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Que no cunda el pánico
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18 dic 11 Etapa ciclista: Guillenazo Express (11/12/2011)

La semana de puente a la que me referí en mi anterior artículo tuvo un bonito colofón en el último día del puente. Ese día había quedado con mis compañeros de oficina, con los que no rodaba desde la caída que sufrí en la Cañada de la Barca, para hacer una de mis etapas favoritas en Sevilla: el Guillenazo. Y digo que es una de mis etapas favoritas porque es capaz de conjugar algunos de mis elementos predilectos: una subida sostenida de varios kilómetros (la subida por el Cordel de la Cruz de la Mujer), una bajada con muchas curvas enlazadas (la cuesta de la Lenteja), un buen tramo de recorrido cross-country (hasta llegar a Castilblanco), y una bonita bajada trialera por el Camino de Santiago. En realidad, cualquier etapa que cuente con este tramo está automáticamente entre mis predilectas. Pero el Guillenazo sigue siendo algo muy especial.

Estrictamente hablando, la etapa que teníamos planificada no se trataba del Guillenazo, sino de una versión algo más reducida (aunque más intensa), que me ha dado por llamar El Guillenazo Express. La diferencia entre un trazado y otro es que el Guillenazo clásico asciende desde Guillena hasta la Cantina siguiendo la Ruta del Agua, en un recorrido de 18 kilómetros que bordea el pantano de Gérgal, sin excesivas subidas y bajadas, mientras que esta etapa asciende por el cordel de la Cruz de la Mujer, en un trayecto de 11 kilómetros, nueve de los cuales son subida sostenida, con una buena pared de dos kilómetros, y una trepidante bajada de otros dos. Para gustos se hicieron los colores, y en mi caso, prefiero la variante express.

Habíamos quedado, como decía, el domingo a las 9:00h al comienzo del Cordel Rafa, Miguel, Manolo y yo. Manolo era la primera vez que cogía con nosotros su flamante Conor AFX 8500 DH 2012, y no cabía menos que darle un buen estreno. Sin embargo, a las 8:00h de la mañana parecía que nos íbamos a quedar sin etapa: Rafa se caía de la convocatoria, y en toda la zona de la Sierra de Sevilla y el Aljarafe había una niebla que no dejaba ver un burro a tres pasos. Hablé con Manolo, y decidimos esperar a las 8:30h para decidir si se mantenía o no la etapa. A esa hora la niebla -al menos en Santiponce- había levantado bastante, y tras hablar con Miguel y Manolo, decidimos continuar con la etapa. Así que a las 9:00h estábamos los tres en Guillena, con la mosca detrás de la oreja, porque en la entrada de Guillena por la autovía la niebla no había levantado, ni mucho menos. Por suerte, monte arriba la niebla sí había levantado, si bien la mañana seguía estando fría y plomiza.

Empezamos a dar pedales a las 9:10h. Teníamos por delante tres grandes subidas, y unos 46 kilómetros de etapa. Miguel y Manolo, que apenas habían salido a rodar desde el verano, habían expresado sus objeciones a dureza de la etapa en los días previos, por lo que decidimos marcar un ritmo relajado en la subida. Al fin y al cabo, la feria iba a ser larga, y no tenía sentido reventar al personal en las primeras de cambio. Así pues, los nueve kilómetros largos de subida inicial los marcamos a un ritmo medio de unos 10 km/h, por lo que -un sencillo cálculo- llegamos a la cima de la primera subida después de casi una hora de ascensión. Allí arriba el cielo había abierto un poco, pero pudimos observar que el valle del Ribera de Huelva se encontraba bañado por la niebla. Y teníamos que descender por él para llegar a la primera escala de la etapa: la Cantina. Sin duda, iba a ser un descenso sumamente divertido. Por mi parte, desde luego, iba a serlo: los días anteriores había estado ensayando la colocación de mi minicámara MD80 en la tija de la bici, en lugar de llevarla en su habitual lugar en el casco. Y ardía de ganas por comprobar qué tal salían los vídeos así.

El resultado fue mucho mejor de lo que habría podido esperar. Hice una bajada rapidísima, en la que marqué el pico de velocidad de la etapa a 58’5 km/h, tomé mis dos recortes habituales, y llegué a la Cantina con bastante adelanto sobre mis compañeros. Una vez llegaron, hicimos una pequeña parada para recobrar fuerzas antes de afrontar el siguiente reto.

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Aproveché el momento para tomar algunas fotografías de la excelente mañana que, pese al día plomizo y la niebla, estábamos teniendo.

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Mañana que, allí en junto al pantano, era fría y húmeda, como se podía apreciar en los jirones de niebla que se levantaban por todas las estructuras allí existentes.

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Reanudamos la marcha a las 10:30h, camino de nuestro siguiente objetivo: la subida de la cuesta del Toro. Iba a ser la tercera vez que pasara por ella, la segunda en subida, y la recordaba muy exigente: dos kilómetros largos, que comenzaban con unas curvas enlazadas en S desde el pantano de Guillena, que daban paso a dos amplias curvas a derecha e izquierda en los que se alcanzaban inclinaciones superiores al 13%, incluyendo un tramo brutal de 600 metros en el que la pendiente nunca llegaba a bajar del 8%. No quedaba sino batirse, por lo que cruzamos la presa del pantano, pasamos al otro lado del cauce, y nos dirigimos hacia nuestra subida. En los primeros compases del ascenso traté de marcar un ritmo cómodo, pero poco a poco Manolo empezó a descolgarse, lo que era bastante normal teniendo en cuenta lo que teníamos entre manos, por lo que a partir de determinado momento tuve que pensar más en subir a mi ritmo, que en marcar uno asequible. Así pues, alcancé y superé a Miguel -que había ido subiendo algo más adelantado- en las rampas más duras, para llegar en cabeza a la cima de la cuesta. La anterior vez no había tenido más remedio que echar pie a tierra en la subida. Esta vez la había hecho del tirón. :)

Una vez reagrupados, realizamos un breve descenso hasta un cortijo de toros bravos, y enlazamos con la pista que nos tenía que llevar a Castilblanco. Empezaba el tramo XC de 10’5 kms. hasta Castilblanco. Y empezaba fuerte: con una subida de kilómetro y medio hasta la segunda cota de la etapa. Y es que la cuesta del Toro no era el final de la segunda subida, sino tan sólo su tramo más duro. A partir de ahí nos quedaban unos cuantos kilómetros de subeybaja hasta el descenso hasta el pantano de Castilblanco.

A esas alturas Manolo había empezado a sufrir bastante. La subida de la Cuesta del Toro marcaba el punto de no retorno, allí donde era más fatigoso dar la vuelta que seguir adelante. Y ya lo habíamos superado. Al menos la siguiente escala iba a ser bastante productiva: unas buenas tostadas en Castilblanco. El problema era que por medio teníamos el último hueso duro de roer: la subida del pantano de Castilblanco. Tres kilómetros largos con pendientes máximas del 13’6% y una pendiente media del 5’5%. Una subida en línea prácticamente recta, que además destrozaba psicológicamente. Lo único positivo es que era una subida que permitía dosificar: está formada por cuatro grandes rampas con pendientes del 9-10%, con descansillo entre cada una de ellas que permiten recuperar un poco el resuello. En cualquier caso, una subida muy exigente.

