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El problema de tener una mente abierta es que la gente insiste en entrar dentro y poner allí sus cosas
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15 ene 24 Castillo de la Floresta (Almodóvar del Río, Córdoba) a vista de dron | DJI Mini 3 Pro

Última grabación del año 2023. Una serie de tomas del Castillo de la Floresta, ubicado en Almodóvar del Río (Córdoba), efectuadas el 31 de diciembre de 2023. El castillo es una estupenda muestra del arte constructivo militar. Tiene origen musulmán, aunque es posible que se asiente sobre alguna estructura previa de origen aún más antiguo, y cuenta con un estado de conservación estupendo, merced a las restauraciones realizadas por los propietarios del mismo durante el siglo XX, en particular por el Conde de Torralva.

Existe una estupenda leyenda asociada al castillo, la leyenda de “la Encantá”. Os animo a investigar un poco sobre ella.

Música:
Majestic by Alex-Productions | https://onsound.eu/
Music promoted by https://www.free-stock-music.com
Creative Commons / Attribution 3.0 Unported License (CC BY 3.0)

https://creativecommons.org/licenses/by/3.0/deed.en_US

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09 mar 13 Etapa ciclista: Vía Verde de la Campiña – La Fuencubierta – Almodóvar del Río (27/01/2013)

El domingo 27 de enero realicé con mis colegas Bartocalvos una nueva etapa ciclista en Cordoba. Se trató de una etapa bastante particular: fue una etapa de entrenamiento para la Maratón MTB Sierra Morena, que Ángel y Marcos van a realizar; salimos en compañía de un buen grupo de Califas; y por último, íbamos a realizar una convocatoria “partida”. El grupo A, con salida a las 8:00h, realizaríamos la Vía Verde, carretera hasta Almodóvar, y luego GR-48 hasta Trassierra, y bajada por Montecobre, mientras que el grupo B, formado íntegramente por bartoalcohólicos, quedaría a las 9:30h, y se encontraría con el A en Almodóvar, yendo por el Canal y carretera, y allí realizaría el resto del recorrido conjunto.

Si hubiera sido una persona sensata -sobre todo teniendo en cuenta que la noche anterior había estado levantando cuernos de vino caliente especiado en La Corredera, me había adherido al grupo de bartoalcohólicos. Pero como no lo suelo ser, me apunté a algo que me haría sudar el vino, la morcilla achicharrada, los pinchitos, y todos los disparates que hice la noche anterior. Y es que no hay purgante como el ciclismo.

Salimos, pues, a las 8:00h de casa de Ángel el susodicho y yo. En el puente de San Rafael nos encontramos con Marcos y el resto de Los Califas, que no le hacían ascos a una etapa larga, además de con Antonio de la Rosa. Tras una breve pausa para agruparnos y proceder a los saludos de rigor, empezamos a rodar a las 8:20h, dejando atrás Córdoba por el cordel de Écija. Pasamos junto a la Torrecilla, y allí tomamos la carretera de Guadalcázar. Ya desde el principio el ritmo fue bastante vivo, lo que hacía presagiar lo que me iba a encontrar más adelante.

A la altura de Valchillón tomamos la vía verde, y el ritmo, lejos de descender, seguía en franca progresión por la vía verde, pese a que íbamos en suave ascenso, el firme no era el asfalto que veníamos trayendo, e incluso nos encontábamos frenados por el barro arcilloso que unas recientes lluvias habían hecho aflorar en el entorno. Por suerte había sido previsor y había reemplazado la Hutchinson Toro de 2.1” por una Larsen TT de 1.9”, pero aun así, las estaba pasando canutas.

Lleguamos a Guadalcázar, donde hicimos una parada breve para esperar a algunos Califas que habían quedado descolgados, pero no tardamos en retomar el ritmo. A esas alturas empezaba a notar problemas de espalda, así como un molesto pinchazo en el muslo derecho, en una zona del cuadríceps donde sospecho que tengo un desgarro muscular desde hace meses. Salimos de Guadalcázar a las 9:35h, y alcanzamos La Fuencubierta a las 10:05h. A esas alturas la mañana se encontraba francamente desapacible, y amenazaba tormenta.

En La Fuencubierta tomamos la carretera que comunica La Carlota con Posadas. Allí pudimos rodar a toda velocidad, merced a rodar en grupo, alcanzando picos sostenidos de 37’5 km/h. El salir a rodar a asfalto, contra lo que esperaba, no sólo no me había dado un respiro, sino que me estaba machacando. No estaba mal de piernas, ni de pulmones. Simplemente, me encontraba vacío, sin fuerzas. Y empezaba a acordarme de la noche anterior.

Así pues, llegamos al cruce con la carretera CP-234. En vez de continuar directamente hacia Posadas, que teníamos justo enfrente, optamos por desviarnos por esta carretera, que conduce hasta Almodóvar, si bien dando algunas vueltas por el valle del Guadalquivir. Tengo que decir que, en mi caso, fue un respiro, pues no contaba con poder salvar excesivamente bien algunas de las rampas que sabía que nos esperaban entre Posadas y Almodóvar. Y aun así, hubo momentos en que no pude evitar descolgarme del grupo.

