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Cordobés por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo
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30 dic 21 Etapa ciclista: Circular Noroccidental Vía de la Plata – Aznalcóllar – Santiponce (12/12/2021)

El pasado 12 de diciembre realicé una etapa de buen recorrido en las cercanías de Santiponce, que me llevó hasta Aznalcóllar y vuelta. La idea principal era realizar el primer tramo de la Circular Noroccidental de la Vía de la Plata, que en su extensión completa recorre 200 kilómetros de Sierra Morena por la provincia de Sevilla, y que tiene su salida en Camas.

Empecé a rodar a las 9:00h, con una temperatura que rondaba los 5ºC. Atravesé Santiponce para salir de la misma por la carretera de Valencina, hasta cruzarme con la Ruta del Agua recién pasadas las vías del tren; tomé la Ruta a la izquierda, en dirección a Camas. Pasé por el antiguo campo de tiro, hasta llegar a la carretera de Camas a Castilleja de Guzmán. Allí enlacé, en el Caño Ronco, con el Cordel de los Carboneros, que ya forma parte de la Circular Noroccidental, y como tal se encuentra señalizada. A partir de ahí, es bastante sencillo seguir el recorrido. El cordel va avanzando hacia el noroeste, pasando entre Valencina y Las Pilas, hasta llegar a Salteras, tropezando con la vía del tren. Se pasa ésta junto a la carretera, y se continúa bordeando Salteras. En este municipio parte del cordel ha sido habilitado como carril bici, por lo que es preciso saber cuándo abandonarlo: es en el momento en el que el carril se dirige hacia una calle. Se puede ver cómo el antiguo cordel se abre, dejando el carril bici por la izquierda. Se sigue bordeando Salteras, hasta llegar de nuevo a la carretera (y al carril bici) en la salida hacia Olivares. Una vez abandonada Salteras, se ha de dejar el carril bici para volver a rodar por el cordel, que va un poco más a la derecha. Poco a poco nos alejamos de la carretera, dejando Olivares a nuestra izquierda, y avanzando hacia el noroeste. El primer punto interesante es la fuente-abrevadero de La Coriana.

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Llegados a este punto, hasta el que habíamos venido por lo general en ascenso, pasamos a descender de manera clara hacia el río Guadiamar. El recorrido se realiza entre olivares y fincas de cultivo, hasta que se alcanza el río, donde pasamos a una vegetación de ribera entremezclada con algunos eucaliptos. Desde este punto hasta la entrada de Aznalcóllar el recorrido es bastante plano, con algunas subidas y bajadas. Es un trayecto muy agradable, hasta que se llega a la calvera de la antigua balsa de áridos de la mina, que se encuentra completamente pelada. A punto de entrar en Aznalcóllar, y cerca del antiguo polígono industrial de la mina, abandoné el recorrido de la Noroccidental, para dirigirme hacia el Acueducto de Los Arquillos. Para ello tuve que girar hacia el este, pasar por sendos vados sobre los ríos Crispinejo y de Los Frailes, antes de llegar a la pista del corredor verde del Guadiamar, y tras seguirla un poco, hasta el viejo acueducto, donde paré un rato.

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Mi idea era volver desde aquí, pero con el día tan estupendo que teníamos, cómo podía resistirme a subir a la Corta de Los Frailes. Dicho y hecho, no tardé en cruzar la carretera, y tomar la pista que sube hacia la mina. Sin embargo, en vez de seguir rumbo norte y cruzar de nuevo el río de los Frailes por el noreste de la mina, opté por girar a la izquierda, para subir a la corta por el antiguo trazado del ferrocarril minero, que se acerca mucho más rápidamente que la otra opción. De hecho, el río se salva por el antiguo puente minero.

