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17 abr 07 Crónica del Camino Francés: Día 1

Esta entrada es la parte 1 de 5 de la serie Camino de Santiago 2007

La tercera vez que realizaba el Camino de Santiago, siendo esta vez por el ramal Francés, empezó con tristeza y con incertidumbre. Tristeza porque, de las tres patas del banco, una de ellas se caía, y nunca mejor dicho, el fin de semana anterior a la salida. Pablo, con el que llevaba planeando desde finales de verano de 2006 esta magnífica aventura, sufría una inoportuna lesión de rodilla fruto de una mala caída en la bici. Así que finalmente sólo quedábamos dos intrépidos ciclistas para afrontar los algo más de 200 kilómetros que separan Ponferrada de Santiago de Compostela.

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Fran y Javi en la estación de Virgen del Rocío (Sevilla)

En cuanto a la incertidumbre, ésta venía marcada por las inclemencias meteorológicas. El tiempo llevaba toda la semana siendo no sólo desapacible, sino francamente hostil. Nieve, y frío se adivinaban desde las neblinosas vistas que ofrecía una cámara web emplezada en Cebreiro, y cuando la vista era clara, no era mucho mejor: nieve, nieve y más nieve. Pero era tarde para volverse atrás. Todo estaba ya dispuesto, y no cabía sino seguir hacia delante. Sin embargo, antes de empezar a dar pedales, habría que afrontar una dura prueba en forma de once horas de autobús hasta el punto de partida. Sin duda, algo que amendrantaría a más de uno.

Once horas que, a la postre, se convirtieron en doce. Y que dieron para mucho: ventolera en Sevilla, lluvias torrenciales en Cáceres, frío cortante en Salamanca, un amanecer lluvioso en Zamora, y una mañana magnífica en La Bañeza (donde, increíble, pudimos disfrutar de un molletes ¿de Antequera? con aceite de oliva aceptables) y en Ponferrada.

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Castillo templario de Ponferrada

Ponferrada, nuestro lugar de partida. Desde el albergue de peregrinos la distancia marcada hasta Santiago era de 202’5 km. Nosotros, a la postre, haríamos algo más, dado que tuvimos que recorrer parte del Camino en dirección contraria hasta el albergue de peregrinos, a fin de sellar por vez primera en el Camino las credenciales. Hecho que nos proporcionó, a la postre, la posibilidad de contemplar el castillo templario de la ciudad, así como tener una interesante charla con un señor en el albergue, que se quejaba de la banalización del Camino, y que amenazaba con una futura reforma de los requisitos para obtener la Compostela, elevando el kilometraje requerido hasta los 1000 kilómetros. Por esa vez nos íbamos a escapar, pero para la siguiente ya se vería.

Empezamos el Camino con fuerza, con mucha fuerza. Se notaba que teníamos ganas de estirar las piernas tras el pesado viaje en autobús. Además, el perfil prácticamente plano de la etapa, en este comienzo, animaba a ello. Parecía que más que en bicicletas estuviéramos montados en otra cosa:

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Ferrari en Cacabelos

¿Qué hacía un Ferrari en Cacabelos? La respuesta llegaría el Martes Santo, en Santiago. Había una concentración de Ferraris por el 60º aniversario de la creación del primer Ferrari de competición. Tras deleitarnos un rato con las vistas, seguimos hacia delante.

Algunos kilómetros después llegamos a la primera tachuela del Camino, poco antes de Villafranca del Bierzo. Tachuela que se me atragantó de mala manera, ya que sufrí dos amagos de tirones, en el gemelo derecho, y un mastuerzo en todoterreno se quiso pelear conmigo porque, en plena subida, por el cansancio, hice oscilar la bici más de la cuenta y le asusté. Tras unas recias palabras, la cosa no llegó a mayores.

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Entrada de Villafranca del Bierzo

La llegada a Villafranca del Bierzo no pudo ser más oportuna. A la hora de comer, y cuando un sospechoso viento arrastraba desde las cercanas montañas unas nubes con -se veía a la legua- aviesas intenciones. En el albergue de peregrinos nos indicaron que podríamos disfrutar de una excelente comida en el restaurante “La Puerta del Perdón”, y acertaron de lleno.

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Almuerzo en La Puerta del Perdón

Tuvimos la oportunidad de compartir mesa y mantel con otros dos peregrinos, un jiennense y un vallisoletano que nos advirtieron, por cierto, de que el albergue de Cebreiro, donde teníamos intención de hacer noche, se encontraba cerrado por obras. Negros nubarrones, sí, bajaban desde Cebreiro, y no sólo en lo climatológico. ¿Qué hacer? Nos apuntaron dos posibilidades: la primera, para en Ruitelán, en un buen albergue privado, antes de la subida. La segunda, seguir hasta Liñares, después de Cebreiro, y hacer noche en Casa Jaime, buen sitio. Dejamos la decisión para mas adelante. Apenas eran las tres de la tarde y nos encontrábamos fuertes. Y había empezado a llover.

