámara. Apenas dio para tres minutos -el inicio- de la bajada.
En nuestro descenso pronto abandonamos definitivamente el bosque. Afrontamos una bajada en zig-zag hasta alcanzar el mismísimo curso del arroyo, cuya compañía ya no abandonaríamos hasta prácticamente el final de la bajada.
Seguimos descendiendo por caliza viva. El sendero era enormemente estrecho en algunos tramos, con vegetación -zarzas, para hacerlo más divertido- que se cerraba de manera amenazadora sobre nosotros. Tuvimos incluso que cruzar un par de veces el arroyo para poder seguir avanzado.
Para nuestra desgracia, la lluvia hizo acto de presencia. Poco a poco, al principio, pero de manera persistente, por lo que nos vimos obligados a echar mano de los chubasqueros. La situación, además, empezó a ponerse peligrosa. La caliza mojada empezaba a ser muy resbaladiza, y empezamos a sufrir varios sustos. En mi caso, además, la situación se veía agravada por mi elección de cubierta trasera: una cubierta Kenda Small Block Eight de multitaco fino: muy buena para rodar, pero nefasta en terrenos resbaladizos. Era como montar en bici sobre una pista de patinaje. Con todo el dolor de mi corazón, no me quedó más remedio que echar pie a tierra. Los últimos kilómetros de la bajada no me iba a quedar más remedio que hacerlos a pie. Aunque no era una solución mucho mejor. Mis zapatillas, con suela de goma, patinaban de manera igualmente exagerada. Estaba empezando a echar de menos mis botas de montaña.
Pasamos la cueva del Monje, y seguimos bajando. En algunos tramos en los que circulábamos sobre tierra en vez de sobre caliza viva podía permitirme rodar, pero éstos no eran constantes. El sendero acabó por separarse del arroyo, para subir a un pequeño espolón de roca que se asoma sobre Zuheros. Ya casi habíamos concluido nuestra etapa. A partir de este punto el sendero se ensanchaba, para bajar al pueblo de manera relativamente cómo por una zona escalonada. Bajamos con sumo cuidado hasta el inicio de los escalones, y bajamos en zig-zag hasta un área de descanso. Habíamos finalizado la etapa, y lo habíamos hecho sin abrirnos la cabeza. Todavía quedaba volver al apartamento. En subida, cómo no. Al fin y al cabo, seguía siendo Zuheros. Subimos por las calles del pueblo, y finalmente llegamos hasta la plaza del castillo. Eran las cinco menos cuarto de la tarde. Nos habíamos tirado siete horas y cuarto largas dando pedales desde que empezamos la etapa. Al consultar mi pulsómetro me quedé helado: indicaba que había quemado casi 7000 kilocalorías en la etapa, casi 2000 más que en las etapas más duras que había hecho hasta entonces.
Una vez en el apartamento, guardamos las bicis, y pasamos por las respectivas sesiones de ducha y friegas con alcohol de romero. Dado que no dejaba de llover, esa tarde no lavamos la ropa, aunque en mi caso no me quedó más remedio que hacer sesión mecánica, para reemplazar el radio roto. El resto de la tarde lo empleamos en comentar la etapa, hablar de lo divino y lo humano, e incluso ver una procesión, ya que desde la terraza del edificio donde estaba el apartamento teníamos unas excelentes vistas de la plaza.
Esa noche cenamos unas pizzas que habíamos comprado la jornada anterior, y dejamos preparado todo el equipaje para el día siguiente. Pronto íbamos a iniciar el final de nuestro viaje, con una etapa final que nos habría de llevar hasta el cortijo de Mané, cerca de Aguilar de la Frontera. Pero eso sería ya al día siguiente. Por lo pronto, esa noche dormimos como benditos. El lo que tiene, el meterse entre pecho y espalda dos etapas como las que nos habíamos metido.