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…y una vez pasado, se abandona el trazado minero, que se encuentra casi perdido, para trepar hasta la terraza de la mina avanzando hacia el norte, por donde se llega al mirador de la corta. Por desgracia, el camino de entrada al mirador se encuentra cerrado por una cancela. No es posible pasar con la bici. Pero sí sin ella. Y vale la pena para disfrutar de las mejores vistas de la corta:

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Una vez vista la corta, desandé mis pasos para volver al viaducto. Desde allí opté por tomar el viejo ferrocarril minero para volver hacia Santiponce. Seguí su recorrido hasta llegar al río Guadiamar, que es preciso vadear, ya que el puente ferroviario sobre el río fue derribado hace bastante años:

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De todas maneras, con tan poca agua, no era un gran desafío vadear el río. A partir de aquí, abandoné el trazado del ferrocarril para tomar la vereda de Conti a La Ramira, con la idea de llegar hasta la Mina Las Cruces. Pasé por el pilón del Conti…

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…y seguí por la vereda, hasta alcanzar la carretera junto a la mina. Desde allí, tomé un rato de carretera hasta llegar a la Cañada Real de las Islas, que tomé en dirección sur, camino de Santiponce. Al llegar de nuevo al ferrocarril minero, abandoné la vereda, y me encaminé hacia Santiponce. Llegué a casa a las 12:55h, tras casi 4 horas de recorrido, y 66 kilómetros de recorrido.

Datos de la etapa

  • Distancia: 66’111km
  • Distancia (según el GPS): 66’09km
  • Altitud ascendida: 521m
  • Tiempo de etapa: 3:20:48
  • Tiempo desde el inicio de la etapa: 3:54:05
  • Pulsaciones medias: 146ppm
  • Pulsaciones máximas: 172ppm
  • Cadencia media: 66 rpm
  • Cadencia máxima: 157 rpm
  • Calorías consumidas: 3419kcal

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14 nov 20 Camino del Cid 2019: Prólogo (01-02/VI/2019)

Esta entrada es la parte 2 de 7 de la serie Camino del Cid 2019

Nuestro comienzo del Camino del Cid estuvo precedido de un viaje que, de por sí, merece ser narrado. Ya he comentado la planificación que habíamos establecido, pero vale la pena refrescarla: por mi parte, tendría que viajar desde Sevilla a Córdoba, para allí unirme a mi padre, y viajar ambos hasta Cella. Allí haríamos noche en una casa rural, y empezaríamos a rodar el 3 de junio. Una vez finalizado nuestro viaje, el día 6, volveríamos esa misma tarde en tren regional hasta Cella, donde habríamos dejado el coche, para volver a Córdoba el 7.

Con este plan, salí de Santiponce en la sobremesa del día 1, para coger el cercanías en la estación de Valencina-Santiponce, y en Santa Justa tomar el tren regional hasta Córdoba. Siempre hay un punto de incertidumbre en este tipo de trasbordos, ya que te arriesgas a que algún retraso en los trenes implicados pueda dar al traste con los planes establecidos, pero en este caso tengo que decir que los trenes cumplieron con lo que de ellos se demandaba. Incluso ahora, que es necesario hacer una reserva previa para el transporte de bicicletas, y cuyo número está muy restringido por convoy. Todo fue como la seda, y el viaje hasta Córdoba fue muy agradable, excepción hecha del calor que empezaba ya a azotar ambas ciudades.

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La situación empezó a torcerse al poco de llegar a Córdoba. Tenía una cierta desconfianza en la llanta trasera que montaba en la Fuji. Era una llanta que había desechado en el pasado, merced a una insólita fragilidad en los radios de la misma, que tendían a saltar a la mínima de cambio, y que precisamente en etapas de alforjas me las había hecho pasar canutas. Y no había hecho sino rodar un poco en subida, en la Cuesta Negra, cuando escuché un clang terriblemente familiar: el de un radio rompiéndose. Y como no tardé en confirmar, por la parte de la corona. Estaba claro que esa llanta no iba a aguantar. Así que no me quedó más remedio que hacer un viaje de urgencia a una tienda de bicicletas para conseguir una nueva llanta, seguido de una sesión de ajuste de frenos y cambio de cubiertas. Desde luego, algo así era mejor que pasara al comienzo del viaje, que más tarde, pero no se trataba, ni por asomo, de un buen augurio.