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17 abr 07 Crónica del Camino Francés: Día 1 (y II)

Esta entrada es la parte 2 de 5 de la serie Camino de Santiago 2007

Efectivamente, había empezado a llover. No era una lluvia muy intensa, pero lo suficiente como para forzarnos a sacar los impermeables. El Camino se estaba empezando a complicar, y mucho antes de lo esperado. Aún contábamos con disponer de 16 kilómetros de tregua, en terreno prácticamente plano antes de acometer la pared de 690 metros de ascenso en tan sólo 9 kilómetros. Pero esos 16 kilómetros tampoco fueron, a la postre, ningún paseo. Lluvia y viento de cara dificultaban el pedaleo, de tal manera que incluso en zonas de descenso nos veíamos forzados a pedalear de firme para poder avanzar. La subida, desde Ruitelán, se adivinaba dura. Muy dura.

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Fran afrontando la primera pared

La subida fue atroz. Habíamos calculado unas dos horas, para salvar los 9 kilómetros que nos separaban de Cebreiro, y finalizar la etapa en torno a las 19:30h. Empleamos casi tres horas en el recorrido, que oponía paredes (patásenelpecho) con rampas del 20%, viento en contra y frío, mucho frío. Y eso que nos decidimos a seguir la carretera, algo más cómoda, y evitar la senda de peregrinos, con fama de ser mucho más dura y difícil, en especial con agua y barro, como era el caso.

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Bifurcación del Camino en senda y carretera

Entre bromas, recordábamos cómo habíamos visto Cebreiro nevada a través de la webcam de la RTVG, y Fran se lamentaba por no haberla podido ver en vivo. Apenas, comentábamos, quedaba un poquito en lo alto de la montaña más alta que se veía al fondo, y bromeábamos con que sería brutal que llegáramos hasta esa altura. Llegamos:

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Nieve en la carretera

Si bien es verdad que en realidad no era para tanto. Al menos, aquel día. Sin embargo, el frío era enormemente cortante, y la subida parecía no acabar nunca. Especialmente porque habíamos advertido una curiosa discrepancia entre nuestros cuentakilómetros (que marcaban aproximadamente lo mismo) y la guía y el libro de ruta que llevábamos (que también coincidían entre sí). Por lo que se veía, no sólo a nosotros se nos estaban haciendo muy larga la etapa.

Y sin embargo, coronamos el puerto. Puerto que se encontraba completamente pelado, salvo por unos pequeños arbolitos. Qué bonitos, con nieve y todo, como en las postales. Pero no. No era nieve. Cuando nos acercamos un poco más, pudimos ver que en realidad se encontraban helados, con carámbanos colgando y todo. Ni ánimo para echarles una foto nos quedó. Y así hicimos la entrada triunfal en la aldea de Cebreiro. El frío era cortante y negros nubarrones amenazaban con volver a descargar sobre nosotros. El albergue, efectivamente, se encontraba cerrado, y en toda la aldea, un polo turístico de primer orden en la zona, no quedaba ni una sola habitación libre.

Nos estábamos pelando de frío, y no teníamos donde caer muertos. Ni ánimo para echar unas fotos, ni para una pequeña posada que había pactado con Pablo ante la webcam de Cebreiro (con idea de colgarla a posteriori) nos quedaba. Y suerte que contaba con unas bolsas de calor químico (una de ellas regalada, tiempo ha, por mi buen amigo Jose Jaquotot) que nos permitieron entrar en calor. De esta manera afrontamos la única solución posible: prolongar la etapa y seguir avanzando.

La siguiente aldea tenía como nombre Liñares, y sabíamos que allí habia una buena casa rural. Lamenteblemente, también se hallaba completa. Las vacaciones de Semana Santa estaban haciendo estragos. De nuevo nos veíamos forzados a reemprender la ruta. Eran ya casi las 21:00h y había empezado a nevar, así como a bajar una sospechosa niebla que amenazaba con envolvernos totalmente. La situación, o eso creíamos, no podía ser más dramática. La próxima parada era Hospital de la Condesa, con albergue de peregrinos. Confiábamos en tener algo más de suerte. Esquiva suerte: el albergue no sólo se hallaba completo, sino que había gente durmiendo por los suelos, con aislantes. ¿Qué hacer? Un señor mayor, que parecía hacer las veces de hospitalero, o que acudía al albergue en busca de conversación, me comentó que a la salida de la aldea había un restaurante que tenía habitaciones. Quizás allí pudiéramos encontrar algo. Y si no, la alternativa era seguir hasta Fonfría, a unos 6 kilómetros de allí. Desesperanzado, le transmití las malas nuevas a Fran. El alma se nos cayó a los pies. Seguía nevando, la niebla bajando y estaba cada vez más oscuro: había pasando ampliamente las 21:00h.

Y sin embargo, la suerte nos cambió. Fran entró a preguntar en el restaurante, Mesón “O Tear”, y debió de poner tal cara de pena, que la chica que se encontraba al cargo accedió a abrirnos las habitaciones, pese a que, como nos dijo, en realidad no abrían hasta el día siguiente y se encontraban allí por casualidad, preparando las habitaciones. Pero que no disponían de nada que comer, pues no hacía acopio de alimentos hasta el día siguiente. No era problema, aquello nos sonó a música celestial. Y aparte, llevábamos raciones de comida energética, para casos de emergencia. Al menos aquella noche podríamos dormir calientes en las dos únicas habitaciones que tenían disponibles.