De nuevo marcamos un ritmo tranquilo para superarla. Realizamos el ascenso en 30 minutos, a una velocidad media de 6’5 km/h. No tenía sentido reventarnos a esas alturas, y Castilblanco se veía ya en el horizonte. Tras una breve pausa, recorrimos rápidamente los escasos kilómetros que nos separaban del pueblo, donde entramos al filo de las 12:15h. Llevábamos a esas alturas de etapa 28 kilómetros a nuestras espaldas.

Como lo prometido era deuda, nos tomamos unas buenas tostadas en un bar cercano -como no podía ser menos- a la iglesia del pueblo. Tostadas acompañadas de unos buenos colacaos calentitos, ya que pese a haber rebasado el mediodía, la mañana en Castilblanco era bastante fría, y allí el cielo seguía encapotado.

Retomamos la etapa al filo de las 13:00h. Ascendimos a la parte alta del pueblo -la cota más alta del día, 352m frente a los 12 de Guillena-, y nos encontramos con una nueva sorpresa: la niebla iba a ser nuestra acompañante en el primer tramo de bajada por carretera. Plato que no era muy de nuestro agrado, teniendo en cuenta el intenso tráfico que a esas horas suele tener esa carretera. Pero no nos quedaba otra. Al menos, sólo iban a ser cuatro kilómetros hasta entrar en la pista del Camino de Santiago.

Entramos en la pista del Camino a las 13:05. Y ahí empezaba la diversión para mí. En realidad, con tan sólo ese tramo hubiera merecido la pena, aunque la etapa -pese a la paliza que Manolo llevaba encima- estaba siendo genial. Y encima, iba a ser una bajada entre la niebla. Dispuse de nuevo mi cámara y empecé a grabar:

El primer tramo hasta la cancela fue sumamente divertido. Y contra lo que había temido, se mostraba con un firme excelente: nada de barro, la arena compactada, y la piedra con buen agarre, pese a la humedad. Pude disfrutar como un enano. A partir de ahí el terreno mantuvo las mismas características, lo que hicieron que la bajada fuera una gozada, incluyendo los tramos más comprometidos. Lamentablemente, a esas alturas Manolo había empezado a sufrir calambres, que le obligaban a echar pie a tierra en los ocasionales repechos del trazado. Así que, siguiendo el principio de que no se deja a nadie atrás, optamos por moderar un poco el ritmo de la etapa. Como segundo contratiempo de la bajada, mi minicámara se quedó bloqueada, por lo que tan sólo pude registrar el primer tramo del descenso (aunque no hay mal que por bien no venga, ya que así tengo excusa para volver en breve).

Tras cuarenta minutos de bajada, dejamos atrás el tramo de dehesa de la bajada, y arrancamos el descenso por la campiña. Fueron quince minutos más de bajada entre frutales -primero- y olivares, hasta llegar al polígono industrial de Guillena a las 14:00h. Allí realizamos la última escala de la jornada, en la que adecentamos las bicis en un lavadero de coches. El resto de la etapa fue puro trámite: unos kilómetros de suave asfalto hasta Guillena, y un poco de callejeo por el pueblo hasta llegar a los coches. Terminamos la etapa a las 14:25h, tras casi 46 kms. de vibrante recorrido por la sierre de Sevilla. Una etapa en la que me había encontrado con una forma excelente, que hizo que la realizara completamente eufórico.

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro): 46’858 km.
  • Distancia (según el GPS): 45’9 km.
  • Tiempo de etapa: 3h 39m 16s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 5h 11m 11s
  • Velocidad media: 12’9 km/h
  • Velocidad máxima: 59’6 km/h
  • Pulsaciones medias: 121 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 183
  • Consumo medio de calorías: 810 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1420 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 2h 52m 53s
  • Consumo total de calorías: 4418 kcal

Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Guillenazo Express

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14 abr 11 Vía de la Plata. Etapa 7: Estación de Lalín – Santiago de Compostela

Esta entrada es la parte 8 de 8 de la serie Camino de Santiago 2010

El 6 de agosto iniciamos la séptima y última etapa de la Vía de la Plata. La iniciamos a las 8:45h en las cercanías de la estación de tren de Lalín, donde se suponía que tendríamos que haber terminado la jornada anterior, en la que, por diversos avatares, acabamos atravesando una sierra, y a unos 20 kilómetros de distancia de nuestro objetivo. Ana nos dejó con el coche, y partió en dirección Santiago. Nosotros, por nuestra parte, de nuevo los tres después de desventuras varias, nos dispusimos a afrontar los últimos kilómetros que nos quedaban para culminar nuestro viaje.

Empezamos, por variar, con un suave descenso a través de genuino bosque gallego: corredoiras entre tupida vegetación, alternadas con claros sometidos al imperio del agro. Pasamos por diversas aldeas, en las que alternamos el camino forestal con la carretera comarcal: Bouza, Donsión, Laxe… En este último pueblo volvimos a tomar nuestra vieja amiga, la N-525, si bien la abandonamos poco después para seguir un viejo trazado de la carretera, y volver a salir a ella algo más adelante. Estas entradas y salidas empezaron a molestar a mi padre, y durante un rato, nos ceñimos al trazado de la N-525. Cuando ascendíamos por la N-525, nos empezó a anirmarnos el guardián de la iglesia parroquial de Santiago de Taboada, quien se ofreció, amablemente, a enseñarnos la iglesia. Bien bonita, nos detuvimos gustosos a visitarla, y a realizar el correspondiente donativo. Eran las 9:30h de la mañana.

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A la salida de la iglesia abandonamos de nuevo la carretera, para internarnos en un pequeño tramo de bosque antes de alcanzar el pueblo de Silleda. En este tramo el Camino era una auténtica calzada de piedra, que recorrimos en subida, primero, y en peligrosa bajada, por piedras mojadas y llenas de barro, después. De hecho, tan peligrosa era que Pablo sufrió una caída que, aparte de dañarle la rodilla, tuvo una consecuencia inadvertida en ese momento, que marcaría el resto de la etapa.

Atravesamos Silleda, nos detuvimos a sellar las creenciales y seguimos hasta el pueblo de Bandeira, siete kilómetros después, por nuestra querida nacional. A partir de Bandeira tomamos una comarcal que, en fuerte descenso, nos llevó por las aldeas de Piñeiro y Dornela. Seguimos descendiendo, con alguna breve aunque dura subida, por comarcales prácticamente paralelas a la nacional hasta que, cerca de As Carballas, abandonamos la carretera y nos metimos en el bosque.

La presencia otros de peregrinos, que había sido una constante a lo largo de todo el recorrido, se hizo mucho más acusada a partir de este punto. Fue de destacar un grupo de niñas de un colegio de monjas, que bajaban por la corredoira en una auténtica marabunta humana. La primera muestra del grupo la tuvimos, curiosamente, circulando en contra nuestra: una de las chicas había sufrido una lesión y tenía que retirarse. Volvía entre lágrimas, medio de dolor, medio de tristeza, acompañada por sus amigas y por una de las monjas.

Una vez superado el grupo, seguimos en fuerte descenso hasta el valle del río Ulla. Llegamos a las obras del AVE, que han alterado el trazado normal del Camino, y que nos obligaron a descender por un cortado de la montaña.

