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Cinco signos de exclamación. El signo claro de una mente enferma
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23 ene 10 Camino Primitivo: Etapa 4. Arca – Santiago de Compostela

Esta entrada es la parte 5 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

El 11 de agosto empezamos nuestra última etapa del Camino Primitivo. Esta etapa iba a resultar la más corta del viaje, ya que tan sólo 16 kilómetros nos separaban del sepulcro del apóstol. Como motivo de celebración adicional, ese día Ana cumplía años.

A las siete de la mañana estábamos tomando nuestro último desayuno de ruta en el bar del dueño del apartamento, y a las ocho de la mañana ya estábamos en marcha. Después de un poco de lío para salir de Arca, nos volvimos a adentrar en el bosque gallego. La mañana era fría, pero estaba despejada. Eso no hacía sino prometer calor para más adelante en el día. Sin embargo, eso no era especial motivo de preocupación en nuestro caso, ya que teníamos por delante una jornada corta.

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Aunque a esa hora de la mañana aún no había demasiada gente en el camino, las grandes masas de gente no tardarían en aparecer. En concreto nos llamó mucho la atención un gran grupo de peregrinos italianos que iban rezando el rosario a medida que avanzaban hacia Santiago. Teniendo en cuenta que calculábamos unas tres horas largas de marcha, aquello se les podía hacer bastante monótono.

La mañana transcurrió rápida. Es un efecto al que ya estoy acostrumbrado: entre la cercanía a Santiago, las ganas de llegar, y una sana competencia con otros peregrinos, los kilómetros se te pasan volando. El perfil de la etapa lo tenía a esas alturas más que trillado: subidas, bajadas, más subidas, más bajadas y vuelta a empezar. Aunque había algo que marcaba la diferencia con respecto a 2007: cuando vas andando tienes más tiempo para fijarte en los pequeños detallas. Y los pequeños detallas, en este caso, estaban constituidos por monolitos y pequeños recordatorios a peregrinos que habían muerto en el Camino: infartos, desfallecimientos y edad avanzada. No menos de tres (dos dedicados a españoles, y uno a una irlandesa) nos encontramos en nuestro caminar.

La principal dificultad de la mañana era, como estaba previsto, la subida al Alto de Lavacolla, donde se encuentra el aeropuerto de Santiago de Compostela. Es una subida anómala: seca, polvorienta y dura. Algo que es explicable pos árboles que rodean el sendero: eucaliptos. Produce una sensación extraña, salir de un bosque de robles, castaños y algo de pinar, húmedo, fresco, con tierra fértil y negra, y encontrarte en una subida de tierra amarillenta, reseca y mordida por el sol. Era la segunda vez que me resultaba más fácil compararla con a algunos lugares de Sierra Morena que he recorrido en bici que con el resto del paisaje gallego.

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Tras superar la subida, es necesario rodear las pistas del aeropuerto. Este camino transcurre por una suave planicie que acaba saliendo al lateral de la autovía que baja hasta Santiago. Estábamos ya cerca, y se dejaba notar:

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Es en este punto donde la gente empieza a deshacerse del bagaje que ha cargado durante su caminar, y en lo primero que se nota es en que se empiezan a encontrar en la verja de la autovía cruces formadas con los palos con los que los peregrinos se ayudan en el caminar. Aunque siempre hay alguien que, con más sentido del humor, en vez de cruces compone otras figuras.

Una vez superada la subida… no queda otra que volver a bajar, hasta las primeras casas de Lavacolla. Fue donde aprovechamos para hacer, junto a una iglesa, la única para seria el día. Lo justo para acabar con los alimentos que llevábamos del día, y reponer fuerzas para afrontar la última subida del día, la del Monte del Gozo.

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La subida al Monte empieza con una verdadera pared de asfalto, que aún se aparece de cuando en cuando en mis pesadillas desde el año 2007, cuando Fran y yo nos encontramos con ella, lastrados con las alforjas, y con bastante cansancio en el cuerpo. Subirla a pie no es menos complicado, pues te destroza los gemelos y las espinillas.