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Habitación de Fran

La etapa había terminado. Había sido larga, dura, difícil y con climatología tremendamente adversa. Pero lo peor de todo el Camino había pasado. Una ducha bien caliente y un masaje con alcohol de romero, poco después, hicieron maravillas. Y además, tuvimos la agradable sorpresa de que la chica del mesón consiguió hacerse con algo de pan, embutidos y queso para preparnos unos bocadillos. Hay cosas, desde luego, que no se pueden pagar con dinero. Fuera la ventisca seguía arreciando. ¿Con qué sorpresas nos encontraríamos al día siguiente?

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Telar que daba nombre al sitio

Resumen de la etapa:

  • Recorrido previsto: Ponferrada – O Cebreiro
  • Recorrido realizado: Ponferrada – Hospital de la Condesa
  • Distancia indicada en la guía: 57’0 km.
  • Distancia marcada: 62’9 km.
  • Comida en: Villafranca del Bierzo. Restaurante “La Puerta del Perdón”. Excelente
  • Cena y noche en: Hospital de la Condesa. Mesón “O Tear” (mesón y albergue rural). Bueno
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19 abr 07 Crónica del Camino Francés: Día 2

Esta entrada es la parte 3 de 5 de la serie Camino de Santiago 2007

La mañana del Domingo de Ramos, segundo día de Camino, desperté con una intensa sensación de frío. Dentro de la cama, se estaba en la gloria, pero pese a la existencia de un buen radiador en la habitación hacía frío, mucho frío. Las casas de piedra, como era la que albergaba el mesón, son frías, y ésa no era una excepción. Aun así aquello era demasiado, por lo que me temía que la nevada habría continuado durante toda la noche. Y no en balde estábamos a unos 1300 metros de altitud. Así era. Cuando me asomé a la ventana el espectáculo que se ofrecía ante mis ojos confirmaba mis temores: había estado nevando toda la noche.

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Vista de la entrada de “O Tear” desde la habitación de Fran

Era un bonito espectáculo pero… ¿podríamos afrontar la etapa sin problemas, teniendo en cuenta que teníamos una intensa bajada hasta Triacastela para abrir boca, o tendríamos que quemar el día que disponíamos de margen para llegar a Santiago en una aldea de las montañas lucenses? Aún estaba oscuro, pero la respuesta no tardaría en llegar, junto con el amanecer. Mientras tanto, teníamos que hacer lo único que estaba en nuestras manos: preparar el equipaje y tomar un buen desayuno.

El desayuno fue algo frugal, debido a que la despensa del mesón se encontraba bajo mínimos. Aun así pudieron prepararnos sendos tazones de leche caliente y pan tostado (sólo con mermelada) para desayunar. Una vez terminado el desayuno, y ya pasado el amanecer, pudimos contemplar el estado del día. Era mejor de lo esperado. Había dejado de nevar, y la niebla se había levantado. Además los quitanieves habían hecho acto de presencia y habían despejado la carretera. Podíamos reemprender el camino.

La etapa del día, merced a los kilómetros extra realizados el día anterior, prometía ser mucho más relajada. Sólo teníamos que hacer unos 31 kilómetros, con tan sólo una pequeña subida hasta el Alto del Poio antes de la bajada a Triacastela, y luego la tachuela del Alto de Riocabo antes de llegar a Sarria. Quizás pudiéramos prolongar la etapa unos cuantos kilómetros más, a fin de restar kilómetros en la etapa final a Santiago, la más larga con diferencia. Y con esa idea en mente, iniciamos la etapa al filo de las 9:30h de la mañana.

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Previo a la emprender la etapa

La subida al Alto del Poio la solventamos en apenas 20 minutos, alcanzando la cota más alta de nuestro recorrido por el Camino Francés (1335 m.). Sin embargo, en ese corto espacio de tiempo las condiciones climatológicas dieron un vuelco: la niebla volvió a envolvernos, y la nieve volvió a hacer acto de presencia. La bajada, con fama de peligrosa, se complicaba. Tras inmortalizar el evento, nos pusimos de nuevo en marcha.

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Fran en el Alto del Poio

La bajada fue larga, difícil, peligrosa y heladora. Pese a bajar controlando, la nevada nos dificultaba enormemente la visión, de tal manera que los copos de nieve llegaban a acumularse en los cristales de las gafas, haciendo necesario quitarlos con las manos para no perder la visibilidad. Además, el frío era tan intenso que me hacía castañetear los dientes, pese a llevar puestas dos equipaciones ciclistas de invierno, una braga de forro polar, gruesos guantes de motero y gorro bajo el casco. Además, empezaba a pensar que la aparición de las quitanieves podía ser más un peligro que una ventaja. No había nieve, en efecto, pero la calzada se encontraba empapada, y temía la aparición de placas de hielo, lo que sí podría ser verdaderamente peligroso. Y de en ello andaba pensando cuando de repente llegamos a la altura de una enternecedora iglesia emplazada junto a la carretera. Aquello merecía un alto.