Por suerte, acabamos llegando a Almodóvar, y al filo de las 11:00h, tras casi 59 km. de recorrido, estábamos en el punto de encuentro, un bar de las afueras del pueblo, donde alguna que otra vez hemos degustado una buenas tostadas. Pocos minutos después llegaban los integrantes del grupo B (Javi Aljama, Javi Balaguer, Kike y Mané). Venían cubiertos de barro, por haber venido por el canal, afrontando el resultado de pasadas inclemencias meteorológicas.

Por mi parte, estaba listo de papeles, así que cuando Marcos comentó que él, junto con otro Califa, volvería a Córdoba por carretera, ya que tenía obligaciones laborales, me faltó tiempo para unirme a ellos. La vuelta a Córdoba no fue excesivamente complicada. En realidad, al no ir mal de piernas, sino de fuerzas, no se me hacía complicado seguir un ritmo constante, que en momentos llegó a alcanzar los 33 km/h, sino realizar cambios de ritmo, ya fuera para afrontar repechos o para recuperar velocidad tras un semáforo. Estaba claro que la noche anterior me había pasado factura.

Finalmente, entramos en Córdoba por Periodista Quedasa Chacón. Me despedí de mis compañeros en la plaza de Ibn Zaidun, y subí hasta casa por Avda. América y Tenor Pedro Lavirgen. Llegué a casa a las 12:35h, tras casi 83 kms. de dura etapa.

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia: S/D
  • Distancia (según el GPS): 82’981 km.
  • Tiempo de etapa: 3h 54m 07s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 4h 34m 29s
  • Velocidad media: 21’3 km/h
  • Velocidad máxima: 46’5 km/h
  • Pulsaciones medias: S/D
  • Pulsaciones máximas: S/D
  • Consumo medio de calorías: S/D
  • Consumo máximo de calorías: S/D
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: S/D
  • Consumo total de calorías: 3809 kcal
  • Índice IBP de dificultad: 102B MTB

Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Vía Verde de la Campiña – La Fuencubierta – Almodóvar

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03 abr 12 Etapa ciclista: Brutal 3. Los Morales – Ermitas – Cruce de Trassierra – Almodóvar – Guadalcázar – Vía Verde de la Campiña (17/03/2012)

El sábado 17 de marzo Ángel y yo realizamos la que, hasta la fecha, es la etapa más larga que he hecho en Córdoba. Una etapa que, si se cumplía el plan que teníamos previsto, tenía que llevarnos hasta los 80 kilómetros de distancia. Una etapa de la que llevábamos hablando semanas, y a la que nadie más había querido -o en algunos casos podido- apuntarse. Así que allí estábamos. Solos ante el peligro. Peligro que, en realidad, éramos nosotros mismos.

Habíamos quedado a las 8:00h para empezar a rodar. Era una etapa larga y, aunque en invierno es inusual quedar antes de las 9:00h, la etapa lo merecía. De todas maneras, en mi caso no es que fuera a dormir mucho más, de todas maneras, ya que ese fin se semana se disputaba el G.P. de Fórmula 1 de Australia. El caso es que Ángel se presentó en casa a las 7:45h, por lo que pudimos salir incluso 5 minutos antes de lo previsto. La cosa empezaba a dar miedo. La mañana, además, se presentaba fría y gris. La Sierra estaba cubierta de nubes bajas que no dejaban ver su esplendor, lo que para nosotros significaba que íbamos a meternos en una bruma húmeda y sofocante. Sobre todo teniendo en cuenta que el primer plato del día iba a ser Los Morales.

Empecé la etapa fuerte. Demasiado fuerte. Tenía unas sensaciones raras que estaba deseando quitarme de encima de la manera más rápida posible. Un malestar que no presagiaba nada bueno. Ángel, equipado con su flamante Ghost, no tardó en advertírmelo: ten cuidado que vas muy acelerado. Era algo de lo que me daba cuenta, pero que me costaba controlar. Y es que la Fuji con la Larsen TT desgastada atrás seguía rodando muy bien. Pero aun así, esas sensaciones extrañas no desaparecían. Iba a ser un día complicado.

Realizamos la subida hasta el Lagar de la Cruz en 54 minutos. No fue una buena subida, al menos para mí. El primer tramo de la Huerta de Hierro lo realicé sin problemas, pero a un ritmo más elevado de la cuenta. Las primeras rampas de Los Morales no fueron malas, y el frescor de la mañana no agobiaba, pero estaba empezando a marearme. Malas sensaciones. Y encima, la Larsen, que en esos primeros compases se mostraba firme, empezó a dar lo peor de sí misma en los tramos de piedra suelta -y húmeda-, ya iniciada la subida. Y es que si hay algo que lleve mal una Larsen (sobre todo si está fundida) es eso. Bueno, y los bancos de arena. Pero aun así, subimos como unos campeones. En la parte final de la subida aprovechamos un pequeño sendero que abrieron durante la Andalucía Bike Race para evitar bajarse al llegar a la barrera del cable de acero. El terreno estaba aún algo suelto por lo nuevo de esa variante, pero valió la pena. Lo que habrá que ver es cuánto tiempo dura sin ser bloqueado.