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Una vez en el valle, nos dirigimos al puente que da nombre a la primera población de La Coruña que pisamos siguiendo el Camino: Puente Ulla. Eran las 11:45h, y habíamos alcanzado el punto más bajo de toda la etapa: 63 m. sobre el nivel del mar. Habíamos descendido desde los 563 m, y tendríamos que volver a subir hasta los 261. Lo bueno era que ya habíamos recorrido 3/5 partes de la etapa: llevábamos 30 kilómetros.

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Descansamos un rato a la salida de Puente Ulla, parada que aprovechamos para decidir qué camino seguíamos hasta Santiago. Las alternativas eran ceñirnos al trazado del Camino, que zigzagueaba en torno a la nacional, o bien seguir la nacional, que al fin y al cabo, quizás fuera el trazado más fiel al Camino original. En principio se impuso el criterio de seguir el camino, dado que la cercanía de Santiago hacía la nacional bastante peligrosa.

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Curiosamente decidimos salir de Puente Ulla por la nacional, lo que constituyó, como vimos poco después, un error, ya que la carretera era, por una vez, la que daba rodeos en torno al camino. Seguimos ascendiendo por la nacional, pasando por las parroquias de Ribadulla, Francés y Picón, todas ellas pertenecientes al municio de Vedra. En esta última nos vimos obligados a detenernos en la oficina de turismo (donde aprovechamos para sellar las credenciales), porque vimos que la rueda trasera de Pablo oscilaba peligrosamente, como si tuviera algún radio partido. Al observarla detenidamente, nos dimos cuenta del problema: la cubierta se encontraba cortada a lo largo de la llanta, con un corte de unos 8 cm. Entonces caímos en la cuenta: en la caída que Pablo había sufrido en las cercanías de Silleda una de las piedras había dañado la cubierta, que poco a poco se había ido rajando, sin que lo percibiéramos. Ante el peligro de que al rodar por el Camino la cubierta se acabara rajando del todo, no nos quedó más remedio que tener que realizar los últimos kilómetros de la etapa por carretera.

El resto de la etapa no tuvo grandes novedades. Seguimos ascendiendo un poco más hasta salir del valle del Ulla, para iniciar un descenso casi ininterrumpido de 8 kms. hasta Piñeiro, donde encontramos algo que no podía faltar: una última subida antes de llegar a Santiago. Y a esas alturas de la jornada -rondaban las 13:45h- no se hizo precisamente fácil.

Y así, entramos en Santiago justo a las 14:00h, por la Rúa del Hórreo, que nos llevó desde la estación de Renfe hasta la Catedral en ascenso -cómo no- junto al Parlamento de Galicia y la plaza homónima. Llegamos a la Plaza del Obradoiro a las 14:22h., tras 51’2 kms. de etapa. Habíamos terminado, una vez más, el Camino de Santiago.

Una vez terminado el Camino, nos tocó cumplir -cosas de España- con la burocracia. Siendo Año Santo, las colas para obtener la Compostela eran casi tan largas como el propio Camino. En nuestro caso, no conseguimos hacernos con ella -en mi caso concreto, con la carta de saludo- hasta las 16:00h. Momento en el que nos hicimos la última foto del Camino:

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Ya reunidos con Ana, buscamos algún sitio en el que comer. Dado lo tardío de la hora, y lo atestado de la ciudad, optamos por una comida internacional: compamos unos kebabs y nos fuimos a comerlos a la cercana Carballeira de Santa Susana, donde disfrutamos del frescor de la arboleda en una agradable tarde de verano. Acabada la comida, recogimos las bicis, las montamos en el coche, y nos dirigimos a nuestro hotel, emplazado a las afueras de Compostela. Esa tarde nos tomamos un merecido descanso en forma de siesta. Caída la noche, nos dirigimos de nuevo a Santiago, donde cenamos de tapas en una terraza del casco viejo, y dimos un agradable paseo por la ciudad. Aún quedaba hacer la visita al Apóstol, pero eso tendría que quedar -cosas de las aglomeraciones- para la siguiente jornada.

El recorrido de la etapa, en Google Maps, es el siguiente:


Ver Vía de la Plata. Etapa 7: Estación de Lalín – Santiago de Compostela (06/08/2010) en un mapa más grande

Los datos de la etapa, por su parte, son los siguientes:

  • Distancia (según la guía): 55’7 km.
  • Distancia (según el velocímetro): 49’378 km.
  • Distancia (según el GPS): 51’2 km
  • Tiempo de etapa: 3h 48m 38s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 5h 3m 1s
  • Pulsaciones medias: 100 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 149
  • Consumo medio de calorías: 630 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1120 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 1h 22m 5s
  • Consumo total de calorías: 3205 kcal
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03 feb 11 Vía de la Plata. Etapa 6: Orense – Rodeiro

Esta entrada es la parte 7 de 8 de la serie Camino de Santiago 2010

La sexta etapa del Camino arracó a las 7:35h desde el hotel en el que nos estábamos hospedando, a la entrada de Orense, justo en el trazado de la Vía de la Plata. Como mi padre aún se encontraba bastante débil por su enfermedad, optó por no recorrer la etapa, con lo que fuimos Pablo y yo los que la afrontamos en solitario. La mañana se presentaba fría, con unos 13.5ºC de temperatura, pero no tanto como en días anteriores. Descendimos desde Cumial hasta Orense atravesando Seixalvo. Este tramo de la Vía transcurre por el antiguo trazado de la N-525 (ahora desviada por una variante), salvo algunos tramos en que la abandona para atravesar las aldeas de la entrada de Orense.

Entramos en Orense un poco antes de las 8:00h. Paramos en una cafetería de la entrada de la ciudad a tomar algo de desayunar, y unos minutos después emprendíamos nuestra marcha. Siguiendo las indicaciones del Camino, atravesamos la ciudad, pasando por la Plaza Mayor y el casco histórico. Y cuando aún no habíamos llegado al Puente Romano, afrontamos el primer contratiempo del día: Pablo rompió el tensor metálico de uno de los brazos del freno V-brake de su rueda trasera. Aún fantaban al menos dos horas para que abriera cualquier tienda de bicicletas, y no teníamos manera alguna de repararlo. Por ello, no nos quedó más remedio que romper el otro tensor, ya que habíamos observado que al quedar sólo uno de ellos hacían que el freno se desplazara completamente, tocando con la rueda. De esta manera, al menos, el freno no se quedaba completamente bloqueado, aunque es cierto que bailaba un poco.

Una vez realizada la ñapa del día, continuamos hasta llegar al Puente Romano de Orense, donde nos echamos unas fotos.

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Subimos el puente, y poco después llegamos a la bifucarcación de caminos. Hay dos posibles trazados a seguir para salir por la Vía de la Plata desde Orense. El primero de ellos discurre por Amoeiro y Cima da Costa, y es el más fiel al trazado de la antigua vía romana. El segundo, por Tamallancos, sigue por el antiguo Camino Real, volviendo a encontrarse con el primer camino en Casasnovas. Optamos por tomar la primera opción, así que, una vez llegados a la bifurcación, tomamos el camino de la izquierda, pasando frente a la estación de ferrocarril, camino al pueblo de Canedo, siguiendo el viejo trazado de la N-120 durante un rato, para girar posteriormente a la derecha en un polígono industrial. Atravesamos las obras del AVE, y así, tras pasar por un túnel bajo el viejo ferrocarril, afrontamos la primera pared del día: la infernal costiña de Canedo.