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Iglesia bajo la nieve

Tras la breve pausa, seguimos con el descenso. No era plan enfriarse -aún más- y no sabíamos qué nos esperaba más adelante, aunque sabíamos que las predicciones no eran buenas. Mejor seguir adelante antes de que la situación empeorara. Aún quedaba lo peor de la bajada, consistentes en un par de paelleras enlazadas con una fuerte pendiente. Menos mal que aquello no nos tocaba subirlo, pensé. Para aquel entonces la nieve se había transformado en aguanieve.

Perpectiva de la bajada a Triacastela
Captura de Google Earth de la bajada a Triacastela

Llegamos a Triacastela congelados. Tal fue así que lo primero que hicimos, tras la obligada escala técnica en un cajero para reponer fondos, fue entrar en el primer bar que nos tropezamos y pedir un caldo, un chocolate, lo que fuera, pero que fuera caliente. Un par de paladines a la taza -eché en falta jeringos-, y un rato de conversación hicieron milagros. Pero seguía lloviendo, y hacía mucho frío. No podíamos parar demasiado. Así que tras la obligada parada en la Iglesia de Santiago de Triacastela, reemprendimos el Camino. Aun así, a lo tonto a lo tonto, nos habíamos ventilado más de la mitad de la etapa en apenas dos horas, parada incluida.

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Iglesia de Santiago de Triacastela

La salida de Triacastela nos dio la posibilidad de afrontar la primera experiencia real del Camino. Hasta entonces prácticamente todo había sido para nosotros dar pedales por carretera, pero a partir de Triacastela apareció la verdadera belleza del camino: las corredoiras, sendas que atraviesan los bosques gallegos, de una belleza espectacular.

La subida al Alto de Riocabo la afrontamos en su mayoría por corredoiras, salvo por los obligados tramos por carreteras rurales sin ningún tráfico. Pero el ascenso se dejaba notar, tanto por la dureza como por la aparición de un nuevo elemento climatológico: el aguanieve. Nadie dijo que aquello fuera a ser fácil. Y también, por descontado, hizo su aparición el barro, con todo lo que ello conllevaba. Pero como bien dijo Fran, incluso allí el barro era diferente: no se adhería a las cubiertas, añadiendo peso y dificultando la marcha, como ocurre en Andalucía con el barro arcilloso de la vega del Guadalquivir. Algo era algo.

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Fran con una corredoira al fondo

La marcha desde Triacastela hasta Sarria nos deparó una nueva sorpresa, y era la sorprendente cantidad de chicas que realizaban el Camino a solas. Las veías andando, por un camino en el que no se veía un alma, y en la que en varios kilómetros a la redonda no había otra manifestación de intervención humana salvo el propio camino, y te daba bastante que pensar. Eso sí que era echarle valor.

Una vez superado el Alto de Riocabo, última subida del día hasta Sarria, afrontamos un nuevo descenso, no tan vertiginoso como el anterior, pero sin duda emocionante. Las pequeñas aldeas, apenas cuatro casas, se iban sucediendo, e íbamos quemando kilómetros hasta Sarria. Entonces, tras superar una complicada zona embarrada, vino el primer problema serio del viaje.

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Zona trialera completamente embarrada

Llevaba algunos kilómetros notándolo, pero al superar la zona trialera tuve la completa confirmación: llevaba la dirección floja. Mi vieja burra usa el sistema de ajuste de la horquilla mediante una doble tuerca, en la que la primera afirma la dirección, y la segunda evita que la primera tuerca se afloje. Pues bien, se habían aflojado. La vez anterior que me había sucedido aquello había destrozado las roscas y tuve que abandonar la etapa. Y para mayor problema, era Domingo de Ramos, así que podía ir despidiéndome de encontrar un taller abierto. Fran llevaba una llave inglesa entre su equipaje, pero por desgracia su ancho no bastaba para acometer la operación. Así que tuve que apretar las tuercas como pude, y seguir adelante con enorme cuidado. Al menos en lo climatológico el día había mejorado de una manera increíble. No sólo había dejado de llover, sino que había salido un magnífico sol.

Un par de kilómetros antes de Sarria, en San Mamede del Camino, llegamos hasta el Albergue Paloma y Leña. No tenía constancia de su existencia, ya que databa del año 2006, y la guía en la que me había basado para realizar mi libro de ruta, regalada por mi buena amiga Bea Gascón, era una edición de 2003. Decidimos parar a ver si pudieran echarme una mano con la dirección. Por desgracia no pudo ser así, pero el lugar era tan agradable, y los dueños (es un albergue privado) tan amables y atentos, que decidimos dar por concluida la etapa y hacer alto aquel día allí. Sin duda, lo merecía.

Por consejo de Paloma y de Leña nos dirigimos a Sarria, donde había ese día una feria de antigüedades. Almorzamos en el mesón “O Tapas”, junto al ayuntamiento de Sarria. Después de comer unos policías locales, muy amablemente, nos prestaron una llave inglesa con la que pudimos apretar las tuercas de la dirección, y nos indicaron el lugar donde se celebraba la feria. Allí pasamos la tarde, antes de volver al albergue y hacer las oportunas revisiones mecánicas a las máquinas.