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Solventado el problema, y tras una buena cena, nos preparamos mi padre y yo para el viaje que teníamos al día siguiente: unos 570 kilómetros de coche entre Córdoba y Cella. Salimos al filo de las 9 de la mañana, y condujimos hasta Manzanares por la A-4, para llí tomar la A-43 hasta su confluencia con la A-3 en las cercanías de Tébar. Un viaje agradable y con poco tráfico a través de Andalucía y La Mancha. La dinámica cambió un poco al tomar la A-3, ya que se notó una importante incremento de tráfico en sentido a Valencia. Se notaba que estábamos en fin de semana y en período vacacional. Continuamos por la autovía, entrando en Valencia por la zona de las impresionantes Hoces del Cabriel. Dejamos esta carretera y tomamos la N-330 a la altura de Utiel. Una Nacional con un excelente trazado y firme en los primeros kilómetros, pero que poco a poco fue cambiando su fisonomía, a medida que entrábamos en el Sistema Ibérico.

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Paramos a almorzar en Ademuz, exclave valenciano entre Castilla-La Mancha y Aragón, en una zona de esparcimiento junto al río Turia. Muy agradable, pero con muchas semillas de álamo volando por la zona en esa jornada, que cubrían el suelo de blanco, en una suerte de nevada fuera de temporada. Sin mucho más trámite, más allá de un café, continuamos con nuestro viaje, que se seguía adentrando en el Sistema Ibérico, por el valle excavado por el Turia en la dura roca. El paisaje seguía cambiando, y la carretera, ahora unida a la N-420, seguía haciéndose más sinuosa, y pegada a unos impresionantes cortados en la roca, que en ocasiones obligaban a tender redes de mallazo para evitar la caída de escombros a la calzada. Suerte del poco tráfico existente, pues en esas circunstancias era imposible adelantar. No quedaba otra que disfrutar del paisaje, y tomárselo con calma. Nos preguntábamos cómo tendría que ser viajar por esa zona en pleno invierno, con nevadas como las habituales por esa zona.

Tras llegar a Teruel, nos dirigimos a la cercana Cella por la N-234. Descargamos nuestro equipaje en la casa rural La Posada de Clotilde, donde habíamos reservado para esa noche, y para la vuelta desde Valencia, y que para nosotros contaba con la gran ventaja de que dispone de un aparcamiento privado donde podríamos dejar el coche durante toda la semana. Aunque, como descubrimos, la tranquilidad de Cella lo hacían completamente innecesario. La casa rural era tremendamente agradable y acogedora, así como su responsable. No puedo menos que recomendarla.

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Tras un rato de descanso, nos decidimos a hacer un poco de turismo por las cercanías. Y la decisión de a dónde ir estaba más que clara: la cercana Albarracín, por mérito propio declarada en sí misma Monumento Nacional desde el año 1961. Y hay que decir que no desmerece dicha calificación. Salimos de Cella para tomar la carretera de Albarracín, que transcurre junto al cauce del río Guadalaviar. De nuevo un precioso recorrido por zona de ribera y valle cerrado, rodeado de un impresionante sistema montañoso. Pero lo que pensábamos que iba a ser un viaje sin más hasta Albarracín pronto se vio interrumpido con algo que no esperábamos encontrar en absoluto: un acueducto. Romano, para más señas. Y excavado en roca viva. Demasiado tentador como para dejarlo pasar sin más.

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Paramos el coche y nos aprestamos a recorrer parte del trazado del acueducto. Se trataba del acueducto de Albarracín-Cella, de 25 kilómetros de recorrido, y que condujo las aguas del Guadalaviar hasta la cercana Cella desde el siglo I d.C. hasta mediados del siglo XII. Lo característico de este acueducto, y lo que lo hace verdaderamente espectacular es que gran parte de su trazado se encuentra excavado en roca viva, con respiraderos laterales en la montaña. No hay que esperar grandes arcadas estilo Acueducto de Segovia o similar, pero no por ello deja de ser digno de admirar, ni mucho menos.