Una de las cosas que he aprendido es que hay que desconfiar cuando los gallegos se refieren a algo con un diminutivo. La costiña de Canedo permite salir del valle del Miño, salvando un desnivel de 275m (desde los 125 hasta los 400) es un trayecto de menos de 2 kms., lo que supone una pendiente media del 14%. Y era la primera vez que veía una carretera con bolardos de hormigón. La subida fue dura, durísima, hasta llegar a la aldea con el apropiado nombre de Cima da Costa. Conseguí afrontarla del tirón, con la sola excepción de un instante que paré para apoyarme en un muro, antes de seguir dando pedales.

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Al menos al final de la subida teníamos dos buenas noticias esperándonos. La primera era que había una fuente donde saciar nuestra sed. La segunda, como rezaba una inscripción en piedra, era que ya sólo nos quedaban 99 kms. hasta Santiago. La contrapartida es que la fuente estaba llena de los mosquitos más molestos que imaginarse pueda, por lo que tuvimos que abandonar rápidamente el lugar.

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Continuamos el camino con un perfil mucho más asequible: prácticamente plano, con sólo subidas y bajadas suaves. Seguimos un rato por una carretera rural, pasando por Liñares y, poco antes de llegar a Alfonsín, continuamos por un camino que poco a poco se iba internando en el clásico bosque gallego en galería, que tan en falta había echado en las jornadas anteriores.

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El camino se podia seguir en este tramo muy fácilmente, ya que era ancho y se encontraba bien cuidado, aunque en algunos momentos anunciaba, por su perfil quebrado y algo sinuoso lo que más adelante nos íbamos a encontrar. Y así, a las 10:00h llegamos a la pequeña población de Ponte Mandrás, cuyo nombre viene dado por el puente medieval que cruza sobre el río Barbantiño.

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Cruzamos el río y atravesamos Mandrás. Dejamos la carretera rural para tomar de nuevo un camino que nos condujo de manera bastante cómoda por las poblaciones de Pulledo y Pereda, antes de llegar a Casasnovas, al pie de la N-525. Con un suave ascenso, marcado por ocasionales rampas, llegamos a Cea, la primera gran parada del día. Habíamos recorrido aproximadamente dos tercios del camino hasta el Monasterio de Oseira. En Cea, pueblo famoso en toda Galicia por la calidad de su pan, aprovechamos para sellar la credencial en el Ayuntamiento, tomar un tentempié a base de horrorosas barritas de cereales (la mía, incomible, acabó en una papelera) y de unos razonables plátanos, y descansar un rato.

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A partir de Cea, el perfil de la etapa se hizo más duro. Salimos del pueblo por un camino que pasaba junto al campo de fútbol de la localidad, y nos internamos poco a poco en el bosque. Pasaban de las 11:15h cuando abandonamos Cea, y el calor se iba dejando notar. El camino, a diferencia del que habíamos venido trayendo, se hizo más complicado, con abundantes tramos de piedra, suelta en ocasiones, que nos hacían avanzar con más dificultad. Cerca de la aldea de Mosteirón salimos a una pista asfaltada, que nos condujo poco a poco hasta un puerto de montaña. Cerca de unas casas que se encontraban antes de subir el puerto nos encontramos con la típica abuela rural gallega: robusta, con botas de campo, traje de faena y un pañuelo en la cabeza. Nos dio ánimos para la subida y nos deseó un buen camino. Se agradecieron sus palabras, porque la subida, por mitad de un cerro pelado y con abundante calor se hicieron de agradecer.

Salvado el alto, seguimos por un suave descenso de unos 3 kms. hasta llegar a Oseira, pueblo formado en torno al famoso Monasterio, donde llegamos recién pasado el mediodía. Habíamos completado los 32 kms. de la etapa más corta que teníamos previsto realizar. Llamamos por teléfono a mi padre y a Ana, que venían de camino. Habíamos estado comentando qué hacer en caso de terminar demasiado pronto esta etapa: bien volver a Orense, y realizar dos etapas más hasta Santiago, o continuar avanzando hasta Lalín, para recortar una etapa y llegar con algo más de margen a Santiago. Si decidíamos continuar, teníamos 24 kms. de etapa aún por realizar, vía Castro Dozón. Nada que no hubiéramos hecho otros días.

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Mientras esperábamos, sellamos las credenciales en el Monasterio, y aprovechamos para interrogar al chaval que actuaba como encargado sobre el resto de la etapa hasta Lalín. Si estábamos dispuestos a seguir, nos recomendó evitar el trazado del Camino. Él, decía, lo había efectuado tres días antes y se encontraba bastante embarrado por unas recientes lluvias, y muy complicado. Nos recomendó salir de Oseira por la carretera que comunicaba con Rodeiro, y seguir desde allí hasta Lalín. Maldita fue la hora en la que le hicimos caso.

Ana y mi padre llegaron pasadas las 13:00h. Como ya era tarde para hacer la visita al monasterio, tomamos la decisión de ir a Rodeiro. Según el guía, no tendríamos más de 10 kilómetros hasta allí. Salimos de Oseira por carretera a las 13:30h, mientras Ana y mi padre se adelantaban para buscar dónde comer. Y pronto la cosa empezó a torcerse. La subida por carretera se hacía cada vez más dura, sazonada con un fuerte calor, que nos hacía sudar la gota gorda sobre la bici. Al pasar por la aldea de Aspera le preguntamos a un lugareño la distancia hasta Rodeiro. Su respuesta nos dejó helados: unos 18 kms., subiendo por los cerros. Aquello tenía mala pinta.

En efecto, estábamos subiendo por una carretera de montaña que, por lo que pudimos ver, no hacía sino alejarnos de nuestro recorrido previsto. Al cabo de unos kilómetros nos incorporamos a otra carretera que subía aún más en la montaña. Pasamos junto a las aldeas de Cabana y Povadura, y seguimos ascendiendo a lo alto de un monte coronado de repetidores y de un parque eólico. Al llegar a la cima me percaté de que no sólo estábamos dando un rodeo de unas decenas de kilómetros, sino que el guía nos había hecho subir al monte más alto de los alrededores, con el sugerente nombre de Monte Faro, en la Sierra de Faro. Como es de imaginar, estaba que se me llevaban los demonios.

Llegamos a la cima del monte a las 14:10h. La suerte es que a partir de ahí todo era descenso, que hicimos rápidamente. Poco después de pasar Couso, y en una curva bastante cerrada a izquierdas, nos encontramos con una nueva dificultad, esta vez en forma de rebaño de vacas. Ocupaban toda la carretera, y por lo que pudimos ver, no tenían la menor intención de apartarse de ella. El vaquero que las guiaba nos miraba divertido, y con poca intención -más bien ninguna- de actuar para que pudiéramos pasar. Así que le echamos valor y muy lentamente pasamos junto a aquellas enormes vacas, que nos miraban fijamente. Si una vaca no se aparta a tu paso, malo. Y peor aún si alguna lleva -como era el caso- un ternerillo.