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Ironías de la vida: un teléfono echando fotos a cámaras fotográficas

En torno a una hora después de volver al albergue el tiempo volvió a cambiar de manera brusca, dando paso a una fuerte tormenta, que duró hasta la noche. En el ínterin tuvimos la oportunidad de conocer a tres compañeros de albergue: dos chicos de Marín (Pontevedra), y uno de Torredonjimeno (Jaén). Era increíble la enorme cantidad de andaluces que nos estábamos encontrando. Y tras una genial cena preparada por Paloma, nos recogimos, no sin antes disfrutar de una divertida aparición del gato de Drácula, surgido directamente de una sospechosa niebla digna de una película de la Hammer.

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El gato de Drácula

Resumen de la etapa:

  • Recorrido previsto: Hospital de la Condesa – Sarria
  • Recorrido realizado: Hospital de la Condesa – Sarria
  • Distancia indicada en la guía: Aprox. 31 km.
  • Distancia marcada: Aprox. 36 km.
  • Comida en: Sarria. Mesón “O Tapas”. Bueno
  • Cena y noche en: San Memede del Camino (Sarria). Albergue “Paloma y Leña” (privado). Excelente
  • Notas: Problemas con la dirección de mi bicicleta, consistente en que las tuercas de la dirección se aflojaron. Arreglado con la ayuda de la policía local de Sarria
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20 abr 07 Crónica del Camino Francés: Día 3

Esta entrada es la parte 4 de 5 de la serie Camino de Santiago 2007

El amanecer del Lunes Santo, tercer día de Camino, nos deparó una agradable sorpresa en forma de radiante amanecer. Había temido enormemente la llegada de la mañana, dado cómo había caído la noche, con una fuerte tormenta y con la zona bañada en niebla, pero la mañana nos saludó con un esplendoroso sol. Así que, tras un magnífico y revitalizante desayuno preparado por Paloma, nos dispusimos a afrontar una nueva etapa.

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Alrededores de Sarria

Ya desde la propia salida de Sarria pudimos percibir que la etapa no se iba a parecer en nada a lo que habíamos visto hasta entonces. En primer lugar en el aspecto climatológico, dado que había experimentado una enorme mejoría. En segundo lugar por el perfil de la etapa a recorrer. Se habían acabado las grandes subidas y bajadas, y lo que nos tocaba afrontar eran continuos sube-baja, un verdadero perfil rompepiernas. Pero sobre todo notamos que iba a ser diferente por la afluencia de gente. Hasta ese momento habíamos presenciado una moderada afluencia de gente haciendo el Camino. Todo eso cambió en Sarria. Dado que se encuentra a algo más de 100 km. de Santiago, y que cuenta con línea férrea directa hacia Madrid, mucha gente decide empezar el camino en esta localidad. Se habían acabado para siempre la soledad de los montes. A partir de ahora íbamos a echar en falta un accesorio en las bicis: el timbre.

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Arroyo sobre una corredoira

Desde Sarria el Camino discurría casi en su totalidad por corredoiras y caminos, por lo que un elemento con el que ya nos habíamos tropezado, pero que empezaba a mostrarse en todo su esplendor: el barro. Toda el agua que los días anteriores nos había caído sobre la cabeza nos saludaba de nuevo desde el suelo, tanto en forma de barro como de improvisados manantiales y arroyos que jalonaban sin cesar nuestro pedalear por tierras lucenses. Fran no daba crédito a que la tierra fuera tan húmeda. Y así, a lo tonto, a lo tonto, llegamos a un nuevo hito en el Camino: estábamos a 100 km. de Santiago. Llevábamos recorrida la mitad del Camino.

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100 km. hasta Santiago. Mirando al infinito y más allá

La etapa continuó con un contínuo sube y baja, pero con tendencia general ascendente. Pronto aprendimos que a partir de esta etapa sólo podríamos considerar la exitencia de tendencias, ya que en un terreno tan quebrado lo mismo tenías que pillar freno en vertiginosas bajadas como hacer juego de riñones para superar patásenelpecho. Una cosa no se podía decir: el recorrido era cualquier cosa menos monótono.

Y así, poco a poco, superamos la primera fase de la etapa, en ascenso, y empezamos un recorrido descendente en dirección a Portomarín, que marcaba la mitad aproximada de la etapa del día. Pronto avistamos el pueblo, junto al embalse de Belesar, e iniciamos un largo descenso con importantes variaciones tanto de pendiente como de firme, hasta la entrada del pueblo. Fue entonces cuando empecé a notarlo: cada vez que frenaba notaba un molesto golpeteo en el freno trasero y tenía la sensación de que me frenaba poco. Cuando llegáramos a Portomarín tendría que meterle un repaso.

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Entrada de Portomarín

Portomarín es un pueblo de nuevo cuño. El viejo Portomarín se pudre bajo las aguas del pantano de Belesar, inaugurado en 1962, con lo que hubo que mover el pueblo al cerro cercano sobre el que hoy se levanta. Algunos monumentos singulares, como la iglesia-fortaleza de San Nicolás, de singular valor, se desmontaron piedra a piedra y se levantaron en su nuevo emplazamiento. Aún pueden verse en las piedras la numeración con la que éstas fueron marcadas.