El mapa de la etapa es el siguiente:
Ver 2011/04/19: Parque Natural de las Sierras Subbéticas en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Etiquetas: cañón del río bailón, cabra, carcabuey, luque, mtb, parque natural de las sierras subbéticas, sendero de la nava, sendero de las buitreras, virgen de la sierra, zuheros
La mañana el 20 de abril empezamos la tercera y última etapa de nuestro viaje. Abandonamos Zuheros, cargados de nuevo con el equipaje, a las 8:38h, no sin antes en mi caso tener que arreglar un nuevo pinchazo, esta vez en la rueda trasera, que para mi indignación había tenido que reparar la tarde anterior. Desandamos parte del camino realizado la tarde anterior, y bajamos de Zuheros hasta la vía verde por el antiguo camino del apeadero de Zuheros. Una vez en la vía verde, avanzamos en dirección a nuestro próximo objetivo: Doña Mencía y su antigua estación, convertida en una cafetería donde teníamos previsto desayunar. Llegamos a Doña Mencía en apenas 15 minutos, y nos dispusimos a tomar unas magníficas tostadas con un excelente aceite de la tierra.
Tras acabar de desayunar, reanudamos la etapa pasadas las 9:30h. A partir de Doña Mencía, que marcaba el punto más alto de la etapa, y de toda la vía verde de la Subbética, nuestro rodar iba a ser en ligero descenso. Nuestro próxima parada era Cabra. Y como era de esperar, volamos por el trazado de la vía verde hasta alcanzarla, deteniéndonos tan sólo para tomar alguna fotografía del impresionante paisaje por el que íbamos circulando.
Llegamos a Cabra las 10:15h. Aunque mi idea original era haber llegado hasta la estación, para después atravesar el pueblo, optamos por abandonar la vía verde nada más salir de las trincheras del ferrocarril que hay a la entrada del pueblo, pues así nos ahorraríamos unos cuantos kilómetros de callejeo. Pasamos junto al campo de fútbol y atravesamos el pueblo, hasta llegar a los pies del castillo de los Condes de Cabra, en donde hicimos una breve parada, y donde nos fotografiamos con la presunta espada del Cid.
Abandonamos Cabra por la carretera que lleva hacia Monturque. Unos 4 kms. después de salir del pueblo, tomamos a mano derecha una vieja carretera que, entre olivares, nos fue acercando poco a poco a Monturque. Gozamos de un rodar sumamente tranquilo, en una carretera sin tráfico alguno, y con un suave desnivel -aunque con ocasionales repechos-, que nos hizo llegar a las cercanías de Monturque a las 11:00h. Después de la paliza del día anterior, estábamos llevando un ritmo excelente.
Desde Monturque nos dirigimos a nuestra meta: La Piedra, el cortijo de Mané, que se encuentra muy cerca de Aguilar de la Frontera. Abandonamos la carretera y tomamos una pista agrícola que nos llevó, en dirección norte, hasta llegar al río Cabra. Nuestro viaje había llegado prácticamente a su fin. Paramos a hacer la foto de rigor, y Mané, además, probó la suspensión de su bici en un muelle de carga:
Habíamos terminado nuestro recorrido. Bueno, salvo un pequeño detalle: la subida a la Piedra. 350 metros de subida con un desnivel del 14% por un camino de tierra, parte de él entre olivos. Todo lo que no habíamos sufrido en la etapa lo purgamos en ese breve ascenso. Plato pequeño, piñón grande, y a subir. Y lo conseguimos sin detenernos, aunque en mi caso a punto estuve, al írseme la dirección por el lastre de las alforjas, tener que cruzar una rodera, y empezar a patinar la rueda trasera. Aunque por suerte (por llamarlo de alguna manera) el peso de las alforjas ayudó a estabilizarme. Llegamos a la entrada del cortijo a las 11:31h. Ya podíamos decirlo: nuestro viaje había terminado.
Descansamos un rato en La Piedra, una hora después, iniciamos nuestro viaje a Córdoba. Esta vez en una Renault Kangoo. Aunque la verdad sea dicha: si nos lo hubiéramos propuesto, habríamos realizado una etapa más, hasta Córdoba, dando pedales. Por ganas no hubiera sido. Pero eso ya quedará para otra ocasión.
Ver 2011/04/20: Etapa 3. Zuheros – La Piedra en un mapa más grande
Los datos de la etapa son los siguientes:
Y colorín, colorado, esta historia se ha acabado.
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