Salvado el trance de las vacas, seguimos nuestro descenso hasta llegar a Rodeiro, pueblo de Pontevedra en el que entramos pasadas las 14:45h. 18 kilómetros de carretera de montaña nos habíamos metido entre pecho y espalda, en una hora y veinte minutos. Y lo que es peor, nos habíamos alejado de nuestro destino, ya que aún nos quedaban 16 kms. hasta Lalín. Estábamos dando un rodeo de 10 kms. por la Sierra. Valiente consejo habíamos ido a seguir. Así que, visto lo visto, y lo tarde que era ya, decidimos dar por concluida la etapa en Rodeiro. Almorzamos en un excelente restaurante, que sirvió para compensar en parte las penurias de la jornada.

Por la tarde volvimos al Monasterior de Oseira, ya que había una visita guiada. Guiada por el chaval que nos había mandado a la quinta puñeta por lo alto de las montañas. La charla, aunque interesante, nos dejó claro cuál era el defecto del guía: ser un charlatán que contaba las cosas de oídas, mezclando churras con merinas. Hubiera sido un digno colaborador de Fríker Jiménez en sus programas. Aún chirrían en mis oídos las perlas filosófico-matemático-esotéricas con las que iba trufando la visita al Monasterio. Pese a todo, la majestuosidad del entorno compensaba semejantes deslices.

Finalizada la visita, volvimos a Orense. Por segundo día consecutivo bajamos a las Termas A Chavasqueira para darnos unos baños termales. Tras la paliza del día, no pude menos que agradecerlo. En esta ocasión Ana no nos acompañó, prefiriendo quedarse en el hotel. Al salir de los baños quisimos cenar en Orense. Misión imposible. Pese a ser un jueves de agosto, nos encontramos cerrados todos los restaurantes, pizzerías o tascas de la zona. Y eso que sólo eran las 23:00h. Cuando creíamos que nos íbamos a tener que ir a la cama sin cenar, nos encontramos una bocatería regentada por latinoamericanos. Nos hicimos con unos deliciosos bocatas, y volvimos al hotel para cenar. Ana se había quedado dormida viendo la tele.

Preparamos el equipaje y lo dejamos todo listo para la jornada siguiente. La última, con final en Santiago. Nuestro Camino estaba llegando a su fin.

A continuación se puede ver el mapa con el recorrido que hicimos en azul. En color rojo se aprecia la variante de Cudeiro, en primer lugar, y en segundo, el recorrido que deberíamos haber efectuado desde Oseira:


Ver Vía de la Plata. Etapa 6: Orense – Estación de Lalín (05/08/2010) en un mapa más grande

En cuanto a los datos de la etapa, son los siguientes. Los he dividido en dos partes: la primera hasta Oseira, y la segunda desde Oseira hasta Rodeiro:

  • Distancia (según la guía): 33,3 km.
  • Distancia (según el GPS): 37,55 km
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 38m 52s
  • Pulsaciones medias: 120 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 175
  • Consumo medio de calorías: 830 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1380 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 2h 9m 5s
  • Consumo total de calorías: 3982 kcal
  • Distancia (según el GPS): 17,5 km
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 1h 19m 45s
  • Pulsaciones medias: 98 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 163
  • Consumo medio de calorías: 620 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1260 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 47m 29s
  • Consumo total de calorías: 2052 kcal
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05 dic 10 Vía de la Plata. Etapa 4: Lubián – Laza

Esta entrada es la parte 5 de 8 de la serie Camino de Santiago 2010

Empezamos la cuarta etapa del Camino en Lubián, donde habíamos terminado la etapa anterior. Por segunda vez, y ya de manera definitiva, abandonamos Puebla de Sanabria en la madrugada, para recorrer en coche la distancia que nos separaba de nuestro comienzo de etapa. Resultaba enormemente llamativo comparar el escaso tiempo que nos llevaba salvar la distancia hasta el pueblo de Lubián con las largas horas que nos llevó alcanzarlo dando pedales. La mañana, como no podía ser menos, se presentaba fresca, muy fresca. No llegábamos a 13ºC en el pueblo. Y encima, teníamos que empezar, por romper la costumbre, en descenso. No estaba de más abrigarse un poco. En mi caso había llevado una chaquetilla ciclista de invierno, y mi padre llevaba su sempiterno impermeable, pero Pablo, por aquello de hacer una maleta lo más pequeña posible, no había llevado ninguna prenda de abrigo, por lo que tuve que prestarle una rebeca de algodón que llevaba en el coche.

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Así que de esta guisa comenzamos la etapa. Arrancamos al filo de las 8:00h, y salimos de Lubián por la misma comarcal que nos había llevado a esta población el día anterior desde Padornelo, con un frío bastante acusado. Las temperaturas no tardaron en bajar en las zonas de umbría hasta los 10.5ºC, con una sensación térmica mucho menor debido a ir en descenso. Al menos el día era soleado, por lo que más tarde o más temprano el calor haría acto de presencia. Pero también es verdad que el hecho de que a esa hora estuviera despejado era precisamente lo que hacía que la temperatura fuera tan baja.

El tiempo de descenso no llegó a los 5 minutos. Y era lógico, ya que el primer aperitivo del día consistía en la subida del puerto de La Canda, a unos 1280 m. de altitud. Algo menos conocido que su antecesor, el Padornelo, pero que constituye la verdadera entrada a Galicia, ya que se entra al túnel que constituye el punto culminante de la subida estando en Zamora, y se sale de él en Orense. En suma, nos quedaba un ascenso de unos 290 m. (estábamos a 1000 m. de altitud) en unos 5 kms. Una bonita manera de entrar en calor.

Hicimos la primera parada -breve- del día en un cruce de caminos que se encuentra justo antes de tropezar con la vía del tren. En este cruce podíamos tomar nuestra vieja amiga, la N-525, o bien seguir por la misma carretera que veníamos trayendo, que no deja de ser el antiguo trazado de esa misma nacional. Dado que tomar la N-525 suponía realizar un importante descenso -y eso no suele ser bueno cuando estás subiendo un puerto-, optamos por seguir por la vieja nacional, que a buen seguro sería más tranquila. Y así, pasamos por debajo de la vía del tren, y continuamos nuestro ascenso. No sería -ni mucho menos- la última vez que nos cruzáramos con la vía. Pero sí la una de las dos únicas veces que lo haríamos por debajo.

Al filo de las 8:30h realizamos la primera parada seria del día. Estábamos en mitad del ascenso hacia La Canda, a medio camino entre Chanos y Las Hedradas. Nos habíamos ganado un breve descanso, que aprovechamos para reponer fuerzas y contemplar el paisaje.

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Teníamos aún por delante un duro ascenso, por un monte que cada vez iba quedándose más pelado de vegetación, en especial de esos grandes castaños y robles que -muy a nuestro pesar en el descenso- nos habían guarecido del sol de la mañana, para pasar a subir por montes desolados, en los que sólo los tojos y los aerogeneradores se atrevían a levantar algo más de un palmo del suelo. Algo más, en el caso de los segundos. Y al otro lado del valle, se veían sendas de herradura que trepaban trabajosas por los abruptos desniveles de la sierra. Se me ocurrió comentar que con gusto los subiría, lo que hizo que mi padre me contemplara como el que tiene ante sí a un demente peligroso.