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Iglesia de San Nicolás de Portomarín

En principio, y pese a que ya rondábamos la una de la tarde, la escala en Portomarín iba a ser una escala breve, tan sólo lo justo para descansar un rato, tomar un refrigerio y ver un poco el pueblo. Sin embargo, al revisar los frenos de mi bici pude descubrir la razón del golpeteo: tenía las pastillas de freno completamente comidas, hasta el metal. La razón del golpeteo se debía a que los brazos del freno V-Brake tocaban con los tacos de la cubierta. De hecho, en uno de los brazos se había marcado una muesca por el golpeteo de los tacos. Era algo estremecedor, y que daba una idea de la magnitud de las bajadas que habíamos tenido que afrontar, sobre todo con el lastre de las alforjas. Se imponía una reparación. Al menos, al ser Lunes Santo pudimos encontrar una tienda de reparación de bicicletas donde procedieron a cambiarme las cuatro pastillas de freno. Y dado que se nos había hecho algo tarde, optamos por comer en una tasca cercana al albergue de peregrinos de Portomarín, a base de hamburguesa. Después de comer, y sin pararnos demasiado, reemprendimos la etapa. Habíamos recorrido 24 kilómetros, y nos quedaban otros 23.

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Ventana románica de la Iglesia de San Nicolás con la numeración marcada

La salida del Camino de Portomarín se realiza por carretera, en un contínuo ascenso de unos 12 kilómetros hasta Ventas de Narón. Era una parte del camino que no dejaba nada a la imaginación, y que obligaba a acoplarse como mejor se pudiera sobre la bici y dejar pasar los kilómetros. Y para colmo, el viento volvía a hacer de las suyas.

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Ermita entre Ventas de Narón y Ligonde

Tras pasar Ligonde el Camino volvía a adoptar un perfil algo más relajado. Y así, sin gran novedad, llegamos antes de lo esperado a Palas de Rey, el final de etapa previsto. Y dado que aún no eran ni las cinco de la tarde, y no había nada mejor que hacer, decidimos seguir adelante, hasta Melide. En realidad, había un par de razones objetivas para seguir adelante. La primera era recortar kilómetros de la última etapa (68 km.), y la segunda era que merecía la pena llegar al albergue de Melide, con fama de bueno, amplio, y equipado para albergar bicicletas. Así que seguimos de frente. Al poco de pasar el albergue sucedió algo en cierta medida estremecedor: una chica, joven y bien parecida, al vernos pasar con las bicis nos rogó con una voz más propia de un alma en pena que por favor la lleváramos en las bicis. Al principio lo tomamos un poco a guasa, pero la chica seguía insistiendo con voz lastimera a medida que nos alejábamos.

A partir de Palas de Rey volvimos a tener más ratos de camino y corredoira, a diferencia del tramo anterior, en el que el asfalto había predominado, con lo que el Camino ganó en belleza, pero también en dureza. De nuevo las corredoiras nos conducían en nuestro avance hacia Santiago. Pero el tiempo, veleidoso, venía a sumarse con un nuevo giro a los elementos a tener en cuenta: negros nubarrones se alzaban frente a nosotros. Se avecinaba una tormenta.

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Laguna junto al Camino

En las cercanías de Casanova, última población lucense en el Camino, nos planteamos terminar la etapa, dado que contaba con un albergue de peregrinos. Durante un rato estuvimos recorriéndolo, pero su estado de total abandono (si bien no se encontraba descuidado), y la imposibilidad de procurarnos avituallamiento en una aldea que no contaba con ninguna clase de tienda, nos hizo seguir adelante. Al fin y al cabo, ¿qué era una vulgar tormenta comparada con lo que habíamos pasado en Cebreiro? Así que seguimos adelante.

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Fran descendiendo por una corredoira

Al final, y por suerte, no nos llovió, y tras unos 9 kilómetros de pedaleo llegamos a Melide. Rápidamente localizamos el albergue, donde encontramos sitio. Tras limpiar las bicis y asearnos, y después de un rato de charla con un peregrino pamplonica con el que trabamos amistad, salimos a dar una vuelta por el pueblo. Habíamos realizado 16 kilómetros extra, con lo que habíamos recortado la última etapa hasta los 52 kilómetros. Una buena etapa.

No se me puede olvidar un incidente que ocurrió en el albergue. Me encontraba duchándome cuando la hospitalera vino preguntando por mí. La guardia civil me estaba esperando abajo. Tras el susto inicial, la señora me dijo que a una chica alemana le habían robado la mochila de una ventana que daba a las cuadras donde dejamos las bicis, que tenían un sospechoso, y dado que éramos los últimos que habíamos estado en la zona junto con el pamplonica, querían que le diera la descripción. En efecto, cuando estábamos limpiando las bicis, había visto a una persona que me había dado mala impresión, de tal manera que le eché a las bicis los candados, cosa que no había hecho en todo el resto del Camino.

La chica, alemana para más señas, estaba desolada, ya que se había quedado con lo puesto, salvo por la documentación y el dinero, que llevaba encima. Además, no hablaba una palabra de español, aunque por suerte un compatriota pudo hacer de intérprete. En cuanto se supo en el albergue, éste se revolucionó. Todo el mundo contribuyó a ayudar a la chica, unos con camisetas, otros con calcetines, otros con bolsas, e incluso apareció una pequeña mochila que a alguien le sobraba. La pobre no sabía si reir o llorar.