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Una vez superada la pared, hay una sucesión de descansos, subidas, y vuelta a empezar, aderezado con algún que otro descenso que te hace maldecirlo, pensando en la subida que sabes que te espera. El caminar se hace desesperantemente largo. Al fondo se contemplan las antenas de RTVE y RTVG, junto a las que hay que pasar, y que parece que nunca lleguen. Camino de ellos tuvimos la primera anécdota de la jornada: en dirección contraria venía un donostiarra (o que, al menos, llevaba una camiseta de la Real Sociedad y tenía acento vasco) que decía haber terminado el Camino, y volver a su casa, y nos pedía algo de ayuda para pagarse la vuelta. Ni cortos ni perezosos, y dado el buen humor y el descaro con el que se lo tomaba el amigo, le dimos un par de euros y le deseamos un feliz camino de regreso.

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Y así, llegamos al Monte del Gozo, que se encontraba, como era de esperar, atestado de gente. Nos detuvimos apenas lo necesario para sellar las crendenciales, y retomamos la marcha. En esta ocasión bordeamos el área de descanso de peregrinos y el hotel, y bajamos por una calle adyacente hasta alcanzar la carretera que lleva a Santiago, por la que penetramos, siguiendo el trazado tradicional, en la ciudad.

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La segunda anécdota de la jornada aconteció cuando nos detuvimos a hacernos una foto, a la entrada de Santiago, junto a la estatua al Templario Peregrino. Una señora, peregrina vallisoletana, creo recordar, le gustó la foto y nos pidió que le echáramos una igual. Gustosos, accedimos. Lo malo del asunto es que la mujer se nos enganchó, y empezó a darnos palique en el caminar. Entiéndaseme, no es que me desagrade una buena conversación. Pero el parloteo incesante me parece insufrible. Tanto fue, que nos obligó a acelerar el paso, para procurar perderla, alg que afortunadamente conseguimos en un cruce de calles, justo a la entrada del casco histórico de Santiago.

El centro de Santiago se encontraba lleno hasta reventar. La muchedumbre era digna de mejores ocasiones, tales como el Día de Santiago o fin de año. Y así, abriéndonos paso entre la gente, llegamos hasta la plaza del Obradoiro, sobre las doce y media de la tarde. Una vez más, y ya iban cinco, había concluido con éxito la peregrinación. Aunque, estrictamente hablando, aún teníamos que visitar al Apóstol. Dicho y hecho, entramos en la catedral. Y como no podía ser menos, se encontraba hasta la bandera. Rápidamente vimos que iba a ser imposible cumplir con la tradición del abrazo, por la enorme cantidad de gente que hacía cola para ello. Así que, por este año, el abrazo a la estatua lo dejamos correr, y bajamos a ver los restos de Santiago, irónicamente mucho menos concurridos.

La última anécdota de la jornada nos ocurrió en la oficina del peregrino. Allí nos encontramos con el Peregrino del Betis, con el que mantuve algunas bromas futbolísticas. Este señor mantiene una asociación de integración de menores desfavorecidos en el Polígono Sur de Sevilla, una de las zonas más deprimidas de la ciudad. Todos los años realiza la peregrinación para proporcionar a los chavales una experiencia edificante, y también con el objeto de dar publicidad a su loable actividad.

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Estuvimos un rato conversando con él, dado que Ana y yo vivimos en Sevilla, y tras desearle lo mejor, nos despedimos, dirigiéndose él, según nos comentó, a una rueda de prensa.

Y así, colorín colorado, otro Camino fue terminado.

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09 ene 10 Camino Primitivo. Día 3: Melide – Arca

Esta entrada es la parte 4 de 6 de la serie Camino de Santiago 2009

Nuestra tercera etapa la iniciamos el lunes 10 de agosto. En cierto sentido, era (al menos para mi padre y para mí) un camino ya conocido. No en balde circulábamos ya por el Camino Francés, que ambos habíamos recorrido ya, en 2007. En mi caso, cierto es, lo había efectuado en bici de montaña, por lo cual las sensaciones iban a ser algo diferentes. Pero no podría, durante los dos días que nos quedaban, hurtarme a la sensación de que lo que nos quedaba era algo ya superado. Lo cual, a la postre, se demostró como un grave error de cálculo. Pero no adelantemos acontecimientos.

A diferencia de los dos días anteriores, la mañana de la tercera etapa se mostraba clara y despejada. Un impresionante sol nos saludó a la salida del hotel, y pudimos comenzar la mañana sin tener que preocuparnos, por vez primera, por el frío y la posibilidad de la lluvia. Era todo un avance. Sin embargo, el hecho de encontrarnos ya en el Camino Francés trajo aparejado, como era de prever, un enorme incremento de la cantidad de peregrinos que acompañaban nuestro caminar. Se había acabado el paseo solitario por las florestas, quebradas y selvas gallegas, y habíamos llegado a una especie de carrera popular. Dadas las fechas, era más que previsible.