Eran las 8:50h cuando llegamos al Lagar, y no estaba en nuestras intenciones el detenernos tan pronto. Teníamos previsto hacer la primera parada del día en la gasolinera del Cruce de Trassierra, y aún quedaba un poco de fiesta antes de llegar allí. Así pues, sin pausa ninguna enlazamos con la bajada hacia las Ermitas, por la vereda del mismo nombre (aunque es conocida como la bajada del Salchichón). De nuevo aquí aprovechamos un camino abierto por la Andalucía Bike Race para evitar el tener que tocar asfalto hasta el final de la bajada. Ángel, como no podía ser menos, dio lo mejor de sí mismo en la bajada. La humedad, que tanto había fastidiado en la subida, nos ayudó en la bajada, ya que el terreno se encontraba con la humedad justa para que la arena fina que tan común es en ese tramo estuviera perfectamente compactada. Una delicia para rodar, vaya. Aunque también la misma humedad hacía que estuviéramos empapados por la condensación. Como le dije a Ángel, el día estaba gallego a más no poder. A Marcos le hubiera encantado.

Tras 14 minutos escasos, llegamos a la entrada de las Ermitas, y enfilamos rápidamente la carretera hacia el cruce de Trassierra. La llanta trasera que amablemente Ángel me había cedido la jornada precedente demostró que se encontraba en un estado perfecto. Qué diferencia con respecto a los problemas que había tenido en mi etapa anterior en esta zona. Y es que así daba gusto. Pero mis sensaciones seguían sin ser buenas. Es más, empeoraban: los riñones empezaban a dolerme cosa mala. Las lumbares, como de costumbre. No iba a quedar más remedio que apretarse los machos. Al menos lo que teníamos por delante era de lo más relajado del día: 6 kilómetros de asfalto hasta el cruce. Algo de sube y baja, pero con un razonable descanso al final. O eso creía yo.

Y es que hicimos un ritmo bueno. Muy bueno. En 20 minutos mal contados nos plantamos en el cruce. Eran las 9:26h y ya estábamos en la que se suponía que iba a ser la primera parada del día. Y en un excelente estado, salvo por lo de los riñones. Ángel, por su parte, se encontraba pletórico. No era plan partirle el ritmo. Así que, valientes al frente, continuamos en un non-stop camino de Almodóvar. Sin pausa alguna rodeamos el Rosal de las Escuelas y bajamos rápidamente hasta el embalse de la Jarosa. Embalse que se encontraba en el nivel más bajo que jamás le había visto, y que estrenaba una nueva cerca que lo aislaba del camino. Cerca que me hizo temer problemas de paso, que afortunadamente no se cumplieron. Pasamos el embalse, y continuamos camino de la última cota digna de tal nombre en lo que quedaba de día: la entrada del Castañar de Valdejetas. El día seguía frío y gris, pero las nubes bajas ya habían levantado, y esa sensación de humedad sofocante había desaparecido. Perfecto para rodar.

20 minutos -de nuevo- fue lo que tardamos en recorrer la distancia entre La Jarosa y el Castañar. Un ritmo bastante bueno, para los 4,5 kilómetros de camino. 13’7 km/h de media. No estaba nada mal, si lo comparamos con los 17 km/h de media del anterior tramo de asfalto. Teníamos por delante el Camino de los Toros, que nos habría de llevar hasta Almodóvar. Casi todo bajada, salvo un último repecho, antes de llegar a la casa de la Porrada. Nada complicado, si no fuera porque los riñones me estaban haciendo trizas. Tanto fue así, que justo antes de llegar a la Porrada, tuve que detenerme a dejar descansar la espalda, y recolocarme la faja lumbar. Algo que me vino de fábula. Una vez de nuevo en marcha, y pasada la Porrada, empezamos la larga bajada. El primer tramo por dehesa fue sencillamente genial. No tardamos mucho tiempo en salir al calvero que forma el cortijo de Villalobillos, y que supuso un pequeño descanso en la bajada. Fue en este punto en el que nos encontramos a los primeros ciclistas del día, si bien es verdad que en el tramo entre la Jarosa y Valdejetas habíamos visto marcas de otros dos ciclistas que llevaban nuestro mismo itinerario.

Una vez pasamos Villalobillos, reanudamos el largo descenso hasta Almodóvar, si bien esta vez por asfalto. Un asfalto viejo, quebrado, muy agresivo y adherente. Un asfalto lleno de baches que me hizo echar mucho de menos mi Ghost de doble suspensión. Una bajada asfalto que me hizo trizas los riñones, y que jamás me hizo alegrarme tanto en mi vida de llegar a un sitio donde hacer una parada. Para mi sorpresa, eran las 10:40h de la mañana cuando llegamos a Almodóvar. En mi mejor previsión no esperaba estar allí antes de las 12:30h. Ángel, que sí era más optimista, contaba con estar a las 10:30h-11:00h. Y la verdad, no había estado demasiado desencaminado. Es más: lo había clavado. Aunque también hay que decir que nos habíamos saltado una de las escalas previstas.