Y entonces vino la sorpresa. Al poco volvió la pareja de la guardia civil, que se había marchado después de que yo prestara declaración, y traían con ellos la mochila: había aparecido en una iglesia, a 50 metros del albergue, con todo su contenido al completo, cámara de fotos digital incluida. Quien quiera que la hubiera robado no había tocado nada. Quizás iba buscando dinero. La alemana estaba flipando en colores.

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Señal del Camino en el casco urbano de Melide, engalanado por Semana Santa

Tras este incidente, la tarde fue bastante tranquila. Fran y yo nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo, y cenamos en un hotelito cercano al albergue. Y en torno a las 22:30h dábamos por finalizada la jornada y retornábamos al albergue. Albergue que se encontraba sospechosamente vacío. ¿Dónde se encontraba la gente? La respuesta llegó media hora más tarde: de borrachera. Al día siguiente nos enteraríamos, gracias al pamplonica, de que casi todo el albergue -de tres planta y 130 plazas-, para celebrar la reaparición de la mochila, se había ido a celebrarlo, tomando al asalto una tasca típica, y dando buena cuenta de la producción de vinos de la tierra. Una lástima habérnoslo perdido.

Resumen de la etapa:

  • Recorrido previsto: Sarria – Palas de Rey
  • Recorrido realizado: Sarria – Melide
  • Distancia indicada en la guía: 64’5 km.
  • Distancia marcada: Aprox. 70 km.
  • Comida en: Portomarín, bocatería cercana al albergue de peregrinos. Aceptable
  • Cena en: Melide, Pousada “Chiquitín”. Excelente y barato
  • Albergue: Melide. Bien equipado, aunque algo antiguo
  • Notas: Cambio de pastillas de freno por desgaste. Taller de reparaciones en Portomarín. 12€
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26 abr 07 Crónica del Camino Francés: Día 4

Esta entrada es la parte 5 de 5 de la serie Camino de Santiago 2007

El cuarto y último día de etapa nos sorprendió con una magnífica mañana. Íbamos a afrontar la etapa que en un principio se suponía más larga, pero que habida cuenta del exceso de kilometraje recorrido el día anterior se había quedado bastante recortada. Por otro lado, era la que sobre el papel tenía el perfil más asequible. La situación, pues pintaba muy favorable: buen día, etapa recortadita (52 km. frente a los 68 que teníamos planeado) y perfil asequible. Nos las prometíamos felices. Pronto saldríamos de nuestro error.

La salida de Melide volvió a ofrecernos una bella estampa del agro gallego. Y, oh sorpresa, las bromitas empezaban pronto. ¿De dónde había salido ese cuestón del 15? Como todo fuera así, íbamos a pasarlo divertido.

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Tirando de la bici

Pues sí: fue divertido. Divertidísimo. A lo largo de toda la etapa tuvimos que afrontar vertiginosas bajadas, durísimas subidas e inexplicables cambios de tiempo, pasando del radiante sol del inicio a tremendos bancos de niebla (como el que se formó junto al río Iso -9000-), pasando por nublados y vueltas a de nuevo al sol. Un día, sin lugar a dudas, variado.

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Cruce del río Iso

En Arzúa, y tras llevar recorrido un tercio de la etapa, volvimos a encontrarnos con el peregrino pamplonica con el que habíamos estado de cháchara el día anterior. Tras saludarnos, nos refirió la historia del día anterior, en la que se fueron de farra a celebrar la aparición de la mochila. Tras un rato de cháchara, seguimos nuestro camino.

La etapa continuó por los mismos derroteros que había tenido en el primer tercio del recorrido: continuas subidas y bajadas, cortas pero intensas. La principal novedad vino en la gran cantidad de gente que nos encontramos haciendo el Camino: se notaba la cercanía de Santiago. La tranquilidad, pues, se había acabado. Dentro de esta afluencia de gente cabe destacar la presencia del ciclista catalán. Era un señor maduro, a piques de pasar de la cincuentena. Había salido de Roncesvalles y viajaba solo. Tenía previsto hacer noche en Monte do Gozo, ya que su familia, según nos contó, no llegaba hasta el día siguiente. Pero desde luego, para hacer noche a 6 kilómetros de Santiago, corría que se las pelaba. En las subidas no teníamos demasiado que envidiarle, pero en bajadas y llano era una máquina de dar pedales. No pasó mucho tiempo antes de que nos dejara atrás. Aunque, al fin y al cabo, íbamos disfrutando del paisaje y parando de cuando en cuando a hacer fotos.

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El ciclista catalán pasando por una aldea

Y así, poco a poco, nos fuimos acercando al final de etapa. La última parte verdaderamente bonita del Camino la superamos en las cercanías de Lavacolla, donde la última corredoira del Camino se despedía de nosotros de una manera un tanto irónica: dado que no querría que la olvidáramos, nos dejaba ir afrontando una pendiente brutal. Aunque la belleza del momento casi lo compensaba. Casi.

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Subiendo la corredoira a golpe de riñón

La subida hasta el aeropuerto de Lavacolla fue larga y dura. Dureza incrementada, además, por un sol que caía a plomo sobre nosotros, en una zona que se encontraba más desarbolada de lo que el entorno nos tenía acostumbrados, en una zona de eucaliptos que parecía haber sufrido los efectos de los incendios del verano de 2006.

