18 abr 06 Expediente T

Este pasado domingo Jesús, uno de mis compañeros de piso, llegó de Córdoba con una reluciente fuente de torrijas. Dulce típico de Semana Santa, lo traía al piso para dar buena cuenta de ellas, ya que en su casa no habían sido capaces de consumir semejante manjar. Nada más llegar las introdujo en la nevera, a fin de que estuvieran bien fresquitas a la hora de comerlas. Esta mañana, con horror, descubría cómo las torrijas habían criado hongos. Pero no hongos cualesquiera: hongos como para freirlos con jamón e ir a venderlos a la Corredera. Una cosa espectacular.

¿Qué asombroso fenómeno físico-químico había producido tal explosión de vida? ¿Acaso en vez de nevera poseíamos un portal espacio-temporal, en el que las leyes del contínuo espacio-tiempo no se cumplían? ¿Acaso la próxima vez que abriéramos la nevera íbamos a recibir a través de ella la visita del Doctor Emmett Brown?

No, mucho me temo que no. El viejo Ockham ya lo dejó claro hace algún tiempo, con su bien conocida navaja (o, como decía un amiguete mío, un tanto bestia, la guillotina): tenemos la nevera infestada de hongos, y las esporas de éstos colonizan a placer cualquier alimento no sellado herméticamente que en ella introducimos.

Dado que ninguno de los del piso somos biólogos, y que el doctor House sólo nos interesa desde el punto de vista de serie de TV, y no como nuestro médico, hemos comprado un lanzallamas y vamos a cauterizar la nevera.

También tenemos un bote de lejía, pero nos gustan los grandes remedios.