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Hicimos una escala de unos 30 minutos, en la que dimos buena cuenta de unas excelentes tostadas, antes de seguir nuestra marcha. Llevábamos 39 kilómetros de etapa, y habíamos ya superado lo más difícil del día. Lo que teníamos por delante era ya más una lucha contra nosotros y nuestro cansancio que contra el terreno en sí. Estábamos en el valle del Guadalquivir, y la vuelta a Córdoba la íbamos a hacer por vía verde. Cierto es que teníamos por delante otros tantos kilómetros, pero el principal esfuerzo era ya dosificarse de manera adecuada.

Reemprendimos la etapa a las 11:05h. Cruzamos la carretera de Posadas, y tomamos la carretera que une Almodóvar con Guadalcázar. Esta carretera transcurrre en parte sobre el viejo camino de Almodóvar a Guadalcázar, que era en realidad nuestro recorrido. Este camino no tiene ninguna complicación: une casi en línea recta ambos pueblos. Lo único complicado es saber dónde tienes que abandonar la carretera. Algo que el trazado de ésta pone sumamente fácil, ya que es precisamente la carretera la que abandona el trazado del camino en un fuerte giro a izquierdas, que deja surgir el camino justo ante tus ojos. Un camino rodeado de olivos, sin pérdida posible.

Entramos en Guadalcázar a las 11:35h., tras apenas media hora de recorrido desde Almodóvar, para los algo más de 10 kilómetros de distancia. Descartamos afrontar la dura subida que se nos ofrecía hasta el castillo del pueblo, y optamos por entrar al pueblo desde la entrada de la carretera de Córdoba. Como había dicho, se trataba de regular las fuerzas y de no reventar inútilmente. Así pues, cruzamos el pueblo y tomamos la carrerera que lleva a la barriada de San Vicente, surgida en el lugar que ocupaba la desaparecida estación de Guadalcázar. Camino de la barriada, Ángel notó cómo una de sus calas no enganchaba correctamente en el pedal correspondiente. Nos detuvimos a ver lo que pasaba, y descubrimos el origen del problema: uno de los tornillos del anclaje de la bota se había partido, por lo que el anclaje se encontraba desplazado de su posición original. Continuamos hasta la entrada de la vía verde, y allí aprovechamos para hacer una pequeña parada, e intentar arreglar el problema.

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Una vez realizado el breve descanso, y recolocado de manera precaria el anclaje, reemprendimos la marcha. Estábamos al filo del mediodía, e iniciábamos la vuelta a Córdoba. A esas alturas llevábamos ya entre pecho y espalda más de 50 kilómetros de etapa, y casi cuatro horas de marcha. Nos separaban 15 kilómetros de Valchillón, y 19 de Córdoba. Volamos por esos 15 kilómetros, a una media de 23 km/h. Llegamos a Valchillón a las 12:35h, y seguimos sin pausa hasta entrar en la ciudad. El tramo más pesado, como no podía ser menos, fue el que una la Torrecilla con el puente de San Rafael. Un tramo paralelo al río de grava con bastante mala idea. Sobre todo si a esas alturas llevas ya en el cuerpo la paliza que nosotros llevábamos.

Entramos en Vallellano a las 13:00h. Cruzamos el parque de Ciudad Jardín y bordeamos la estación, camino de Arroyo del Moro. ¿Por qué un itinerario tan poco habitual? Porque el fin de etapa estaba marcado en cierto bar de la zona, que los sábados ofrece caña y tapa a un euro. Y es que ese premio de fin de etapa era algo que nos habíamos ganado sobradamente. Llegamos a la meta a las 13:13h, tras 5 horas y 17 minutos de recorrido. Y estos fueron los trofeos que se nos ofrecieron:

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En cuanto a la distancia en sí, mi velocímetro tuvo algunos problemas con el soporte para el móvil que había improvisado, y esa jornada no dio mediciones fiables. Así que nos restaban el GPS y el velocímetro de Ángel. Mi GPS indicaba una distancia de 79’289 km., y el velocímetro de Ángel 84’77:

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¿Cuál era la medida exacta? ¿Habíamos llegado al objetivo de los 80 kilómetros? En cualquier caso, luego nos quedaba volver a casa desde Arroyo del Moro, así que el objetivo de los 80 kilómetros había quedado ampliamente superado, en cualquiera de los dos casos. Y habíamos hecho el recorrido de la etapa en un tiempo excelente, mucho mejor del que yo había calculado. Así que no cabía ninguna duda: la de ese día era una etapa para recordar.