Seguimos con nuestro ascenso hasta llegar al cruce de Las Hedradas. Cada vez era más claro que la vieja nacional subía bastante más que la nueva y que -ni que decir tiene- la autovía. Empezaba a barruntar que la carretera que llevábamos nos iba a hacer subir todo el puerto, sin tener ni siquiera el descanso de atravesarlo por el túnel de la nacional. ¿Pero habría alguna manera de conectar con la nueva nacional? Desde luego, había una viejísima carretera que descendía desde el cruce, pero al no tener indicaciones de ningún tipo, no podíamos saber si nos iba a llevar a la nacional, o más abajo en el valle, camino de fuera usted a saber qué olvidado trazado de montaña. En mi venerable guía Michelín, edición comprada en 1997 nada salía de esta carretera. Y seguíamos teniendo presente el viejo principio de que en ascenso el tomar un descenso no suele ser buena señal. Aún así, nos arriesgamos, nos metimos en los últimos restos de frondoso bosque, emprendimos un trepidante descenso… que acabó medio kilómetro después en la nacional nueva. Perfecto. Nos habíamos ahorrado de golpe unas cuantas decenas de metros de subida, y un puñado de kilómetros. Pero tocaba seguir subiendo. Y esta vez el ascenso no era tan suave como por la vieja nacional. Al menos, seguía siendo tranquilo.

A las nueve de la mañana llegué a la entrada del túnel, y al non plus ultra de Zamora. De ahí en adelante, todo iban a ser tierras gallegas. Con lo que ello conllevaba: paisaje quebrado, contínuas subidas y bajadas, valle tras valle, cima tras cima. Y verde, mucho verde. O al menos, eso pensaba yo. Una vez reagrupados, cruzamos el túnel, con lo que culminamos la subida más importante del día.

Una vez pasado el túnel, donde nos cruzamos con el único coche (que ya es mala suerte) en toda la subida, nos tocaba emprender un descenso largo -aunque para nada sinuoso- por la parte gallega del puerto. Pasamos veloces junto a las poblaciones de La Canda y Vilavella (donde nos sorprendió el anómalo topónimo de “A Mezquita”), para alcanzar sin grandes contratiempos O Pereiro, donde aprovechamos el primer bar que encontramos para realizar una nueva parada técnica, la primera ya en tierras gallegas. Parada que sirvió para echarnos al cuerpo algo caliente (“Un café, un chocolate, un caldo, lo que tenga”), y gracias a la wifi sin cifrar del bar y del móvil de mi padre, radiar nuestra entrada en Galicia.

Saciadas nuestra hambre y sed de algo caliente, continuamos la etapa por la N-525, que no abandonaríamos hasta la cercana La Gudiña. El perfil de este tramo era lo que me calculaba una vez entramos en Galicia: breves subidas, pequeñas bajadas, y alguna tachuela como el alto de O Cañizo (donde incluso alcanzamos a ver lo que parecía ser un corzo), hasta el descenso a La Gudiña, donde la Vía de la Plata se bifurca en dos trazados: uno mas al sur, que pasa por Verín, y otro más al norte, que lo hace por Laza. Nosotros habíamos optado por este último, algo más corto, que evitaba un gran tramo de carretera, aunque eso sí, algo más abrupto. Así que, tras tomar la foto de rigor en la bifurcación de caminos, continuamos nuestra etapa, aunque sin poder sellar la credencial en La Gudiña, al encontrarse cerrado el punto de información al peregrino, y no topar con el ayuntamiento, puesto de la Guardia Civil u oficina de turismo algunos.

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Salimos de La Gudiña por una pequeña carretera comarcal que nos adentraba en la sorprendente Serra Seca de Orense: una sucesión de pequeños riscos completamente pelados, que no tendrían nada que envidiar a los montes de Málaga en lo referente a aridez, si no fuera porque en Orense llueve bastante más, e incluso en verano pervive una vegetación arbustiva (formada principalmente por tojos y otras plantas particularmente puntiagudas) que le daba un tono verde pese a encontrarnos bien entrados en el verano.

Pasamos por la Venta do Espiño, en la que sería la primera de una serie de pequeñas poblaciones -Ventas- por las que habríamos de transitar en nuestro recorrido por la Sierra Seca: Venta Teresa, Venta Capela, Venta Bolaño… Justamente en la Venta Teresa pisamos tierra por primera vez en la jornada, algo que no hizo demasiada ilusión a mi padre, pero que a mí me alegró enormemente. El perfil no era aún demasiado exigente, ya que íbamos por una de las crestas de la Sierra, lo que además nos permitió observar algo que iba a ser una constante en la siguiente mitad de la etapa: seguíamos básicamente el trazado del ferrocarril, pero mientras que éste lo hacía salvando innumerables túneles a lo largo de la Sierra, nosotros lo hacíamos por encima de ésta.

Volvimos a retomar algo de asfalto, para volverlo a abandonar no mucho después, y realizar el ascenso hasta un cerro que nos permitió contemplar por primera vez el impresionante embalse de As Portas, del que no pude menos que tomar una panorámica:

Allí nos encontramos con una pareja de ciclistas -estos sí, con alforjas-, valencianos y veteranos en la Vía de la Plata. Nos tiramos un rato de charla con ellos, y nos dieron algunos detalles de lo que nos esperaba por delante, incidiendo en dos aspectos esenciales: el descenso trialero de Campobecerros y la espectacular bajada a Laza. La cosa, que ya sobre el papel se veía llamativa, se ponía aún más interesante.

Continuamos en dirección a la Venta Capela, que atravesamos (aunque nos lo podríamos haber ahorrado), y seguimos por un tramo de asfalto que abandonamos no mucho después. Era una tónica que nos habría de acompañar en casi toda la etapa, y que enervaba enormemente a mi padre: el Camino nos sacaba de asfalto para meternos por pistas, y volvía a él poco después. Por lo general, con el resultado de haberte metido entre pecho y espalda alguna que otra subida interesante. De estas últimas, fue especialmente interesante una subida por un tramo muy trialero, con abundante pizarra suelta y en franca pendiente, donde volvimos a tropezarnos con los ciclistas valencianos. La bajada, de nuevo hasta la carretera, hizo mis delicias, pero no demasiado las de mi padre. Pablo, mientras tanto, también parecía disfrutar del perfil quebrado.

Llegamos a la Venta Bolaño justo al mediodía. Aprovechamos para hacer un nuevo descanso, en el que dimos cuenta del bocadillo y la naranja con los que también ese día nos habían obsequiado en el hostal de Puebla de Sanabria. Una lugareña salió de su casa, y estuvimos dándole conversación un rato. Imagino que la pobre mujer no tendría demasiadas oportunidades de charlar con caras nuevas demasiado a menudo, en aquel lugar remoto y aislado.

Salimos de la Venta Bolaño alternando de nuevo breves subidas y bajadas, pero manteniendo una tónica de ascenso, no muy acusado, ya que seguíamos la cresta de la sierra, aunque en determinadas ocasiones resultaban de una puntual dureza. A unos 3 kilómetros de la Venta, abandonamos la carretera por última vez hasta Campobecerros. Y fue aquí donde tuvimos la mayor polémica del día. Si bien nuestro libro de ruta indicaba que teníamos que abandonar la carretera, y que así aparecía indicado en las flechas amarillas que nos encontramos, también aparecía una indicación tachada del Camino pintada sobre el asfalto. La subida era dura, pero la carretera, a diferencia de ocasiones anteriores, se apartaba enormemente del trazado del camino ¿Nos llevarían ambas al mismo sitio, o la carretera nos conduciría a la quinta puñeta? Con el fuerte descontento de mi padre, seguimos el camino.