A la salida de Melide volvimos a pasar junto a la iglesia de Santa María de Melide. Desde allí, primero por carretera, y luego por pista, alcanzamos un bosque de eucaliptos, en el que nos encontramos el primer accidente geográfico de la jornada, que ya estaba esperando: el cruce de un pequeño riachuelo que servía de aperitivo a la primera pared del día. El riachuelo se cruza sobre unos grandes bloques de piedra que están depositado en su cauce. Recuerdo que con la bici fue un poco arduo de cruzar. A pie, sin embargo, no presentaba mayor problema, si bien tuvimos que echar una mano a una peregrina que iba arrastrando una especie de carrito con ruedas sobre el que llevaba la mochila.

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La cuesta posterior, como era de esperar, supuso un desafío para las piernas aún frías del día, pero pudimos salvarla sin demasiado inconveniente, pero con mucha paciencia.

A unos 5 kilómetros de Melide se encuentra la aldea de Boente de Arriba. Esta localidad, aparte de contar con una bonita iglesia dedicada a Santiago, ofrece al peregrino la magnífica fuente de la Saleta, que permite refrescarse, y proporciona una maravillosa excusa para detenerse a reponer fuerzas.

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El camino continúa en las inmediaciones de la N-547, con la que se cruza en innumerables ocasiones. El perfil, que sobre el papel no debería ofrecer demasiadas complicaciones, pese a ser un contínuo sube-y-baja, en la realidad guarda más de una sorpresa, en forma de vertiginosas bajadas seguidas de duras subidas. Algo que, pese a que ya me era conocido de la etapa de 2007, no dejaba de sorprender, por el diferente enfoque que obligaba el hecho de ir a pie. No se podía obviar, tampoco, la gran cantidad de torrentes de agua junto a los que íbamos pasando. Cierto es que estaba siendo un verano particularmente húmedo en Galicia, pero no dejaba de llamarte la atención que un simple desaguadero de una carretera nacional se convirtiera en todo un arroyo de montaña:

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Hacia el kilómetro 10, y tras una fuerte bajada por carretera, se llega a la ribera del río Iso. Junto al río, como su propio nombre indica, se encuentra el pueblecido de Ribadiso de Abaixo, que cuenta con un buen, aunque pequeño, albergue.

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Aparte de ser enormemente un nombre enormemente descriptivo en lo relativo a la ubicación del pueblo junto al río, también resulta, por desgracia, totalmente ajustado en la realidad en lo de “abaixo”. Tras una nueva pausa para reponer fuerzas, nos dispusimos a afrontar la subida hasta Arzúa, que se extiende a lo largo de 4 kilómetros, que son especialmente duros justo a la salida de Ribadiso. Esa subida nos dejó grabadas algunas imágenes estremecedoras en la retina: desde la propia serpiente multicolor de peregrinos que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, hasta la asombrosa mochila andante. Hay quien dice que debajo de ella había una italiana tropo piccola. En mi caso, lo único que puedo asegurar es que lo único que alcancé a ver fue una enorme mochila de alpinista de la que salían sendas botas que parecían andar de manera autónoma, aunque terriblemente desacompasadas. La mochila, eso sí, rezongaba de cuando en cuando maldiciones en italiano.

Llegamos a Arzúa, nuestra primera gran parada del dia, sobre las 11 de la mañana. Llevábamos una media de unos 5 km/h, y ya habíamos dado cuenta de unos 14 km. de etapa. Tocaba, esta vez, dar cuenta de un buen tentempié a base de tostadas, descansar un rato, y ver la vida (o los peregrinos) pasar junto a nuestro otero en forma de mesa de bar. Un reposo del guerrero tan bueno como cualquier otro.

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Tras una media hora de descanso, reemprendimos nuestro camino. No abandonamos Arzúa sin visitar la bonita iglesia de San Pedro de Lema, junto a la que se encuentra el albergue de peregrinos.