Los datos de la etapa son los siguientes:

  • Distancia (según el velocímetro de Ángel): 84’77 km.
  • Distancia (según el GPS): 79’289 km.
  • Tiempo de etapa: 4h 32m 06s
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 5h 16m 54s
  • Velocidad media: 16’58 km/h
  • Velocidad máxima: 47’1 km/h
  • Pulsaciones medias: 146
  • Pulsaciones máximas: 178
  • Consumo medio de calorías: 1060 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1370 kcal/h
  • Tiempo en zonas de pulsaciones: 4h 22m 45s
  • Consumo total de calorías: 5518 kcal
  • Índice IBP de dificultad: 122BC

Y aquí está el enlace al recorrido de la etapa: Brutal 3. Los Morales – Ermitas – Cruce de Trassierra – Almodóvar – Guadalcázar – Vía Verde de la Campiña

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22 jun 11 Etapa ciclista: Almodóvar del Río – GR48 – Montecobre Express (11/06/2011)

El pasado 11 de julio tuvimos la primera de las etapas de un fin de semana particularmente activo en el ámbito ciclista. Una etapa que, ya desde el papel, imponía sobremanera. Había encontrado en Wikiloc, gracias a un buscador para Android, un recorrido que habíamos dado en llamar “El etapón del Copón”: un recorrido por la vía verde de la Campiña hasta Guadalcázar, que posteriormente enlazaba con Almodóvar, subía hasta el castañar de Valdejetas por el GR48, pasaba hasta Puerto Artafi, y desde ahí descendía de vuelta a Córdoba por Trassierra y la Fuente del Elefante. Más de 80 kms. de etapa. Un gran objetivo. E incluso nos planteamos realizar el recorrido de noche. Pero, puestos a considerarlo, decidimos recortar un tanto la etapa, para no pasar más calor de la cuenta, y llegar a una hora decente a casa. Y de día.

Una vez establecido el recorrido, quedamos a las 7:30h de la mañana Mané, Ángel y yo. Fuimos a Almodóvar por el canal del Guadalmellato, bordeando la zona oeste de Sierra Morena. Empezamos la etapa con fuerza; con demasiada fuerza, quizás, pues pronto nos encontramos rodando a unos 20 km/h por una pista de tierra. Fuerzas que más valía guardar para la etapa que teníamos entre manos. Pero al ir de palique, unos por los otros, poco a poco íbamos acelerando sin darnos prácticamente cuenta.

Mantuvimos el recorrido por el canal hasta llegar a una balsa de riego, cerca de las Cuevas Bajas. Allí el canal pasa a encajonarse en la sierra, y la pista de mantenimiento desaparece. Hace algunos años había intentado realizar ese mismo recorrido con Pablo, y sabía que el canal era impracticable. Y más si, como era el caso, llevaba agua. Así que no nos quedó más remedio que tomar una pista de la CHG, que nos acabó llevando a la carretera de Palma, pasados Los Mochos. Una vez en la carretera, llegamos hasta la entrada de Almodóvar, donde paramos a tomar un tentempié en un bar. Eran las 9:10h, y en apenas 1h 40m nos habíamos fundido 26 kms. de etapa. La parte más sencilla de la etapa, es cierto, pero aun así habíamos mantenido una excelente media, superior a los 16 km/h.

Tras la pausa, en la que nos ventilamos unas buenas tostadas acompañadas de café y colacao, reemprendimos la etapa. Teníamos por delante 11 kilómetros de subida por el GR-48, por asfalto, primero, y por pista a continuación. Pero no pudimos abandonar las cercanías de Almodóvar sin dejar testimonio gráfico de ello, junto a una reproducción de un miliario romano:

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Emprendimos la subida, siguiendo las indicaciones de “Camino de los Toros”. Empezamos con una carretera con unas rampas sostenidas de en torno al 5% de desnivel, que poco a poco dejaba atrás un paisaje de valle agrícola para introducirse paulatinamente en una dehesa serrana. Un bonito contraste para abrir boca, por una carretera sin tráfico alguno. Tras 4 kms. de subida, dejamos a nuestra izquierda una pista que conducía al pantano de la Breña II, y la carretera, poco a poco, empezó a empinarse. Durante otros 4 kms. seguimos subiendo con rampas cercanas al 6%, hasta que salimos de la zona arbolada, y al entrar en una finca, salimos a terreno completamente ralo, desde donte tuvimos las primeras vistas del pantano, y abandonamos la carretera.

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En ese momento desaparecieron las indicaciones del GR-48, posiblemente arrancadas por el dueño de la finca. Mientras nos orientábamos, un joven en un todoterreno nos indicó el camino a seguir, a la par que nos indicaba que en realidad el GR-48 transcurría bordeando la finca, pero que al realizar el deslinde habían hecho pasar el trazado por dentro de la finca. No se mostraba especialmente contento por ello, pero al menos no nos puso problemas. Posteriormente pude verificar en las cartas del Ministerio de Fomento la veracidad de la afirmación.