La subida fue bastante dura, por un terreno completamente pelado y abrasado por el sol. Un secarral en el que no se veían ni lagartos, con terreno suelto y traicionero. Una virguería, vaya. Con bonitas vistas, además. Pero lo que habíamos subido no era nada comparado con el descenso hasta Campobecerros, que se mostraba en el fondo de un valle, a nuestra vista, pero al que no llegaríamos sin tener que afrontar un descenso peligroso y sumamente técnico.

Fueron 1300 metros de descenso por algo a medio camino entre cortafuegos y torrentera, con pizarra suelta, peñascos gordos como cocos de La Habana y roderas traicioneras. Y de guinda, un peregrino a pie con un enfado monumental por la trampa mortal para los tobillos que constituía la bajada. Pablo y yo llegamos sin mayores problemas hasta el fin del camino… que coincidía con la carretera que habíamos abandonado minutos antes.

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Mi padre, cuando llegara, lo iba a hacer llevado por los demonios. Así que nos decidimos a esperarle tranquilamente. Quizás demasiado tranquilamente, teniendo en cuenta que ni árboles había en ese secarral orensano.

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En efecto, llegó bramando en arameo, y jurando y perjurando que no iba a hacer ni un metro más de bici en camino en lo que quedaba de etapa. Pero su intención se vio frustrada en cuanto entramos en Campobecerros. Allí aprovechamos que nos encontramos con unas lugareñas para preguntarles el mejor trazado para llegar a Laza, incidiendo mi padre especialmente en que quería hacerlo por asfalto. Aproveché la parada para apañar un pequeño problema que tenía en el freno trasero: uno de los hilos del cable de freno se había partido y enrollado en el interior de la funda, con lo que lo atascaba e impedía que el freno volviera a su posición de reposo tras accionarlo. Desenrollé el hilo suelto hasta sacarlo de la funda, y lo corté, solventando el inconveniente. Pablo, por su parte, notaba algunos problemas en el desviador trasero.

En esas (y tras averiguar que una de las mujeres con la que conversábamos era cuasi paisana, ya que llevaba décadas viviendo en Córdoba, y se encontraba precisamente de vacaciones en su pueblo) estábamos, cuando hizo aparición un miembro de protección civil montado en bici de montaña. Nos explicó que para ese año Xacobeo habían inaugurado un servicio de apoyo al peregrino con ciclistas de los alrededores, que recorrían el tramo asignado del Camino para socorrer a peregrinos en apuros o aconsejar a cualquiera que estuviera realizando el Camino (lo que, dicho sea de paso, me parece una excelente idea). El de protección civil nos aconsejó seguir el trazado del Camino, ya que no era para nada tan abrupto como lo que habíamos traído desde la Venta Bolaño, y sobre todo, porque la carretera que llevaba a Laza daba un rodeo de varias decenas de kilómetros.

Así que, teniendo en cuenta que pasaba ya de la una de la tarde, y con la frustración de mi padre, seguimos la carretera en dirección a Porto Camba con una fuerte subida inicial, necesaria para abandonar la hoya en la que se encontraba Campobecerros. Afrontamos una nueva bajada hasta Porto Camba, que cruzamos a las dos menos cuarto de la tarde, con ni un alma viviente en sus calles, y de nuevo, iniciamos una subida, la última del día.

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Abandonamos nuevamente el asfalto al llegar a una cruz de madera muy llamativa, emplazada en el desvío que la carretera realizaba hacia Cercedelo. Allí hice una pausa mientras Pablo…

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…y mi padre llegaban a mi altura. La subida se había hecho dura, y a las dos de la tarde el sol, los kilómetros recorridos y la dureza de éstos se hacían notar.

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Reanudamos la subida, esta vez por pista, no sin que el ciclista de protección civil nos pasara como una exhalación. Y así, superado el último risco de la jornada, afrontamos el espectacular descenso hacia Laza: 9 kilómetros de bajada, 5 de ellos por una pista que nos iba a llevar desde los altos de la Sierra Seca hasta la aldea de As Eiras, que bajaba al filo de cortados con caídas de más de 300 metros hasta el fondo del valle, y con unas vistas espectaculares.

Iniciamos el descenso desde una loma pelada y azotada por todos los vientos del mundo, para ir pasando poco a poco a una vegetación arbustiva, posteriormente a los bosques de coníferas y, a medida que íbamos descendiendo, irnos adentrando por último en el bosque gallego, constituido por robledales y castañares. Una auténtica delicia.

A partir de As Eiras, afrontamos el resto del descenso por una carretera en fuerte desnivel que nos condujo a las cercanías de Laza, nuestro fin de etapa. Tras unos momentos de duda, abandonamos la carretera para tomar el último tramo trialero, de apenas una veintena de metros, para entrar en Laza por una agradable pista que seguía por el fondo del valle, que ya no se encontraba encajonado entre las estribaciones de la Sierra Seca, y entrar en el casco urbano del pueblo por una de sus calles principales. Eran las tres menos veinte de la tarde. Habíamos realizado el descenso de 9 kilómetros en cuarenta minutos.

Una vez en Laza, buscamos el puesto de protección civil y el ayuntamiento, donde habíamos quedado con Ana para que nos recogiera. En el puesto de protección civil nos encontramos por tercera vez con el ciclista de apoyo, y nos sellaron las credenciales. De esta manera, dimos por concluida la etapa. Empaquetamos las bicis en el coche, y nos dirigimos hasta Verín, donde teníamos reservado el hostal. Lo que sucedió en Verín, y sus consecuencias, quedarán para entradas posteriores de esta narración.

El recorrido de la etapa en Google Maps es el siguiente:


Ver Vía de la Plata. Etapa 4: Lubián – Laza (03/08/2010) en un mapa más grande

Datos de la etapa:

  • Distancia (según la guía): 57’9 kms.
  • Distancia (según mi velocímetro): 62’2 kms. (aproximada, ya que durante la grabación de vídeo dejaba de funcionar)
  • Tiempo de etapa: 4h 30m (aproximadamente)
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 7h 14m 52s
  • Pulsaciones medias: 107 pulsaciones/min
  • Pulsaciones máximas: 171
  • Consumo medio de calorías: 700 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1340 kcal/h
  • Tiempo en zona de pulsaciones: 2h 13m 42s
  • Consumo total de calorías: 5053 kcal
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17 oct 10 Etapa ciclista: El Guillenazo

En la pasada etapa del 12 de octubre nos quedamos con una sensación agridulce: la etapa había sido una auténtica gozada, pero se nos había quedado algo corta. Así que para este fin de semana decidimos recuperar una etapa que hacía tiempo que tenía ganas de hacer: El Guillenazo

El Guillenazo es un recorrido circular en los alrededores de Guillena, que ya habíamos realizado -en parte- en etapas anteriores. Comienza saliendo de Guillena por el cordel de la Cruz de la Mujer, hasta tomar la pista que rodea el embarse de Gérgal, y que constituye el tramo principal de la Ruta del Agua. Una vez alcanzada La Cantina, cruza por la presa de Guillena, para enlazar con Castilblanco de los Arroyos por el embalse de Castilblanco, haciendo uso de la pista SE-186. Por último, se desciende de vuelta a Guillena por la Vía de la Plata. Unos 53 kms. sobre el papel, con bonitas subidas, tramos intensos, y bajadas trialeras que hacen las delicias de los ciclistas de montaña más técnicos.