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Estuvimos durante un rato recorriendo la sección de la Galería de los Espejos, llamada así por los respiraderos que permiten visualizar el valle en determinadas zonas (specula, atalaya de vigilancia), antes de volver al coche, y continuar el viaje a Albarracín. Pero no tardamos mucho en detenernos de nuevo, ya que no tardamos en encontrarnos con el Castillo de la Santa Croche, creado precisamente para controlar y proteger el suministro de agua del acueducto.

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Pasado el castillo de Santa Croce, por fin llegamos a Albarracín. Y como decía antes, no desmerecía en nada su bien ganada fama. Un pueblo medieval, bien mantenido, mejor cuidado, encaramado en un cerro junto al que por tres de sus lados transcurre el río Guadalaviar, y al que el cuarto protege una fabulosa fortificación medieval que trepa por la montaña. Y todo eso coronado por un castillo, junto al cual se alza una catedral. Una maravilla entre las montañas.

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Estuvimos un rato paseando por el pueblo, calle arriba y calle abajo, con una parada en la oficina de turismo, donde nos dieron abundante información del pueblo, y la primera de las chapas del recorrido. Y es que, como complemento al recorrido en sí, los municios adscritos al Camino del Cid entregan a los viajeros unas chapas identificativas de los lugares por donde has pasado y sellado el salvoconducto. Un detalle que nos daría bastante diversión a lo largo de nuestro viaje.

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Como decía, estuvimos buena parte de la tarde recorriendo Albarracín, y contemplando las vistas del pueblo.

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Desde lo alto de la Catedral bajamos hasta el cauce del río, que cruzamos, y estuvimos desandando el camino hasta llegar de nuevo a la oficina de turismo.

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Era hora de volver a Cella. Recorrimos la carretera de vuelta hasta nuestro inicio de etapa, para hacer noche en el pueblo. Cella es también digna de visitar, y destaca, aparte por su famoso canal, por su aún más conocida Fuente. Se trata, en realidad, de un gigantesco pozo artesiano por el que desaguan gran parte de las aguas subterráneas de los sistemas montañosos circundantes. Tiene a gala haber sido creada por los Templarios en el siglo XII, y en parte explica el abandono del primitivo acueducto romano.

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Tras dar una vuelta por el pueblo, empleamos el resto de la tarde en cenar en un bar junto a la Fuente donde, aparte de degustar la primera cerveza Turia del recorrido, fuimos devorados por inmisericordes mosquitos. Y es que eran grandes como aviones, y voraces como langostas.

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Ya caída la noche, volvimos a la casa rural. Para ser verano hacía algo de fresco, por lo que no quisimos imaginar cómo sería el clima en pleno invierno. Echamos pronto el cierre, en mi caso tras algo de lectura escogida.

cantar-mio-cid

Quien quiere ir conmigo çercar a Valencia,
todos vengan de grado ninguno no ha premia,
tres días le speraré en Canal de Çelfa.

Esto dixo mio Çid el Canpeador leal.
Tornávas a Murviedro, ca él ganada se la á.
Andidieron los pregones, sabet, a todas partes,
al sabor de la ganançia non lo quieren detardar,
grandes yentes se le acojen de la buena cristiandad;
creciendo va riqueza a mio Çid el de Bivar;
Cuando vio las gentes juntadas, compeçós’ de pagar
Mio Çid don Rodrigo no lon quiso detardar,
adelinó pora Valencia e sobr’ella se va echar.

En pocas horas estaríamos empezando nuestro viaje a Valencia.

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04 jul 10 Entrenamiento ciclista: Vereda de Santo Domingo – La Palomera

Esta mañana he hecho la última etapa de entrenamiento ciclista en Córdoba durante mis vacaciones. Ha sido, por fuerza, una etapa breve, ya que a media mañana tenía que regresar a Santiponce, para poner un poco en orden la casa antes de regresar mañana al trabajo. Por tanto, decidí rodar un poco por el entorno de Santo Domingo.