Reanudamos nuestro recorrido, con una pequeña bajada, antes de entrar en el terreno de la finca de La Porrada, donde volvimos a entrar en arbolado. A partir de este punto encontramos indicaciones de que circulábamos por la vereda de la Cruz de la Mujer, nombre que me resulta conocido, al existir otro camino igual (cordel, en este caso) en Guillena. La pista ascendía con rampas cercanas al de hasta el 13%, las más elevadas que habíamos tenido hasta el momento, y que se dejaban sentir, en conjunción con el calor que a esa hora de la mañana -pasaban ya de las 10:30h- estaba empezando a apretar. Tal fue así la cosa, que sufrí lo que los compañeros agachalomeros llaman un “huyhuyhuy”. Estaba empezando a desfallecer. No en balde las tres semanas que había estado prácticamente parado por una lesión de espalda se estaban empezando a notar.

Poco después, y a un ritmo más sosegado, llegamos hasta una nave de la finca La Porrada, que dejamos a nuestra derecha. La subida había acabado. Ahora tocaba disfrutar con algo de descenso. Pasamos junto a la casa de la Porrada, que dejamos a nuestra izquierda, y continuamos con unas bajadas por pista, con algunos tramos comprometidos, hasta alcanzar la entrada del castañar de Valdejetas. Eran las 11:00h, y ya nos habíamos ventilado 40 kms. de la etapa. En ese punto decidimos seguir el recorrido por el GR-48, tomando la vereda de la Canchuela. Después del “huyhuyhuy” de la Porrada no tenía muchas ganas de desfallecer subiendo a Puerto Artafi. Y de todas maneras, el castañar no estaría -dada la época del año- en su momento más bonito. Así que, decidido el rumbo, seguimos avanzando por el GR-48.

Continuamos unos 5 kms. por la Canchuela hasta llegar al pantano de la Jarosa. Un poco antes descartamos seguir el GR-48, que nos hubiera llevado por las fincas de Lo Vaca y El Salado hasta Trassierra. Pasada La Jarosa, empezamos el que, a la postre, sería el último ascenso del día: la subida por la vereda del Llano de Mesoneros hasta la fuente de la Marquesa, antiguo acueducto romano. Era la primera vez, en mi caso, que realizaba ese ascenso, ya que las veces anteriores había recorrido ese camino en sentido inverso. La subida, como no podía ser menos, iba a ser dura, con paredes cercanas al 10%. Rondaban ya las 11:30h y el calor se estaba haciendo cada vez más insufrible. Y para colmo, estábamos empezando a quedarnos sin agua.

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Hicimos una nueva parada en la fuente de la Marquesa. La subida había sido bastante dura. Por mi parte, en un par de momentos me dio la impresión de que había pinchado de la rueda trasera, ya que no podía creerme que pudiera ir tan enganchado en la subida. Pero así era: las rampas eran bastante duras, y la paliza del día se dejaba notar. Mané, por su parte, empezaba a acusar el esfuerzo. Estaba también a punto del “huyhuyhuy”. Ángel era el que parecía aguantar de la mejor manera, aunque tampoco sin excesivas alegrías. Aún tenía que llegar su mejor momento del día.

Seguimos ascendiendo por la vereda hasta llegar a las casas del Rosal de las Escuelas, donde enganchamos con la carretera de Trassierra. Nos dirigimos hasta el cruce, y allí nos hicimos la última foto del día, junto al repuesto monolito del cruce; aunque este monolito no es una reproducción del original (que era un prisma cuadrangular), sino del que se encontraba al pie de la sierra, que era cilíndrico. Pero al menos, era algo.

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Y desde allí, decidimos realizar la última variación en el recorrido del día. Teníamos previsto realizar el descenso por el Alto de San Jerónimo hasta el Monasterio, y desde allí bajar a Medina Azahara y volver por el canal. Pero el incierto estado de este camino, y la paliza que llevábamos hasta ese momento (a esas alturas nos habiamos metido entre pecho y espalda 49 kms. de bici), nos hicieron cambiar de parecer: bajaríamos por el Mirador de las Niñas y Montecobre Express. Una bajada inédita en mi caso.

Dicho y hecho. Nos encaminamos por carretera hasta el Mirador, donde alcanzamos el techo de la etapa: 500 metros de altitud. Y nos acabábamos de quedar sin agua.

El descenso fue sencillamente apoteósico. El primer tramo, entre el mirador de las niñas y la torre de las 7 esquinas, transcurrió entre vegetación enormemente cerrada, por un trazado ratonero y estrecho, pero ya conocido. Ahí sufrí un ligero percance en forma de ramazo en el casco, que hizo salir volando la cámara deportiva. Por suerte, sin mayores incidentes.

La segunda parte de la bajada, desde la torre de las 7 esquinas, me dejó sin palabras. Hasta ese momento siempre había subido y bajado por la zona pasando por la Casa de la Ventana (el recorrido que suele llamarse “Montecobre”). “Montecobre Express” salía directamente en bajada desde la Torre, en un comienzo de bajada a tumba abierta directamente hacia el fondo del valle. Brutal. Pero eso era sólo el comienzo. El resto del recorrido transcurría por un sendero lleno de piedra suelta, roderas traicioneras, y piedra enormemente irregular. Y eso en el mejor de los casos. En otros, simplemente era un sendero escorado hacia el barranco, que a poco que frenaras de más te escupía directamente a una caída de decenas de metros por matorral hasta caer a una carretera de montaña. Como para andarse con milongas. Aun así, pude bajarlo entero, lo que asombró a Mané y a Ángel. A decir de ellos, eran el primero que conocían que en su primera bajada por Montecobre Express no hubiera puesto el pie en el suelo. Tengo que admitir que tuve la suerte de que ambos me iban abriendo camino, y me mostraban por dónde se podía bajar (y que se podía bajar).