Una vez que llegamos al aeropuerto, comenzamos un nuevo descenso, el último antes de afrontar la nueva subida, la del Monte do Gozo. Pero ese descenso, como el resto de la etapa, estaba punteado de tremendos repechos que hacían estremecerse al más pintado. Y así, preguntándonos qué sería lo siguiente, llegamos a las primeras estribaciones del Monte do Gozo.

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Fran en plena subida de una pared

El Monte do Gozo apenas parecía una tachuela en el perfil de etapa que manejábamos. Pero fuera por lo que fuese, la hora (pasábamos la una de la tarde), el calor o bien los casi 200 kilómetros que llevábamos en las piernas, hizo que su subida se nos atragantara un poco. La cercanía de Santiago, pese a todo, nos daba ánimos, como el que me hizo vaciarme en dos fastidiosos repechos, que hube de subir apretando los dientes y engranando marchas duras para coger reprise en las bajadas que las antecedían. Pero sabía que si no era así, con aquellas breves explosiones de fuerza, no podría superarlos. Aun así, cumplimos el objetivo: llegamos como unos campeones al albergue de Monte do Gozo. Y no eran ni las dos de la tarde. Habíamos superado de largo la mejor de las expectativas, dado que no esperaba llegar a las cercanías de Santiago hasta media tarde. Y el día se había vuelto a nublar.

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Fran y yo en el Monumento al Peregrino

Comimos en un comedor del Monte do Gozo, y tras un rato de relax, en el que volvimos a coincidir con el ciclista catalán, con el estuvimos un rato de cháchara, emprendimos el asalto final a Santiago. Habíamos vencido la tentación de hacer final de etapa en Monte do Gozo, y las ganas de llegar eran enormes. Atravesamos el anillo industrial que rodea Santiago, y entramos en la ciudad.

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Entrada de Santiago

Luego de callejear un poco, y tras perdernos un poco en la entrada en el casco histórico (de buenas a primeras dejamos de ver flechas), lo conseguimos. Llegamos a la catedral por la rúa de la Azibachería y la Plaza de la Inmaculada. Allí estábamos. Parecía mentira.

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Plaza de la Inmaculada

Tras la obligada parada en la Plaza del Obradoiro, donde pudimos ver una concentración de Ferraris, nos dirigimos a la Oficina del Peregrino, a cumplir con el papeleo. Qué sería de este país sin la burocracia. Allí mismo, muy amablemente, nos informaron de que una cercana pensión tenía habitaciones libres. Y tan cercana, en los mismos soportales de la rúa del Villar, a apenas 20 metros de la Oficina del Peregrino, y a 50 de la Catedral. Eso sí que era llegar y besar el santo.

Y hablando de eso: tras adecentarnos un poco, llegamos al verdadero final. La tumba del Apóstol, y su estatua. Allí saludé al viejo amigo. Porque después de tres visitas, es ya casi de la pandilla.

Como cosa curiosa, Fran y yo debimos de ser de las últimas personas que pudieron cumplir con la tradición de apoyarse en la columna que hace de parteluz en el Pórtico de la Gloria, y de dar el coscorrón al Maestro Mateo -Santo dos Croques-, a su espalda, ya que a la mañana siguiente aparecía vallado, supuestamente por obras de restauración. Sin embargo, en mi fuero interno sospecho que en realidad el vallado se debe a que los responsables de la Catedral deben de estar hasta las narices de ver hacer estupideces a la gente que llega al Pórtico, como dar cabezazos en una gárgola, o meter las manos en sendas bocas de dragón. Pérez-Reverte tiene razón, algunos merecen no que les amurallen el gótico (él se refería a la Catedral de Palma de Mallorca), sino que se lo rodeen de alambre de espino y siembren minas. Para el románico también vale lo mismo.

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Pórtico de la Gloria vallado

Así pues, había terminado el viaje. Ya tan sólo quedaba el relax. Fran no partía de vuelta a Sevilla hasta la tarde del día siguiente, y yo no haría lo propio, pero en dirección Pontevedra, hasta entonces. En las siguientes 24 horas tuvimos oportunidad de ver un Mercedes por delante de un Ferrari de Fórmula 1, contemplar las archiconocidas procesiones de Semana Santa de Santiago de Compostela, hincharnos a comer en Casa Manolo, afamado restaurante compostelano, irnos de garitos en torno a la Universidad de Santiago, visitar el Museo de la Catedral y la iglesia de San Martín Pinario (no, Binario no, Pinario), y, por supuesto, asistir a la Misa del Peregrino.

Y colorín, colorado, esta crónica ha terminado.

Resumen de la etapa:

  • Recorrido previsto: Melide – Santiago de Compostela
  • Recorrido realizado: Melide – Santiago de Compostela
  • Distancia indicada en la guía: 52 km.
  • Distancia marcada: aprox. 58 km.
  • Comida en: autoservicio de Monte do Gozo. Aceptable
  • Cena en: Santiago de Compostela, Casa Manolo. Excelente y barato
  • Hospedaje: Santiago de Compostela, Pensión Rúa del Villar. Aceptable, muy bien situado
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