En primer lugar, me encaminé hacia el Puente de Hierro. Descendí hasta el arroyo Santo Domingo, y tomé el comienzo de la vereda de Santo Domingo, hasta llegar hasta el camino de la cantera. Desde allí subí hasta el cortijo de Los Velascos para tomar de nuevo el viejo trazado de la vereda de Santo Domingo, que sube por la parte superior de la cantera.

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En esta zona, y hasta poco antes de llegar a la cantera, hay abundantes tramos en los que es prácticamente imposible no echar pie a tierra, y arrastrar la bici, ya que el camino es muy quebrado, con fuertes pendientes, y prácticamente comido por la vegetación. Aun así, es un sitio ciertamente interesante para recorrer.

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Tras pasar esta zona, se llega a la parte superior de la cantera. Esta parte se encuentra, por fuerza, más deforestada que el tramo anterior. Si bien es una verdadera lástima, como contrapartida otorga el poder contemplar unas buenas vistas de la Sierra. Entre ellas podemos destacar las vistas de la Meseta Blanca, de la que ya tomé fotos (si bien desde abajo) en otra ocasión:

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Un poco más arriba, destacan las vistas de la cantera abandonada de Santo Domingo. Es una enorme cicatriz en mitad de la Sierra, pero no deja de ser impresionante:

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Una vez superada la cantera, seguí avanzando por la vereda, para llegar hasta el pequeño cerro que se alza frente al monasterio de Santo Domingo, donde se encuentra una pequeña ermita. Desde ahí descendí hasta el lago, para bajar, paralelo al arroyo, de nuevo hasta la cantera (o como es conocida entre los amigos, el nivel del Duke Nukem):

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Seguí el camino de la cantera para llegar de nuevo al cortijo de Los Velascos, que rebasé, siguiendo el camino hasta llegar hasta el arroyo Pedroches. Desde ahí abandoné el camino de la cantera, para tomar la senda que bordea el arroyo, y que pasa por la fuente de La Palomera, donde aproveché para repostar:

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Esta fuente forma parte del rebosadero de una de las tomas del acueducto romano Aqua Nova Domitiana Augusta que llevaban agua hasta la ciudad, en una red de suministro de agua que no cabe menos que calificar de impresionante. Y el agua, dicho sea de paso, se encontraba muy fresca.

Una vez saciada mi sed, seguí arroyo abajo hasta llegar de nuevo al Puente de Hierro. Desde allí decidí volver por la parte izquierda del arroyo que baja junto al castillo del Maimón, para enlazar con la zona a las espaldas de la carretera de Obejo. Y desde ahí, a casa.

El recorrido tuvo una longitud de 16’135 km, que recorrí en 1:13:03. El trazado de éste en Google Maps es el siguiente:


Ver 2010/07/04 – Vereda de Santo Domingo – La Palomera en un mapa más grande

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09 feb 10 Panorámica del Acueducto de los Milagros (Mérida)

La siguiente es una fotografía panorámica del Acueducto de los Milagros, de Mérida:

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Este es uno de los dos acueductos que abastecían Emérita Augusta de agua en época romana. Traía el agua desde el embalse de Proserpina, situado a 12 kilómetros de la ciudad. La fotografía está tomada en el punto en el que el acueducto salva el río Albarregas. Para salvar su depresión, se tuvo que realizar la contrucción de arquerías de 830 metros de longitud, y una altura máxima de 25 metros en la parte más profunda del valle del río Albarregas. Los pilares que aún quedan en pie son 73.

La panorámica, como viene siendo habitual, ha sido realizada con el programa Autostitch, a partir de una serie de cuatro fotografías parciales. Las fotografías fueron tomadas desde un puente peatonal que sirve para cruzar de un lado a otro del parque fluvial que rodea al río Albarregas.

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