El final de la bajada lo hicimos por la carretera de la Albaida, que nos llevó de vuelta a Córdoba, en donde entrábamos a la sorprendente hora de las 12:30h, tras cinco horas de pedaleo. Dimos por finalizada la etapa en Santa Rosa, donde nos dimos un merecido homenaje en una terraza, a base de cervezas, bitter, tapas y un revuelto de bacalao excelente. Un buen final para una etapa sobresaliente.

El mapa de la etapa es el siguiente:


Ver 2011/06/11: Almodóvar – GR48 – Montecobre Express en un mapa más grande

En cuanto a los datos, son los que siguen:

  • Distancia (según el GPS): 60’7 km.
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 5h 17m 39s
  • Pulsaciones medias: 144 pulsaciones/minuto
  • Pulsaciones máximas: 188
  • Consumo medio de calorías: 1040 kcal/h
  • Consumo máximo de calorías: 1460 kcal/h
  • Tiempo en zona de pulsaciones: 3h 43m 11s
  • Consumo total de calorías: 5840 kcal
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27 dic 10 Viaje Sevilla-Córdoba por el valle del Guadalquivir. Crónica de unas inundaciones

El pasado día 23 hice el viaje entre Santiponce y Córdoba capital montado en mi Daelim VS 125. Era mi primer día de vacaciones y me apetecía volver a mi ciudad realizando esta travesía en moto, por el viejo trazado de la nacional que recorre el valle del Guadalquivir, que en Córdoba es llamada la carretera de Palma, y en Sevilla es conocida como la carretera de Lora. Este trazado es antiquísimo, y aparece ya citado en el corpus cesariano como el camino que siguieron las tropas que se sublevaron contra Casio Longino y que, comandadas por Marcelo, se aprestaron a tomar Corduba.

El día, además, se prestaba para una buena cabalgada en moto, pues era el primer día despejado tras unas lluvias feroces que, en los días anteriores, habían provocado serios descalabros en ambas márgenes del Guadalquivir, río abajo desde Córdoba. Y para qué negarlo, tenía ganas de ver por mí mismo cuán graves habían sido estas lluvias y las inundaciones subsiguientes.

Salí de Santiponce pasadas las nueve y media de la mañana. Mi recorrido era claro: ir hacia La Algaba, y desde allí tomar la carretera por todo el valle del Guadalquivir. Pronto pasé sobre el puente que salva el río Ribera de Huelva, cuyos ojos se encontraban casi completamente tapados, como en la desastrosa inundación que sufrió la localidad sevillana en febrero de este año. Desde La Algaba continué en dirección noreste hasta Alcalá del Río. El frío empezaba a hacerse notar, y un inconveniente que no había tenido en cuenta se hacía sentir peligrosamente: el fuerte viento racheado que tenía ese día en alerta amarilla a la provincia de Sevilla. Soplaba fuerte, y soplaba lateralmente. Bastante fastidioso.

Pasada Alcalá del Río, que atravesé al equivocarme en la circunvalación, me esperaban una buena cantidad de kilómetros hasta Villaverde (qué sorpresa) del Río, y Cantillana, kilómetros de campo abierto, aire y frío. Justo antes de Cantillana, justo en el cruce del río Viar, tuve la primera muestra seria de la importancia de las inundaciones: al otro lado del río se encuentra la aldea de la Divina Pastora. Las aguas del río llegaban a lamer los muros de las primeras casas del pueblo.

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Ajustados de nuevo los guantes de cuero y refuerzo de kevlar (labor que -pese al polvo de talco- es más difícil de lo que pudiera llegar a parecer), me puse de nuevo en marcha. La siguiente parada: Alcolea del Río, pueblo de mi añorado ex-compañero de trabajo Ángel. Camino de Alcolea se pasan por las primeras estribaciones de Sierra Morena en Sevilla, ya que el río se acerca bastante a ésta. Es un tramo divertido, con subidas y bajadas, y algunas curvas interesantes. Este día se encontraban aún más interesantes, ya que las lluvias habían provocado el deslizamiento del terreno, y la carretera tenía grandes grietas en su firme que, de no haber sido por la labor de señalización de unos operarios, a buen seguro me hubieran hecho dar con mis huesos en el asfalto. O en la cuneta, o en el fondo de una cárcava.

Pasé sin mayor novedad por Alcolea, y seguí camino de Lora del Río. A medio camino entre ambas poblaciones se encuentra una vieja fábrica de aceite abandonada, que aún conserva el chimeneón, y que se encuentra, asimismo, junto a un meandro del río Guadalquivir que casi llega a tocar la carretera. En ese día, el casi no era una exageración. Podía verse cómo el rio se había quedado a escasos metros de la carretera, anegando hasta las copas de los árboles los campos de frutales del valle.