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Nos quedaban 19 kilómetros de etapa hasta Arca. Si hasta entonces el trazado había sido molesto por la sucesión de subidas y bajadas, desde aquí iba a ser aún peor. Seguía habiendo esa misma sucesión, pero con pendientes más acusadas. Además, para complicar el día, estábamos empezando a sufrir un calor desacostumbrado para la zona. Parecía que todo el calor que había faltado en los dos días previos nos lo estuvieran devolviendo de una tacada, con intereses acumulados.

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Sin embargo la etapa aún nos dejaba momentos agradables, y rincones escondidos, en los que nos permitía disfrutar del frescor de una corredoira. Lamentablemente no íbamos a disfrutar de muchos momentos así.

Al filo de las dos de la tarde llegamos al pueblo de Ferreiras. Sospechosamente oculto en mitad de la nada, pero perfectamente a mano del Camino se encuentra el garito donde paramos a comer, el café-bar Lino. Agradable a la vista, no tengo que decir lo mismo de la calidad del servicio. Copas calientes, vino caliente, refrescos calientes y ausencia de hielo. Y para colmo, lo único que debería de haber estado caliente, que era la empanada, estaba… fría. Con espanto llegamos a los postres, a base de helado. Se habían derretido. Optamos por tomárnoslo a cachondeo, y con buen humor, abandonamos aquel tugurio para nunca volver.

Pasadas las dos y media atravesábamos la aldea de Calle. Recordaba esta bonita población por uno de sus elementos más distintivos: un hórreo que estaba emplazado sobre el propio Camino, y bajo el que había que cruzar para seguir caminando. En 2007 lucía así:

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Cuál fue mi sorpresa cuando nos lo encontramos así en 2009:

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No es que su aspecto fuera demasiado bueno en 2007. Estaba claro que se conservaba mucho mejor en mi recuerdo de cómo era en la realidad, pero lo que nunca hubiera sospechado es que los propietarios permitieran que se viniera abajo. A juzgar por los cascotes aún existentes en la calzada, se había venido abajo en fechas recientes. Una auténtica lástima.

Pasada Calle, llegamos a Salceda. A partir de esta población el Camino empezaba a alternar tramos de camino con largas caminatas por alfalto. Desde luego, era la peor hora del día para ello. No en balde el protector solar no tardó en hacer acto de presencia.

Poco hay que contar del Camino hasta prácticamente Santa Irene, la aldea anterior a Arca: mucha subida, mucha bajada, y demasiado asfalto. El final de la etapa se nos estaba atragantando de mala manera. Tanto es así, que a punto estuvimos de arrojar la toalla y finalizar la etapa en el albergue de peregrinos de Santa Irene. Sin embargo, decidimos continuar.

Llegamos a Arca al filo de las 16:30 h., no sin antes tener una enorme sorpresa. Justo a la entrada de Arca, cuando íbamos ya en busca y captura del bar BuleBic, a cuyo dueño habíamos alquilado un apartamento para hacer noche, nos encontramos de frente, volviendo del pueblo… ¡a mi tía Lourdes! Sabíamos que ella y mi tío Manolo estaban realizando también el camino en esas fechas, pero nunca me hubiera podido imaginar que coincidiríamos justo antes de llegar a Santiago. Estuvimos un rato de palique, antes de reemprender la marcha y la búsqueda de nuestra parada, que encontramos no mucho después.

El apartamento, como no podía ser menos, se encontraba en una primera planta, aunque por suerte contaba con ascensor. Nada más llegar, nos derrumbamos en las camas, aunque no dejamos pasar mucho tiempo antes de las consabidas duchas y las friegas con alcohol de romero. La etapa había sido durísima, y no debíamos descuidar esos aspectos de mantenimiento. Ana fue, probablemente, la que más lo sufrió, pues a los calambres de la caminata vio sumada una leve insolación, que la hizo permanecer todo el día en cama y tapada con varias mantas. En cuanto a mí, tengo que decir que me encontraba bastante acartonado. Esa tarde, cuando fuimos a hacer la compra para la cena en un supermercado cercano, tuve que tener abundante cuidad en andar procurando doblar lo menos posible las rodillas, y extender el paso el menor espacio posible. Un espectáculo ciertamente lamentable.

Huelgo decir que, tras esos 33 kilómetros, el resto del día nos lo tomamos con bastante calma. Y que esa noche dormimos como lirones. Lo bueno del asunto es que ya tan sólo nos restaba una jornada para llegar a Santiago. Y eso podía con todo el cansancio que llevábamos acumulado.

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