Quedamos, pues, Miguel, Rafa y yo a las 9:00h en la gasolinera de Guillena, para posteriormente dirigirnos al comienzo del Cordel de la Cruz de la Mujer. Ya a esas horas la cantidad de ciclistas que frecuentaban la zona era desmesurada. La cantidad de vehículos aparcados en la zona nos hacía suponer -de manera muy acertada- que nos íbamos a estar precisamente solos en el camino. Comenzamos la etapa al filo de las 9:20h. con el ascenso del cordel. Llegamos rápidamente hasta la pista que bordea el embalse, donde empezamos el largo ascenso que habría de llevarnos hasta la Cantina. Este tramo no presenta especiales dificultades, con la excepción de algunas pequeñas paredes que jalonan el recorrido, aunque Miguel tuvo el primer susto de la jornada al irse a la cuneta en un tramo de bajada con abundante arena, y una curva de derechas peraltada al revés. Salida, por otro lado, sin mayor consecuencia. Rafa, por su parte, empezaba a experimentar los problemas mecánicos que habrían de perseguirle a lo largo de toda la etapa: en este caso, problemas con el cambio del plato y la cadena.

De camino a La Cantina encontramos una importante razón para el desmesurado número de coches que nos habíamos encontrado en Guillena: se disputaba el I Trail Turdetania, carrera de ultrafondo cuyo recorrido, precisamente, coincidía exactamente con nuestra etapa. Su primer punto de avituallamiento, que coincidió con nuestra primera parada importante, estaba precisamente en La Cantina. Allí, precisamente, se nos unieron dos ciclistas, Ángel y Willy, con los que trabamos conversación, y tras conocer nuestro recorrido, se decidieron a acompañarnos.

Una vez reanudada la etapa, descendimos hasta la presa de Guillena, sobre la cruzamos. Poco después, tras rodar un poco junto a las plácidas aguas el embalse, empezamos el ascenso hacia la dehesa del Oreganal. Éste comenzaba con un tramo en S que, a la postre, era menos duro de lo que cabía suponer, pero, una vez pasado éste, el ascenso se hacía más intenso. Ahí poco a poco empezó a írseme Miguel. Rafa, por su parte, seguía con sus problemas de cambio, por lo que se quedó rápidamente descolgado. Nos reagrupamos, poco después, en la cima de la subida, junto a un cercado de cerdos, en el que comentamos la dura subida.

Continuamos camino de la pista SE-186, pasando junto a la Casa del Oreganal. La pista, que inicialmente pensaba que iba a tener firme de grava y alquitrán, era en realidad de tierra, del mismo estilo que habíamos venido trayendo desde la salida. Tenía la pista algunas subidas y bajadas, no demasiado duras, empezamos un vertiginoso descenso hasta el embalse existente a unos 4 kms. de Castilblanco. En ese descenso, como descubriría poco después, se me aflojó el cierre rápido de la rueda delantera. No quiero ni pensar qué podría haber pasado si en él hubiera levantado algo la horquilla delantera por algún bache o pequeño salto. Llevábamos a esas alturas unos 28 kms. de etapa.

Lo malo de descender hasta un pantano es que posteriormente, claro, hay que ascender. Fue una subida intensa, aunque no excesivamente exigente, hasta las cercanías de Castilblanco, en el que rebasamos a varios grupos de corredores del Trail Turdetania. Tras descansar un poco, y aprovechar para ajustar la posición del sillín de Rafa, que le venía dando problemas, completamos un breve descenso hasta Castilblanco de los Arroyos, donde aprovechamos para detenernos un rato en otro de los puntos de avituallamiento del Trail. Por cierto, algunos corredores, amablemente, nos hicieron entrega de algunos tetra-bricks de agua de la prueba ya que empezábamos a estar algo escasos de agua.

Salimos de Castilblanco por el camino de Toledilla, que nos ahorró tener que subir hasta la parte alta de Castilblanco para tomar la carretera de Burguillos. Recorrimos a velocidad de vértigo los 3 kms. que nos separaban de la pista de la Vía de la Plata, y empezamos el descenso por sus tramos trialeros, conmigo en cabeza y Willy a mi estela. Esta vez pude hacer un descenso sumamente rápido, ya que conocía bastante mejor sus entresijos y recovecos, y en esos momentos no había ninguno de los corredores del Trail. Hicimos una parada para reagruparnos una vez pasado el tramo trialero que hay justo debajo de las dos portelas, y retomamos el descenso por los tramos de piedras y de pizarra. Un bonito descenso, hasta la dehesa, donde llegué con Ángel y Willy. Tras un rato de espera, Miguel y Rafa no aparecían, por lo que decidimos dar la vuelta, por si se hubieran despistado o tenido algún problema. En el ascenso, algunos de los corredores me comentaron que habían visto a dos ciclistas que se ajustaban a la descripción de Miguel y Rafa reparando un pinchazo. Subí el tramo de pizarra y el de piedras, sin encontrarlos. ¡Prácticamente subí de nuevo hasta el lugar donde habíamos descansado! Y entonces vi a Miguel y a Rafa bajar: Rafa había pegado un llantazo y reventado la cámara de la rueda trasera en uno de los primeros tramos de piedra.

De nuevo en descenso, vi que uno de los ciclistas de la organización del Trail había sufrido un pinchazo. Le ofrecí ayuda, que gustosamente aceptó, ya que al reemplazar la cámara pinchada, había roto la válvula en el interior de la bomba, por lo que era incapaz de inflar la tercera cámara que llevaba. Una vez solventado el problema, continué el descenso para agruparme con mis compañeros justo antes de la bajada del tramo de pizarra. Habíamos perdido algo más de media hora, pero me había dado el gustazo de bajar los tramos más excitantes de la Vía de la Plata por partida doble.

De nuevo en la dehesa, salvamos la penúltima subida de la etapa, para salir de nuevo a los olivares y al campo de naranjos. Afrontamos la bajada hasta el polígono a una buena velocidad, pero notamos que Rafa había vuelto a quedarse: en este caso, por una salida de cadena que casi le había hecho irse al suelo, y obligado a detenerse derrapando con los pies durante unos 50 m.

La vuelta hasta Guillena tuvo poco misterio. Llegamos a los coches al filo de las dos de la tarde. La etapa había durado algo más de cuatro horas y media. Había sido larga, dura… y magnífica. Una etapa que espero repitamos en más de una ocasión.

Datos de la etapa:

  • Distancia (según mi velocímetro): 57’055 km. (Hay que tener en cuenta los 3-4 kms. recorridos de más en el ascenso de la Vía de la Plata)
  • Tiempo de etapa: 3h 34m 20s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 34m 56s
  • Pulsaciones medias: 146 pulsaciones/m
  • Pulsaciones máximas: 1860
  • Consumo medio de calorías: 1090 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1490 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 2h 35m 28s
  • Consumo total de calorías: 4969 kcal
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