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La tónica de campos inundados iba a mantenerse, como bien sabría después, a lo largo de todo el viaje. Pero me llamó especialmente la atención lo que me encontré algunos kilómetros más adelante, a la altura de Matallana. Sin haber rastro alguno del río, el agua llegaba hasta la mismísima carretera. Espectacular:

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Y así, con el agua al cuello, llegué a Lora del Río, donde esta expresión se dejó sentir en todo su alcance. Mi entrada en el pueblo coincidió con el desbordamiento del Guadalquivir y sus afluentes a su paso por la localidad. Y es que los puentes no daban más de sí.

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La mañana, que tan clara y despejada había empezado en Santiponce, se iba nublando cada vez más a medida que avanzaba hacia el este. Aunque la predicción apuntaba que no iba a caer agua más allá de las diez de la mañana en la zona de Córdoba, tengo que admitir que no las tenía todas conmigo, pese a que se notaba que a medida que la mañana transcurría el cielo iba clareando. Eso sí, el vendaval no aflojaba, lo que hacía que cruzarse con los escasos camiones que tomaban este recorrido fuera un desafío para mantener la estabilidad.

Seguí en dirección a Peñaflor, el último pueblo sevillano en mi viaje. Este tramo del viaje es prácticamente rectilíneo, entre campos de frutales, quedando su monotonía rota tan sólo por el paso junto a dos pequeñas poblaciones: El Priorato y Vegas de Almenara. Una vez pasado Peñaflor, y coincidiendo de nuevo con algunas ondulaciones provocadas por la cercanía a Sierra Morena, se entra en la provincia de Córdoba. Desde un pequeño alto en una terraza sobre el río pude contemplar una panorámica del primer pueblo que encuentras al entrar en Córdoba: Palma del Río. Esta población había sufrido una crecida esa misma madrugada, lo que no era de extrañar por el caudal que mostraba el Guadalquivir en ese punto.

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La siguiente parada de mi viaje fue el Palacio de Moratalla, que destaca por su llamativa verja, y que se encuentra justo al lado de la estación de tren de Hornachuelos. Allí aproveché para estirar un poco las piernas y entrar en calor, antes de reemprender mi viaje, camino de Posadas.

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El paso por Posadas tuvo como novedad la circunvalación, que te evita tener que atravesar el pueblo. La circunvalación, además, se encuentra en unas lomas cercanas al casco urbano, lo que proporciona unas bonitas vistas de éste y del río, a la par que permite ver, en lontananza, el castillo de la cercana Almodóvar. No mucho después de dejar atrás Posadas pude tomar unas fotos interesantes del castillo, gracias a un paso elevado sobre la carretera que aún se encuentra cerrado al tráfico, pero abierto a todos los vientos huracanados del mundo.

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A esas alturas del viaje el cielo se encontraba ya completamente encapotado, de tal manera que el castillo de Almodóvar parecía más bien en Minas Morgul, con miríadas de orcos a punto de asomar por sus almenas. Almenas que esperaba ver bien de cerca al poco.

Poco antes de entrar en Almodóvar pude ver a mi izquierda la tremenda mole de la presa La Breña II. Un ciclópeo muro que se alza en el valle del Guadiato. Entré en Almodóvar por un camino poco habitual para mí: por el campo de fútbol. Siempre que había entrado en Almodóvar lo había hecho desde Córdoba por la antigua estación, o desde Sevilla por el viejo trazado de la Nacional. Pero este último se encontraba cerrado por obras, y no me quedó más remedio que hacerlo por este trazado desconocido para mí. Pronto llegué al castillo, y afronté las rampas de cemento que permiten subir a éste. Tuve que hacerlo con inusitada precaución, ya que el torrente de agua que corría por ellas me hacía temer que la moto deslizara. Y puedo asegurar que una caída desde ahí es cualquier cosa menos agradable. Una vez arriba, supe que la parada merecía la pena. Pude contemplar toda la fuerza del Guadalquivir.

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Nunca se hizo más patente para mí eso de que las tierras de un valle sólo son propiedad del río que por él pasa, y que más tarde o más temprano acaba reclamándolas.

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El viaje para mí había terminado. Tan sólo me quedaba un pequeño trámite en forma de 20 kilómetros hasta la entrada de Córdoba. Tomé la última de las fotos en la entrada del castillo, y me dispuse a desandar el camino hasta el pueblo.

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Si la subida al castillo había sido peligrosa, la bajada lo fue aún más. La rugosidad del cemento impidió que me diera más de un susto, pero no contribuía precisamente a mi tranquilidad. Para salir de Almodóvar opté por hacerlo por la vieja estación, donde pude ver un par de carreteras cortadas por inundación. Retomé la vieja carretera de Palma, y pasé junto a Villarrubia, antes de hacer mi entrada a Córdoba. Llegué a casa pasadas las doce y media. Había empleado en hacer los casi 150 kilómetros que separan la casa de Santiponce y la de Córdoba unas tres horas. Un ritmo bastante tranquilo para un bonito viaje.

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